Alta y personalísima poesía
No he visto mucho en mi vida a Vicente Aleixandre. En el tercer centenario de la muerte de Góngora, cuando nos reunimos en Sevilla aquella primavera de 1927, año que daría nombre a nuestra generación, ya Vicente Aleixandre no asistió debido a su inicial mal estado de salud. No recuerdo ahora bien quién me lo presentó. Tal vez Dámaso Alonso o Juan Chabás, pero siempre lo recordaré, alto, rubio, muy joven y elegante, en la plataforma de un tranvía nocturno de nuestro barrio de Salamanca, que lo llevaba a un palco de la ópera del Teatro Real. Más tarde, durante nuestra guerra civil, ya Vicente autor de diversos libros de alta y personalísima poesía, logré traerlo una noche a un acto para los ferroviarios de la estación del Norte, en el que leyó, entre algunos de sus poemas, dos bellos y temblorosos romances, que publicamos en el Mono Azul, revista de nuestra Alianza de Intelectuales Antifascistas para los soldados de las trincheras. Luego, llegamos a aquel final de nuestra guerra, que nos separó a todos. Y Vicente, siempre muy delicado de salud, no pudo salir de Madrid. Después pasaron casi 40 años, durante los que Aleixandre se convirtió en el poeta ejemplar, el gran maestro, para las generaciones que fueron surgiendo, en medio de censuras y otras clases de restricciones. Hoy, Vicente, premio Nobel de Literatura de 1977, se encuentra, en un descenso grave de su salud, en una clínica madrileña, a la que le llegan ininterrumpidamente la ansiedad y la angustia de toda la España que lo admira y lo quiere.
Babelia
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