Grupo Caixa, el gran retorno del “exilio”
La fundación y el brazo inversor del banco regresan a Cataluña gracias a la normalización política que practica el Govern de Salvador Illa


El Grupo Caixa ha iniciado la gran operación de su retorno desde el “exilio” al que se vio abocado hace casi siete años. En su contenido directo, se trata de una operación de normalización empresarial. Lo propio —y lo que solemniza el marco legal—, es que las sedes sociales se sitúen donde radica la dirección de la empresa, mejor si además resulta ser el epicentro de su actividad, o uno de sus mercados principales. Desde esta óptica, resulta una anomalía, tanto de las compañías, especialmente financieras, como de la superconcentrada geografía del poder económico en España, la discordancia de sedes: una simbólica en la ciudad de origen; otra de facto en la capital.
Pero además acarrea un significado político-económico muy poderoso: certifica que el mercado interior de España no corre peligro de desgarro. Noticia positiva incluso para quienes no creen en ello. Ello es así porque se funda en un paradigma bastante nuevo: la situación política de Cataluña está esencialmente normalizada desde que el Govern del socialista Salvador Illa empezó a trabajar (en vez de soñar, lo habitual), algo que facilitó, no se olvide, su antecesor Pere Aragonés (de Esquerra).
El retorno del grupo Caixa, viene precedido por el de su colega, el Banco de Sabadell: subraya su tino, y su motivación exógena al proceso de la opa del BBVA. Hilvana una secuencia de eventos potentes. Los bancos exhibían la máxima exposición de cualquier empresa al riesgo de una secesión territorial de España y la consiguiente exclusión de la UE del territorio seccionado, pues perderían la protección del BCE: esa invitación al desastre.
Si los más afectados conjuran ese peligro, invitan a que los demás, menos perjudicados, les sigan. Pues la causa del amable “exilio” a Palma de Mallorca o Valencia —un trayecto al que obligó la realidad, no un capricho electivo— fue entonces la ausencia de “seguridad jurídica”. Y eso es lo que ahora está restablecido también a ojos de los banqueros. Por más que alguna oposición se empeñe en negarlo, al seguir tratando a todos los catalanes como terminales robóticas de Waterloo.
El retorno del Grupo Caixa no es aún completo. Vuelven al hogar dos de sus tres grandes entidades. La Fundación, que es la primera de España y segunda de Europa. Y el holding empresarial, Criteria, que acaba de recuperar su histórica propensión al compromiso industrial, para convertirse en eje vertebrador de núcleos duros nacionales en compañías clave.
Pero el banco, Caixabank, se queda, al menos de momento, en su sede de Valencia. Así que el paso resulta decisivo pero incompleto. Es tributario de un síndrome de equilibrio cauteloso, característico del grupo y bastante frecuentado por su principal actor, Isidro Fainé: molestar poco. Pero el argumento usado en sordina por las torres negras barcelonesas para aplazar el cambio —que se trata de un banco ya muy “madrileñizado”— es débil.
Ya se sabe que todos los bancos han deslocalizado sus departamentos de tesorería y muchas gestiones institucionales a la capital. Y la ubicación en la ciudad valenciana no es a estos efectos más favorable que la original. Si las posibles especulaciones de que se persiga mantener un plus de seguridad por si vuelven a venir mal dadas (efecto BCE) adquiriesen pábulo, eso degradaría la cualidad del paso ya emprendido. Que además refuerza la percepción de pluralidad en el mapa del poder económico español.
Más bien se intuye en el proceso por etapas un diseño para una triple coincidencia en un futuro no lejano: el retorno completo del grupo; el relevo en la cúpula; y la digestión ordenada, sin distorsiones, del paquete accionarial que mantiene el Estado en Caixabank.
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