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La política de defensa de EE UU y las nuevas tecnologías

Estados Unidos está metido de lleno en la polémica anual sobre las asignaciones para gastos militares. Los defensores de los recortes del capítulo bélico sacan a relucir los perennes derroches del Pentágono, invocan la urgente necesidad de reducir el déficit y le piden flexibilidad al secretario de Defensa, Caspar W. Weinberger.Weinberger les contesta, acertadamente en mi opinión, que los gastos de defensa y los gastos de seguridad social tienen una naturaleza diferente. Puede que al disminuir los gastos en asistencia social se causen molestias, creando incluso situaciones de privaciones. Pero debilitar la defensa podría, a la larga, amenazar la existencia misma de Estados Unidos.

Sin embargo, hasta ahora el debate no ha conseguido centrarse en la cuestión verdadera, que no es el dinero, sino la incapacidad de establecer una relación entre la política de defensa y de control de armamento y las nuevas tecnologías:

- A medida que han ido auentando las existencias de armas nucleares y que la guerra se ha ido convirtiendo en algo equivalente a la aniquilación mutua, Occidente se ha negado a reconocer la imposibilidad psicológica de la continua dependencia de una guerra nuclear generalizada como estrategia creíble.

- Las alternativas existentes a una guerra generalizada, como la destrucción de objetivos seleccionados, el empleo de fuerzas convencionales o la defensa estratégica constituyen soluciones circunstanciales e inadecuadas debido a polémicas internas o a la negativa a sostenerlas económicamente.

- De igual forma, las propuestas de control de armamentos han resultado en muchas ocasiones inconsistentes con las adaptaciones que las nuevas tecnologías hacen necesarias.

- La actual organización del Pentágono y los procedimientos presupuestarios no permiten una solución sistemática de estas cuestiones.

La Administración Reagan ha intentado resolver estos problemas mediante un gran aumento de los gastos militares. Pero la posibilidad de contar con más recursos no resuelve por sí misma las cuestiones de doctrina, sobre todo cuando se perpetúan las prioridades que subyacen en el centro de los problemas de defensa de Estados Unidos. Por otra parte, las amputaciones del presupuesto militar añadirían otro elemento de confusión a una situación ya de por sí confusa. Provocarían un amargo debate acerca del valor de armas determinadas en lugar de abordar la naturaleza de la estrategia norteamericana.

Consecuentemente, creo que la fórmula más inteligente, este año, sería mantener el presupuesto de defensa sustancialmente intacto. Al mismo tiempo, la Administración debería aprovechar el intervalo para resolver las cuestiones básicas de la política en este terreno y de su organización.

Lo más importante es extraer las conclusiones apropiadas de un hecho fundamental: la estrategia desarrollada durante las décadas del monopolio nuclear norteamericano y de una superioridad estratégica aplastante ya no es viable. En los primeros días de euforia, Occidente podía amenazar con la destrucción masiva como forma de contrarrestar la ventaja soviética en hombres. Pero después de que los soviéticos desarrollaran una gran fuerza nuclear propia, tal como sucedió tras la crisis de los misiles cubanos, no se revisaron las premisas estratégicas de Occidente.

Una amenaza apocalíptica y demoledora

Se hicieron algunas chapuzas. Se desarrolló una teoría que establecía un grado de destruccción industrial y civil teóricamente inaceptable para la Unión Soviética. A medida que se iba viendo que las bajas de lo que se denominó destrucción mutua asegurada equivaldrían a una exterminación masiva, se le añadió, un aspecto psicológico esotérico. El razonamiento era el siguiente: no era necesario que la amenaza de aniquilación mutua fuera totalmente creíble; los soviéticos no se arriesgarían a poner a prueba la credibilidad de los norte americano s mientras su amenaza fuera suficientemente apocalíptica.

Pero la visión del apocalipsis resultaba demoledora para las sociedades abiertas. A través de la historia se ha podido justificar la guerra como instrumento de política nacional porque los costes de la derrota eran claramente peores que los costes de la resistencia. En la era del exterminio recíproco, la guerra nuclear le parece a un número cada vez mayor de ciudadanos de naciones democráticas como el colmo de los horrores.

