"Que se escuche a los que empiezan"
M. LOURDES ORRIOLS "Pediría que se escuchase a los que empiezan; que se les diera la oportunidad de realizarse como hombres de bien. Que ningún escritor español tuviera la necesidad de cruzar las fronteras para ser oído. Pediría, ante todo, amor, comprensión y paz", afirmó Vicente Aleixandre en una entrevista que concedió días antes de morir. "Confesaré que mi éxito consiste, ha consistido y consistirá -hasta que Dios quiera- en ese tesón por ir trabajando. Así de simple", dijo en otro momento.
"Tuve, por fortuna, una infancia gozosa, ingenua, feliz", evocó el poeta. "En la infancia se forma la onciencia del hombre. Cuánto crimen, cuánta guerra, cuánto mal podría ahorrarse en el mundo si todos los niños tuviesesn un crecimiento puro, sin coacciones ni amenazas... Disfruté de unos padres maravillosos e inmejorables".
Aleixandre creció de niño en Málaga: "Me dejo invadir por el paisaje, por las cosas; por la vida. Aprehendo. Ruedo por la arena de la playa, recibo el olor a nardos del atardecer. Escucho el rumor incansable de las olas". De aquella etapa recordaba a Emilio Prados y la cita, cotidiana con la escuela, mejor dicho, con don Ventura -tupé levantado, cejas amenazadoras, bigote a lo kaiser, ojos desmentidores de tanta fiereza y mejillas plácidamente redondas bajo los ojos-, que nos esperaba, de pie, desde unos minutos antes de las nueve, ya con el puntero en la mano, bajo el gran hule de su España de colorines".
En 1917 tuvo un encuentro fundamental con Dámaso Alonso, que le introdujo en la poesía. Sus palabras sobre Rubén Darío "fueron las primeras palabras apasionadas sobre la poesía que yo escuché. Aquella virginal lectura fue una revolución en mi espíritu".
Naranjas de Miguel
Sus primeros versos fueron "mi gran secreto. Sólo Dámaso recibió las confidencias, pero Dámaso es burlón, cariñosamente burlón, y ante amigos comunes recita versos de los poemas tan celosamente guardados... En 1924 empecé a escribir los poemas que formarán mi primer libro. Poco después, una tarde, en mi habitación del piso de Serrano, nos hallábamos reunidos :un grupo de amigos. Aprovechando un descuido, el más indiscreto descubre, en una carpeta, sobre mi mesa, las cuartillas. Ya no hubo forma de impedir que corrieran de unas manos a otras. Que se hicieran bromas por el secreto roto. Alguien se encargó de enviar los originales a la Revista de Occidente".
Hasta el final, Aleixandre recordó a Miguel Hernández: "Era puntual, con puntualidad que podríamos llamar del corazón. Quien lo necesitase a la hora del sufrimiento o de la tristeza, lo encontraría en el momento justo. En cuanto venía a Madrid, Miguel me acompañaba, me atendía. Durante aquellos años de guerra me ayudó cuanto pudo. A lo mejor llegaba a la casa del tío Agustín con un saco al hombro: 'Toma, Vicente, son naranjas de Orihuela'".
Babelia
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