Gran guiñol

El gran guiñol fue un género violento y fuerte; Mantis religiosa roza los orígenes de ese teatro perdido, pero que quizá no haya sido infecundo. Hacia finales del siglo pasado se abrió un teatro en París, el Grand Guignol, que se especializó en unos melodramas llevados a la exageración; de ese estilo creó Alfred Jarry la palabra grandguignolesque, que ha quedado en francés y que puede corresponder a lo truculento en español.Por una paradoja característica de los intelectuales, se hizo de ese teatro popular y rudo una especie de ejemplo de la ruptura de la moderación burguesa, un elogio a la transgresión y hasta algunas exploraciones de recreación cultural. A través de una depuración y de un talento excepcional, puede haber llegado a Jean Genet.

En España, algunas obras de Alfonso Sastre parece haber buscado esa investigación, ese rompimiento para encontrar una expresión matizada al mismo tiempo por la burla y la ironía.

Realismo acentuado

Mantis religiosa se aproxima a la forma primaria del gran guiñol con una especie de realismo acentuado y grueso. La interpretación de Tonia Albaladejo recuerda las de S antacana (creador de El idiota, en ese género; muerto, nonagenario, hace poco tiempo); una prosodia gritada, deformada; gestos donde lo ostensible se multiplica. Su compañera María Mateo es más tímida, por su papel (la técnica es la del diálogo entre la soez y la delicada), pero cuando tiene que convulsionarse, lo hace.Lo que representan es el encuentro en una celda de la que lleva 20 años en la cárcel y va a salir al día siguiente y la que ingresa para cumplir una sentencia de 15. En el relato y la acción hay castración, escatología, lesbianismo, cáncer, suicidio, asesinato. Un lenguaje grueso y áspero. El trabajo del autor -Lorenzo Piriz Carbonell-, el de las dos actrices y el del director -Lorenzo Zaragoza- coincide en acentuar esta violencia, este estilo granguiñolesco -no sé si deliberado o encontrado- que pueda producir el choque y la repulsión en el espectador.

Todos trabajan a tope en ese sentido: sobre todo la actriz Toni Albaladejo, que sobreactúa denodadamente para conseguir la mezcla de simpatía y horror. La busca de motivaciones mayores (el miedo a la libertad, el chispazo de una relación profunda entre dos seres, la implicación de la sociedad, la cuestión femenina...) no se encuentra más que en algunas frases aisladas que casi no son más que pretextos para los estallidos de brutalidad verbal y gestual.

En las palabras finales, entre aplausos y cestas de flores, la actriz María Mateo recordó a José Vinuesa, que recientemente había tomado este teatro y que falleció en el accidente de aviación de Bilbao: es su viuda la que lleva ahora el esfuerzo de sacar adelante el Alcázar.