A los historiadores; les va a resultar difícil explicar la parálisis intelectual que ha frustrado una articulación seria de las alternativas a la guerra nuclear generalizada. En parte, refleja las profundas divisiones en el seno de las sociedades occidentales, que hacen que algunos grupos apoyen todo tipo de armas, independientemente de la estrategia subyacente a su uso, y que otros se opongan a toda arma nueva con el objetivo de poner fin a la carrera de armamento.

Los presidentes norteamericanos desde Nixon y Ford han intentado estructurar alternativas a la destrucción indiscriminada de civiles. Pero las nuevas armas diseñadas para su uso contra objetivos seleccionados han tenido que pasar la criba de los especialistas en control de armamento y de los grupos pacifistas que creen que si se consigue que la guerra nuclear sea menos destructiva aumentarán las posibilidades; de que se produzca.Toda persona seria no puede por menos que hacer frente a la posibilidad de una guerra nuclear con los más negros presagios. Pero negarse, en un mundo en el que existen decenas de millares de cabezas nucleares, a considerar alternativas menos apocalípticas constituye una forma sofisticada de nihilismo.

La mejor alternativa, consistente en fortalecer las fuerzas convencionales, ha sido bien acogida únicamente de palabra, si bien en el seno del mando de la OTAN ha sido recibida con considerable atención. Pero todos los países democráticos se han echado atrás ante la carga económica que supone una defensa convencional seria. Desde hace dos décadas el número de divisiones norteamericanas está estancado en 16. La mayoría de los aliados de Estados Unidos siguen aferrados a la política inmaculada de la disuasión, que supone una gran dependencia de una contraofensiva nuclear, a pesar de que muchos de ellos están dispuestos a invocar la garantía de la defensa nuclear norteamericana únicamente mientras las consecuencias estén limitadas a su territorio y a su población.

Al mismo tiempo, la política de control de armamento, en lo que concierne a las armas convencionales, va en contra de las necesidades militares. La postura oficial de la OTAN en las conversaciones sobre fuerzas convencionales consiste en marcar un techo más bajo. Estas negociaciones se ven actualmente dificultadas por el debate sobre qué tropas hay que contar, y no por el principio de una congelación que perpetuaría el desequilibrio, que constituye la base de los problemas estratégicos de Occidente desde hace dos décadas, y que resulta todavía más peligroso por la proximidad geográfica de los soviéticos.

La iniciativa de 'defensa estratégica' del presidente Reagan constituye el intento más reciente de superar el punto muerto militar. Apoyo la idea, pero me temo que la plétora de explicaciones que se han dado para justificarla pueden convertir la cuestión en un caso de una consigna en busca de un cometido.

El principal negociador norteamericano en las conversaciones sobre control de armamento, Max Kampelman, se ha mostrado a favor de defender los emplazamientos de misiles en Estados Unidos. Pero ello no contribuiría a aumentar la credibilidad de la disuasión nuclear, ya que dejaría a la población norteamericana expuesta a un contraataque. Los criterios expuestos por el asesor en las conversaciones, Paul Nitze, para la creación de un sistema de defensa estratégica no tienen muchas probabilidades de ser aceptados. El presidente Reagan, prácticamente en solitario, aboga por la necesidad de defender a la población norteamericana como única forma de escapar al holocausto nuclear. Pero incluso aunque las investigaciones demuestren que esto es factible, se tardará todavía una década y media en crear las armas necesarias para ello, y puede que aún más, ya que la Administración se ha comprometido a negociar antes de su despliegue.

Estados Unidos corre el peligro de justificar una defensa estratégica para finales de la década de los noventa resaltando de tal manera los horrores de una guerra nuclear actual que les llevará a adoptar una estrategia basada en unas armas que no se atreve a usar, marcados por una política de control de armamento que pretende su eliminación sin desarrollar a un tiempo ninguna alternativa sólida para el futuro inmediato

Todo recorte podría ser peligroso

En este ambiente, el debate sobre los presupuestos es secundario ante el problema estratégico central: la relación medios/objetivos y la relación entre las decisiones sobre nuevas armas y la política de control de armamento. Todo recorte podría ser peligroso, porque haría recaer el debate en cuestiones secundarias al tiempo que permitiría el mantenimiento de los dilemas actuales. La cuestión no es el valor de armas aisladas, sino una revaluación de la estrategia global de Estados Unidos.

