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Cuestiones de matiz

Le hubiera reconocido aun sin haberle conocido previamente de vista: el típico pijo de la Diagonal -versión barcelonesa de la madrileña Serrano- de finales de la década de los cuarenta y comienzos de los cincuenta. La voz gangosa, la entonación, la sonrisa, el atuendo y, como rasgo singularizador, aquel tic de mentón que le hacía ladear y estirar el pescuezo como si le apretara el cuello de la camisa. Uno de tantos pijos con los que mis amigos de colegio y yo nos cruzábamos los domingos por la mañana cuando íbamos a una pista de patinaje situada más o menos frente al ex actual Sears. últimamente le he vuelto a ver cuantas veces he tenido que pasar por el hall de un céntrico hotel de Barcelona, lo que más bien parece indicar que él va cada tarde; tanto más cuanto que no da la impresión de estar esperando enclontrarse con nadie en concreto. Simplemente sentarse allí, en un ambiente confortable, internacional, leyendo el periódico, contemplando el ir y venir de la gente que viaja, sin consumir ni un vaso de agua. Y los empleados del hotel, que sin duda le conocen de sobra, le dejan instalarse a sus anchas. Por otra parte, aunque las cosas no parecen haberle ido demasiado bien, su aspecto es decoroso: los mismos trajes príncipe de Gales cuidadosamente planchados -ahora vuelven a estar de moda-; el mismo abrigo ligero de una tela tipo bellardina excesivamente lustrada por el uso; posiblemente los mismos zapatos ingleses que, como es sabido, duran toda la vida. El físico aguanta menos,pero a los sesenta y tantos años que ahora tendrá no se pueden pedir milagros; lo único susceptible de inspirar inquietud que se le advierte es ese abultamiento -similar al de un incipiente embarazo- bajo la chaqueta, síntoma, tal vez, de que algo hay en el estómago, en el hígado o en el paquete intestinal que,no anda todo lo bien que debiera. Como las cosas en general, pues es evidente que nuestro pijo marchito sometido a observación va de capa caída, sea porque ha sufrido algún quebranto a consecuencia de esos juegos de talones sin fondos y peloteo de letras que tanto propicia la ociosidad, sea meramente porque, de acuerdo con una ley similar a la de la gravedad, el poder adquisitivo de las rentas fijas decae con los años. No ha variado, en cambio, su expresión de sabio escepticismo -párpados entornados, esbozo permanente de sonrisa-, insuficiente, no obstante, para empañar,su esencial imbecilidad.¿Qué leerá en el periódico? Notas de sociedad (es de los que conocen a todo el mundo), necrológicas, sucesos. ¿Algo más? Los titulares: guerras, atentados, matanzas, catástrofes naturales, cataclismos, que, en razón de su carácter imprevisible, sin duda ejercen sobre él una peculiar fascinación. Y es que lo demás es siempre lo mismo. Porque, para una persona como nuestro ser sometido a observación, la historia siempre se repite; repeticiones exactas, al milímetro, que resultan extraordinariamente cómodas, ya que lo explican todo. ¿Nicaragua? Antes hubo lo de Cuba. ¿Vietnam? Antes fue Corea. ¿Manifestaciones callejeras? Una persona de su edad aún recuerda el go home que llenó las paredes de Europa no bien acabó la guerra mundial, cuando los partidos comunistas eran fuertes y las tropas estadounidenses -hasta poco antes, liberadoras- ya no eran más que un estorbo. Ahora el repertorio reivindicativo es más variado y con frecuencia contradictorio, además de acumulativo. Manifestaciones y pancartas anti-OTAN a las que eventualmente puede añadirse cuaquier otro motivo no previsto.en la convocatoria: contra el paro, contra las centrales nucleares, contra la reconversión, contra las multinacionales, en favor de Nicaragua, en favor de la independencia total, caso de realizarse el acto en determinadas comunidaes autónomas; lo que sea. Y ni que decir tiene que será paseado un monigote alusivo a Reagan como, años atrás, a Carter. Pero todas esas diferencias no son sino cuestiones de matiz.

Pues así como para nuestro pijo marchito de familia venida a menos, que lee el periódico de balde confortablemente instalado en el hall de un hotel, lo más cómodo es la repetición cíclica de los acontecimientos históricos, para un hombre, para muchos hombres, de mentalidad más combativa, no hay nada como un buen arquetipo inamovible. ¿Unión Soviética? El asalto al Palacio de Invierno, paso insoslayable de toda revolución social. ¿Estados UNidos? La Coca-Cola, emblema risueño que esconde el neocolonialismo imperialista más despiadado. De hecho, dos variantes que se dan la mano: volver al punto de parti

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da tras un giro completo equivale a no haberse movido. Y los matices, en cualquier caso, serán irrelevantes.

