La apertura hacia Moscú, sin parangón en Nicaragua
La voluntad de diálogo con la Unión Soviética para lograr una reducción de armas nucleares mostrada por el presidente estadounidense, Ronald Reagan, al comienzo de su segundo mandato contrasta vivamente con el tono de ruptura empleado con Nicaragua. Los signos conciliadores emitidos desde Managua y La Habana sugiriendo un compromiso han sido tajantemente rechazados por Washington.
Reagan ha decidido continuar aplicando la política de la tensión continua sobre los sandinistas. Cuando aún se estaban contando los votos que le llevaron de nuevo a la Casa Blanca, la Administración fabricó una crisis al anunciar que aviones Mig 25 soviéticos estaban a punto de ser desembarcados en Nicaragua.A primeros de enero EE UU reanudó el envío de sus navíos al Caribe, frente a las costas nicaragüenses, que había suspendido por motivos electorales, con un objetivo intimidatorio y de despliegue de la bandera en unas aguas que el Pentágono a duras penas considera internacionales. A la misión iniciada por el portaviones nuclear Nimitz, de 90.000 toneladas, uno de los orgullos de la flota, seguirán otras.
Las ofertas hechas por el presidente nicaragüense, Daniel Ortega, en su toma de posesión de conceder una amnistía a los rebeldes y su deseo expreso de llegar a un acomodo con el poderoso vecino norteamericano fueron rechazadas por Washington como "vacías", ya que no ofrecen "una auténtica apertura política". Ortega llegó a aceptar que EE UU tiene intereses estratégicos en la zona, que Nicaragua está dispuesta a respetar. El presidente cubano, Fidel Castro, está también multiplicando sus ofertas de diálogo.
"Estoy convencido de que quiere alcanzar un acuerdo con Washington", ha afirmado a su regreso de La Habana el congresista William Alexander, donde se entrevistó con el líder cubano. Este parlamentario ha propuesto que el Partido Demócrata, al que pertenece, convoque una conferencia de naciones del hemisferio occidental, incluida Cuba, para buscar la paz en la región. La reacción del Departamento de Estado ha sido muy negativa: "Es la vez número 45 que Castro ha dicho esto para decir inmediatamente lo contrario". El líder cubano busca desde hace tiempo algún tipo de acomodo con el poderoso vecino norteamericano y ha manifestado, sobre todo tras la invasión norteamericana de Granada, que sería muy poco lo que la URSS o Cuba podrían hacer para acudir, si fuera necesario, en ayuda de los sandinistas. Pero hasta ahora lo único que ha. conseguido firmar un acuerdo de inmigración con Washington.
Sin embargo, al mismo tiempo se anunciaban algunos signos menos negativos. El jefe del Comando Sur norteamericano, el general Paul Gorman, considerado como el arquitecto de la política militar de dureza en Centroamérica, indicaba que abandonaba su cargo. El secretario de Estado, George Shultz, notificaba a su vez un recambio de embajadores en la zona. Uno de los que perderán su puesto es John Negroponte, que actuaba con un procónsul desde su Embajada en Tegucigalpa.
La presión sobre Managua alcanzó su punto máximo con la decisión de romper el único foro de diálogo que mantenían los dos países, las conversaciones de Manzanillo. El hombre que logró convencer a Reagan, en contra de la opinión de los halcones, de la necesidad de continuar con una línea abierta de diálogo con Managua, el secretario de Estado, George Shult, se encontraba estas semanas demasiado ocupado con las conversaciones con los soviéticos para poder parar este golpe.
La decisión fue adoptada en la Casa Blanca con el apoyo del presidente, el secretario de Defensa, Caspar Weinberger, y el director de la CIA, William Casey, y con la aceptación a regañadientes de Shultz. Un funcionario de la Casa Blanca explicó que la Administración había llegado a la conclusión de que las conversaciones con los sandinistas no eran productivas porque Nicaragua no se sentía suficientemente presionada para hacer concesiones. Reagan quiere lograr esta presión a través del rearme de los contras, ya que, como dijo el citado funcionario, "no llegaremos a ningún sitio en las negociaciones a menos que los sandinistas estén muertos de miedo con la amenaza de los rebeldes".
La gran baza que Washington estaba jugando con la democratización en El Salvador y la esperanza puesta en la oferta de negociación hecha por el presidente Duarte a la guerrilla no son tan seguras como se pensaba. Los temores a que Duarte no consiga estabilizar a su favor la situación en El Salvador, la pieza clave de la política de EE UU en la región, hace aún más importante para Washington la necesidad de contener a Nicaragua.
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