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Búsqueda de la luz

Juan Cruz

, Pablo Serrano está ahora como Pirandello y Diógenes en una misma barca, buscando la luz invisible de la moral de los artistas, solitario como Unamuno en medio del prado quejumbroso del creador despreciado; él no lo soporta, y aguarda que de debajo de su barba roja aragonesa surja la solución de ese conflicto entre lo que la sociedad espera del artista y lo que la sociedad le da al artista. Él ansía más, y tozudo como un bloque de hierro forjado está detrás del pleito desde antes de que la Constitución le amparara. Tras las gafas enormes con las que ilumina su vista, Serrano guarda la inocencia de los niños de su tierra, y camina como sobre hojarascas de otoño creyendo que el monte puede ser enteramente de orégano. A lo mejor gana el pleito, y entonces se reirá como hace cuando se acaba la noche y él se traslada en silencio asombrado a la casa de la Castellana donde vive como un paje egipcio rodeado de cuadros de Juana Francés, del alegato mudo de Aranguren y del grito sin vetas de su amigo Miguel de Unamuno. En la cocina está el pan, pero él lo traslada, para dárselo a todo el mundo. Ahora está empeñado en recoger las migajas de una escultura que le destrozaron con una alevosía que él quiere convertir en símbolo.

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El derecho moral de Pablo Serrano
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