Desgraciadamente, la actual organización del Departamento de Defensa constituye el principal obstáculo en este sentido. La ley de Seguridad Nacional de 1947 creaba una jefatura del Alto Estado Mayor conjunta en la que estaban representados los jefes de los estados mayores de las diferentes ramas de las Fuerzas Armadas. Su presidente es primum inter pares. Operan sobre la base del consenso, procedimiento que hace necesario gran número de personal, una masa de documentos y el menor denominador común.

Tal procedimiento sería únicamente costoso en tiempo si la tecnología moderna no hubiera destruido la distinción tradicional entre las misiones de cada uno de los ejércitos. Los conflictos importantes implican inevitablemente a todas las ramas de las Fuerzas Armadas, actuando conjuntamente, con sistemas de armas que se yuxtaponen. -

Edward Luttwak, en un libro nuevo fundamental, El Pentágono y el arte de la guerra, ha demostrado el impacto paralizador de esta situación sobre la planificación de operaciones y su gestión.

Las consecuencias para la estrategia global son aún más preocupantes. La planificación estratégica, si es que existe, se lleva a cabo en los mandos conjuntos, donde se reúnen las ramas pertinentes para misiones concretas. Pero los jefes de los mandos conjuntos ni pertenecen al Alto Estado Mayor ni controlan a sus componentes en tiempos de paz.

En contraste, la preocupación inevitable y natural de los jefes de las distintas ramas, con sus mandatos competitivos y en ocasiones mutuamente excluyentes, es el futuro de sus propias fuerzas, que depende de la parte que les corresponda del presupuesto total. Su incentivo reside más en fomentar las armas que estén bajo su control exclusivo que en planificar una política de defensa global.

La rivalidad entre las diferentes ramas, institucionalizada de la manera anteriormente explicada, se ve aumentada por los tremendos vaivenes del humor del Congreso con respecto al presupuesto de defensa. A los fuertes aumentos de los años sesenta les siguió un ataque despiadado sobre los gastos militares en la década de los setenta. La escalada de la Administración Reagan tenía un fuerte apoyo al comienzo, aunque actualmente tiene que hacer frente a una creciente oposición.

Reducciones para salvar las apariencias

Enfrentados con este efecto de péndulo, los jefes de las distintas ramas militares intentan proteger a los suyos convirtiendo la estrategia en una cuestión. de gestión. En épocas de abundancia presupuestaria distribuyen los aumentos entre el mayor. número posible de categorías de armamento. En períodos de tacañería presupuestaria tienden, a hacer recortes, no en la infame llave inglesa de 10.000 dólares, sino en algo visible y doloroso, con el objetivo de despertar el mayor grado posible de protesta pública. Esto me lleva a las siguientes conclusiones:

a) Debe aprobarse el presupuesto de defensa propuesto para este año con, como mucho, reducciones para salvar las apariencias, ya que no está de acuerdo con los compromisos políticos relacionados con el déficit.

b) Antes de presentar el próximo presupuesto se debe dar máxima prioridad a la creación de una estrategia de defensa coherente, que tenga en cuenta la revolución producida en la tecnología y que ofrezca alternativas reales e inmediatas a la idea de la destrucción asegurada. Personalmente, dudo que haya un camino barato para lograr este objetivo.

c) Debe tratarse la política de control de armamento no como una herramienta de negociación una vez que se hayan creado ya las armas, sino como parte integral del ciclo presupuestario.

d) Debe revisarse la organización militar del Departamento de Defensa. Es necesario reforzar los poderes del presidente de la Junta de Jefes del Alto Estado Mayor, debe ampliarse su personal y su trabajo debería guardar relación con tareas concretas.

Este enfoque apartaría a la defensa nacional y al control de armamentos de la política de partidos. Los requisitos de la seguridad de Estados Unidos no cambian cada cuatro u ocho años.

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