Nazis, pero científicos
Washington falseó datos para utilizar a criminales de guerra alemanes en sus programas militares y espaciales
Arthur Rudolph, el diseñador del cohete Saturno V -que llevó a los primeros cosmonautas a la Luna, en 1969-, renunció en octubre pasado a la ciudadanía norteamericana y se marchó de Estados Unidos. Después de casi 40 años de haber servido con éxito en los programas aeroespaciales y militares, Rudolph prefirió cruzar la frontera que enfrentarse a los cargos que el Departamento de Justicia presentó contra él como criminal nazi. Su caso no es excepcional.
La prestigiosa revista Bulletin of the Atomic Scientists, de Chicago, publica en su número de este mes un informe sobre 765 científicos, ingenieros, técnicos y otros especialistas nazis que fueron contratados por el Gobierno y las Fuerzas armadas norteamericanas después de la derrota del III Reich e introducidos en Estados Unidos gracias a la falsificación por funcionarios norteamericanos de antecedentes que limpiaban su pasado.No es la primera vez que esta curiosa y atípica inmigración laboral es analizada. En 1963, Charles Allen escribió una serie de artículos sobre la presencia de 16 criminales nazis en territorio estadounidense.
En 1971, Clarence Lasby publicó un libro -supervisado y censurado en algunas partes por el Pentágono-, titulado Project Paperclip, en el que se sugería que accidentalmente algunos nazis entraron en EE UU. Once años después, The secret Belarus, de John Loftus, aportó documentos para denunciar que centenares de funcionarios y colaboradores de los nazis en Bielorrusia y, otros países de Europa occidental durante la campaña alemana contra la URSS trabajaban en EE UU.
En una fecha más cercana -agosto de 1983-, Ignacio Klich demostró en Le Monde Diplomatique que varios ex nazis cobraron sueldos del Departamento de Estado, los servicios de información del Ejército, la CIA, el FBI y las radios propagandísticas Free Europe y Liberty. En 1979, el Departamento de Justicia creó la Oficina Especial de Investigaciones para el Problema de la Inmigración Nazi.
El paso siguiente en las revelaciones lo dio Allan Ryan, hijo -quien presidió una comisión especial del Departamento de Justicia para procesar a los colaboradores nazis que viven en Estados Unidos-, con su libro Quiet neighbors (Vecinos apacibles, 1984). Uno de los casos más sobresalientes que cita Ryan es el de John Demjanjuk, un vecino de la ciudad de Cleveland (Estado de Ohio) que operaba el mecanismo de las cámaras de gas del campo de Treblinka, donde fueron exterminados más de 750.000 judíos. En una reseña del libro de Ryan, el periódico The Washington Post tituló, hace pocas semanas, "Los nazis, en la puerta de al lado".
La trama configurada por la información se ha visto, en cierta forma, completada con la rigurosa y abrumadora investigación de Linda Hunt para el Bulletin of the Atomic Scientists. Durante 18 meses, y gracias a la Freedom of Information Act -que permite consultar los archivos oficiales después de 40 años-, esta periodista y profesora de comunicación en una universidad de Maryland estudió los expedientes y documentos sobre el vertiginoso paso de prisioneros nazis a científicos bien pagados de más de 700 alemanes y austriacos; entre ellos, el famoso Werner von Braun, considerado el padre de la era espacial norteamericana.
El trabajo de Linda Hunt explica que, al finalizar la guerra mundial, el entonces Departamento de Guerra consideró que diversos especialistas y científicos que habían servido al régimen nazi -expertos en cohetería, diseño de aviones, guerra bacteriológica y medicina aérea, entre otros campos- podrían ser útiles para Estados Unidos y sus futuros proyectos militares.
Inicialmente, algunos de estos científicos fueron conducidos secretamente a territorio norteamericano para ser interrogados, pero la decisión del Departamento de Guerra llevó a que se tomaran medidas para saltar por encima del proyecto Paperclip. Este último establecía una política de reinserción de científicos siempre y cuando los informes de la Comandancia General de las Fuerzas de Teatro Europeo de Estados Unidos (USFET) no indicasen que hubieran sido miembros del partido nazi o hubiesen apoyado "activamente al nazismo o al militarismo".