También sería mucho matizar establecer una distinción entre publicidad y propaganda. Y, más todavía, señalar que la comúnmente denominada propaganda americana es, en realidad, publicidad americana: productos americanos, música americana, modas americanas. Lo que en un momento determinado está de moda en Estados Unidos, antes de cinco años lo estará en el resto del mundo. El único producto americano que Estados Unidos no ha sabido vender es su propia imagen. La propaganda soviética, en cambio, muy activa en otros tiempos, se beneficia ahora del eco de otros planteamientos ideológicos que, con todo y no aceptar la realidad soviética, siguen siendo afines a los viejos ideales de la izquierda. Desde un punto de vista propagandístico, se trata, así pues, no tanto de proclamar los logros de la Unión Soviética -antipublicitarios-, cuanto de esgrimir los pecados del capitalismo y de su máxima petsonificación en la etapa imperialista de ese capitalismo, Estados Unidos de Norteamérica. Aunque sean pocos los argumentos propios de la guerra fría que no han perdido su vigencia, el reflejo antiamericano sigue actuando en el mundo como un verdadero reflejo condicionado. De ahí que una intervención militar norteamericana en el extranjero -solicitada o no- merezca una reacción mundial adversa mucho más resonante que una intervención militar soviética -solicitada o no- en otro país extranjero. A este paso, para encontrar otro ejemplo de la conversión de una gran potencia en la bestia negra universal -ni el Reino Unido ni Francia alcanzaron tan incómodo privilegio, pese a sus todavía frescos ex imperios coloniales- habría que remontarse a la España de los siglos XVI y XVII.

Vamos, lo de siempre, como dirá sin duda nuestro ser sometido a observación. Y así, mientras en el último cuarto de siglo la revolución ha triunfado -contra lo inicialmente previsto-, no en los países industrializados gracias al protagonismo de la clase obrera, sino por la fuerza de las armas en diversos países del llamado Tercer Mundo, paralelamente, también en el curso de los últimos años, en los países llamados comunistas se está desarrollando de forma progresivamente acelerada el regreso a la iniciativa privada, presentada como estímulo a la producción. En Yugoslavia, la economía es mixta prácticamente desde el asentamiento del nuevo régimen. Más paulatino ha sido en Hungría, y más tajante en China, donde a través del Diario del Pueblo se ha proclamado el carácter obsoleto del marxismo-leninismo. Algo de eso, y con mucha mayor prudencia, parece adivinarse también en la evolución de la propia Unión Soviética. ¿Se ha enterado de todo ello la gente? Yo diría que no demasiado; valdría la pena preguntárselo a nuestro pijo objeto de observación (ya se sabe: los chinos son muy listos, comentaría tal vez) o a los fogosos militantes de Sendero Luminoso. O será, tal vez, que valoro en exceso los beneficios de estar bien informado. En lo que a política internacional se refiere, pocas veces me he sentido tan seguro como durante el breve período en el que ala cabeza de las áreas de poder de las dos superpotencias coincidieron Andropov y Bush, ex directores del KGB y la CIA, respectivamente. Así ha de ser: que se conozcan mutuamente lo mejor posible.

La evolución de la Iglesia a partir, por ejemplo, de la muerte de Pío XII también nos ofrece un buen número de matices. La Iglesia de los pobres y la teología de la revolución, por citar sólo los más recientes. Es decir: planteamientos teológicos que vienen a reforzar los puramente ideológicos en determinadas áreas del mundo, brindando así la dimensión metafísica que algún que otro pensador echaba de menos. Pero si ese entendimiento directo con Dios a través de los evangelios y la fe, por encima del Papa, es aplaudido en una fase de lucha como la que atraviesa Nicaragua, no tiene por qué ser aceptado, en cambio, por un régimen consolidado como el cubano, que, de abrir la mano, podría acabar viéndose enfrentado, como sucede en Polonia, a un verdadero poder político. No en vano la historia de la Iglesia, desde sus orígenes, está llena de antecedentes similares, sobre los cuales, bien asimilándolos, bien reprimiéndolos, siempre ha terminado por prevalecer Roma o, en su defecto, una Iglesia reformada cualquiera, merecedora de idéntica valoración política desde un punto de vista revolucionario, sólo que sin el aura de Roma. Claro que nuestro ser sometido a observación nunca ha oído hablar de Hus, ni de Savonarola, ni de los fraticelli franciscanos, y aunque le sonaran de algo, con decir que la Iglesia es siempre la Iglesia quedaría todo explicado. Así que Pijo Marchito dobla el periódico, lo deja a un lado y se incorpora trabajosamente, imperturbable su expresión de sabia imbecilidad. Ya se sabe, los periódicos siempre traen lo mismo.

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