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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las estadísticas en España

RIGOR Y agilidad son las virtudes que debería combinar toda buena estadística. De ambas han carecido tradicionalmente los aparatos públicos y privados que se enfrentan en España a la tarea de obtener datos para medir o para interpretar lo que ocurre. Siempre se ha afirmado por todo tipo de coyunturalistas que, en nuestro país, las estadísticas de base eran tercennundistas. Asumir la relatividad de las cifras en todas las ocasiones daría su justo valor a las polémicas que se han generado en el pasado y en el presente inmediato a la hora de contar el estado de la nación. Pero hay muchos intereses que propician el aprovechamiento del desierto estadístico para crear presuntos oasis o para alumbrar espejismos.Esta reflexión viene a cuento de la polémica surgida esta semana con el avance de la Contabilidad Nacional, que habitualmente publica en el mes de febrero el Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre.el año anterior. Los datos del INE revelados el martes por El PAIS -independientemente de su fiabilidad, que no ha sido puesta en cuestión ni para bien ni para mal- habían sido entregados el jueves precedente al Ministerio de Economía y Hacienda, que dio instrucciones a Estadística de someterlos a revisión.

Partiendo de la pobreza de la estadística española -de toda la estadística-, importan menos los datos en sí que su tratamiento oficial. Hoy podríamos repetir con poco margen de error la amplia denuncia publicada, hace años por el profesor Fuentes Quintana, en el senti do de que los indicadores existentes abarcan sólo una, parte de la actividad, tienen enormes deficiencias y padecen una lentitud desalentadora. Y debemos lamentar que la transición política haya descuidado este aspecto. El franquismo tenía motivos para permanecer ciego ante la realidad o para tratar de manipularla. Pero los Gobiernos democráticos tendrían obligatoriamente que saber leer en las estadísticas los resultados de su gestión y, al mismo tiempo, dejar a los ciudadanos que puedan conocer los datos necesarios -y, por tanto, originales- para enjuiciarla. No se entiende así el rasgado de vestiduras que la parte más recalcitrante de la derecha española está haciendo de problemas que provienen claramente del pasado. La demagogia de la caverna juega una vez más, atribuyendo a los actuales gestores lo que es una herencia largamente extendida en el tiempo, que persiste.

Pero además es que las cifras admiten siempre interpretaciones distintas y hasta opuestas. Depende de las lecturas que se hagan de ellas. Los estadísticos de todo el mundo -y los españoles- hacen una graduación de las estimaciones en "avance", "provisionales" y "definitivas". En Estados Unidos, obligado marco para toda referencia empeñada en la agilidad y el rigor, los indicadores del Departamento de Comercio estimaron en el cuarto trimestre del año pasado un crecimienco económico del 3,5%, que se publicó inmediatamente, aunque poco después resultara dos puntos superior. He ahí un ejemplo de la complejidad o de la incertidumbre que rodea el cálculo de las macromagnitudes, así como de la flexibilidad para equivocarse hasta en detrimento del propio poder.

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Sin embargo, en España existe una predisposición a que los eventuales errores sólo tengan una dirección, por lo general irreversible. Pudimos así escuchar hace un año a los portavoces del Gobierno que se habían creado 60.000 empleos industriales en el espacio de dos meses. Los datos, estadísticamente verificados, estaban sacados de las muestras mensuales de la Encuesta de Población Activa (EPA), diseñada por el INE para seguir el empleo trimestralmente, no cada mes. Cuando las cifras mensuales empezaron a tener sentido opuesto, hacia mayo pasado, dejaron de publicarse. Otro ejemplo lo han deparado las pretensiones del Ministerio de Trabajo de sacar de las listas de paro registrado a los mayores de 55 años y estudiantes demandantes de primer empleo. Aunque han sido zanjados con la declaración oficial de que "ha sido un desgraciado error", la Administración parece dispuesta a persistir con más tranquilidad en otro momento.

El último paradigma ha sido el de los datos de la Contabilidad Nacional. El Ministerio de Economía y Hacienda dio una nota oficial en la que se decía que "existen sólo unos primeros datos provisionales". Provisionales, en lajerga del INE, son todavía las cifras de 1982. ¿Por qué no se aplicaron las mismas cautelas -la provisionalidad- a principios de febrero, cuando altos cargos del departamento convocaron por todo lo alto a la Prensa para comunicar "los mejores resultados de los últimos años" (un crecimiento económico del 4,7% en los dos años de gestión socialista)? ¿Por qué no se dijo en aquella reunión que un preavance de la Contabilidad Nacional, ya elevado entonces al ministro por el INE, daba de crecimiento económico el 2,3%, frente al 2,5% mantenido a cal y canto hasta ahora por el Gobierno?

Que el crecimiento haya sido del 2,5% o del 2% casi carece de relieve. Es una polémica estéril. Pero no así las diferencias que arrojan los datos sobre inversión (caída del 3,5% o del 1,5%), consumo (baja del 1% o del 0,5%) o deflactor de precios (11,8% y 10,8%), más vinculadas a los problemas reales de la economía: paro, déficit público, etcétera. Estos datos parecen determinar que la situación real de la economía española, al margen del éxito del ajuste macroeconómico, tiene un encefalograma más plano de lo que se preveía. Y, por tanto, las posibilidades de reactivación -esperanza de la segunda parte de la legislatura- son más voluntaristas que ciertas.

El Ministerio de Economía y Hacienda ha convocado para mañana a los diferentes servicios de coyuntura que dependen del departamento -INE, Banco de España, Dirección General de Previsión y Coyuntura y Secretaría de Estado de Comercio- para que contrasten sus previsiones y definan, del modo más aproximado posible, cuál es la situación real de la economía. Quizá entonces se puede hacer un balance menos provisional del estado de la cuestión, aunque los datos, entonces, tampoco serán definitivos. La política económica seguida por el Gabinete socialista se ha basado en un esfuerzo por acercar el país a su realidad, y no parece que se haya buscado el aplauso fácil. Puede que se haya recurrido en ocasiones a fórmulas equivocadas, pero nadie discute al ministro Boyer el coraje político para hacer frente a una situación bastante deteriorada como la que se encontró el PSOE en octubre de 1982. Por eso es preciso aceptar ahora los datos de la realidad, aunque contradiga el impulso de los deseos.

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