400 criminales de guerra
Pese a esta restricción, que había sido firmada por el presidente Harry S. Truman el 6 de septiembre de 1946, al año siguiente ya había más de 400 alemanes y austriacos, criminales de guerra, trabajando en puestos claves en la industria militar y en la defensa.
"Para el Departamento de Guerra", explica Linda Hunt, "era el comunismo, y no el nazismo, la amenaza a la seguridad nacional, y así, los militares decidieron que los especialistas del proyecto Paperclip se quedaran en Estados Unidos". Estos criminales de guerra nazis fueron, así, un eslabón
Nazis, pero científicos
entre el fin de la II Guerra Mundial y el inicio de la guerra fría.Para que fueran legalmente aceptados, la Agencia Conjunta para Objetivos de Inteligencia (JIOA) ordenó a la oficina del Gobierno Militar de EE UU en Europa que modificara los informes sobre los nazis de tal manera que no aparecieran antecedentes comprometedores.
El 18 de noviembre de 1947, Walter Rozamus, director de la JIOA, devolvió a la División de Inteligencia del Ejército varios informes avisando que no era posible "enviar ninguno de los documentos adjuntos a los departamentos de Estado o de Justicia". A partir de ese momento, los informes cambiaron de tono y los datos acusadores desaparecieron.
De las V-2 al 'Saturno V'
Arthur Rudolph, el citado diseñador del Saturno V, había sido director de operaciones de la fábrica de cohetes V-2, antecesores de los actuales misiles de crucero, de Mittelwerk, instalada dentro del campo de concentración de Dora-Nordhausen y que se abastecía del trabajo esclavo de miles de personas. En su extenso informe, con 45 notas al pie citando documentos oficiales, Linda Hunt cita otros casos ejemplares.
El general Walter Schreiber trabajó hasta 1952 en una escuela de medicina de la fuerza aérea norteamericana en Tejas. En ese año salieron a relucir pruebas, presentadas en el célebre juicio de Nuremberg, que demostraban que Schreiber había ordenado a varios médicos que experimentaran con prisioneros de campos de concentración. Ante las protestas, se marchó de Estados Unidos y la JIOA le gestionó una visa y un trabajo en Argentina.
Durante el juicio de Nuremberg se procesó a 23 acusados de haber realizado experimentos con seres humanos en Dachau, Buchenwald y otros campos. Cuatro de ellos pasaron a trabajar en medicina aérea dentro de Estados Unidos. Uno de ellos, Siegfried Ruff, asesinó a más de 80 reclusos al someterlos a presiones simuladas como si estuvieran a más de 20.000 metros de altura. Hermann Becker-Freysing y Konrad Schaefer, por su parte, realizaron experimentos con personas a las que daban de beber sólo agua químicamente procesada y agua de mar.
Del informe de Linda Hunt se infiere que los jueces de Nuremberg fueron sumamente benignos al no condenarlos. Kurt Blome también fue absuelto, pese a numerosas pruebas de sus experimentaciones sobre plagas y guerra biológica. En 1951 estaba trabajando en un proyecto de guerra química para el Ejército norteamericano.
Len Ackland, director del Bulletin of the Atomic Scientists, dice en la presentación del informe de Linda Hunt que este trabajo es una señal de alarma ante el secreto gubernamental, señalando que un rígido silencio todavía existe sobre qué hicieron los soviéticos con otros científicos nazis.
"El secreto oficial", añade, "es una norma de las sociedades totalitarias; es una peligrosa amenaza para la democracia". Por su parte, Jean Michel, superviviente del campo de Dora-Nordhausen, dice: "Los británicos, franceses, norteamericanos y soviéticos se repartieron a los científicos y técnicos que fueron nuestros amos. Y no podría mirar la misión espacial Apolo sin recordar que ese paseo triunfal por la Luna fue posible gracias a nuestra iniciación en un horror inconcebible".
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