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La cueva asturiana de Tito Bustillo, a medio descubrir

La riqueza arqueológica de la cueva asturiana de Tito Bustillo, cuyas muestras de arte parietal son comparables en importancia a las de Altamira, "está sólo estudiada en una mínima parte y es probable que tenga yacimientos anteriores al magdaleniense superior", según manifestó ayer Alfonso Moure Romanillos, director del departamento de Arqueología de la universidad de Santander y responsable de las excavaciones realizadas en esta caverna desde 1972.Además de un conjunto de pinturas rupestres, en Tito Bustillo, según Moure "una de las estaciones del paleolítico superior más importantes del mundo", se han encontrado restos de arte mueble, grabados y utensilios de uso cotidiano.

El yacimiento analizado hasta ahora cubre 24 metros cuadrados y "ha sido estudiado mediante un proceso de excavación horizontal, de forma que aún no puede excluirse la existencia de niveles de ocupación a mayor profundidad que la alcanzada", opina Moure.

A juicio de este especialista, autor de una guía sobre Tito Bustillo presentada ayer en Oviedo, "el yacimiento es muy grande y precisa que se continúe excavando para intentar averiguar si hay otros restos más antiguos que los localizados hasta ahora, pertenecientes al magdaleniense superior, la última etapa del paleolítico".

Alfonso Moure estima que las visitas turísticas a la cueva, limitadas a unas 250 personas al día, "no es probable que tengan los efectos observados hace algunos años en Altamira, porque Tito Bustillo es una caverna de una extensión mucho mayor y de características muy distintas. Estimo poco probable que por el solo hecho de las visitas se altere la posible conservación de las pinturas."

"No obstante" añadió, "es importante que se haya adoptado la precaución de controlar las entradas. Lo que hace falta ahora es evaluar, mediante control, esas posibles influencias". Tito Bustillo está abierta al público desde la primavera hasta el otoño.

Situada en la localidad asturiana de Ribadesella, la cueva de Tito Bustillo fue descubierta en 1968 por el grupo espeleológico Torreblanca, uno de cuyos componentes, Celestino Bustillo, falleció poco después del hallazgo. La cueva adquirió su actual denominación en su recuerdo.

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