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Tribuna:FESTIVAL DE TÍTERES DE BARCELONA
Tribuna
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Entre Cenicienta y Sodoma

Sin lugar a dudas, Genesi de la compañía Teatro delle Briciole, de Parma, es el mejor espectáculo de cuantos hasta el momento nos ha ofrecido el VI Festival Internacional de Títeres de Barcelona. Por múltiples y complementarias razones. Por su carácter innovador, por su brillante puesta en escena, por tratarse de una única historia -desde la creación del mundo hasta la hecatombe de Sodoma y Gomorra- y no de unas pocas o muchas historietas independientes más o menos cortas.El Teatro delle Briciole, que actualmente está integrado por 20 personas que trabajan en régimen de cooperativa, fue fundado en 1974 y en sus 10 años de existencia ha producido 15 espectáculos. Desde el año pasado, tras un acuerdo con el Ayuntamiento de Parma, la compañía dispone de un local propio -la ex iglesia Sanquirino, en la misma Parma- como centro de producción. Fue a partir de 1982 cuando el Teatro delle Briciole comenzó su vertiginosa y prestigiosa carrera internacional en ciudades de Francia, Alemania, Suiza, Austria, Gran Bretaña, Canadá y Estados Unidos. Ahora están en Barcelona, y antes de fin de año actuarán en Sevilla, Bilbao, Madrid y Zaragoza.

Juego disparatado

En septiembre de 1982, el Teatro delle Briciole y su espectáculo Genesi participaron en el famoso Festival Mundial de Marionetas de Charleville-Mézières, en Francia, cerca de la frontera con Bélgica, en las Ardenas. Patrick Erouard-Siad concluía su crónica del festival (Liberation, 1-1082) afirmando que "la verdadera revelación de este festival de Charleville-Mézières fue el Teatro delle Briciole. Su espectáculo, Genesi, ha tenido que ser representado dos veces en la misma noche. El tema es bien simple, al alcance de cualquier marionetista: la creación del mundo... Dios convertido en director de escena que supervisa el todo. Completamente rock. Esta pequeña locura italo-rimbaudiana compensa todo el aburrimiento de Charleville-Mézières".

Genesi es un disparatado juego de niños. Dos actores, Dios y su ayudante, y un tercero, encargado de la banda musical, se divierten recreando la Creación. Con un montón de arcilla, unos cuantos cubos de agua, cuatro pececillos de colores, de verdad, una pecera y una ballena de plástico, varias docenas de muñecos y media docena de focos, un espejo para hacer al hombre a imagen y semejanza divina, flores multicolores y un par de oasis palestinos, el arca de Noé y una paloma blanca, mansa y contrabíblica, que se niega a coger con el pico la ramita de olivo, una imaginación excepcional y un humor desbordante, el Teatro delle Briciole sintetiza en una hora los miles de años que van desde la Nada al pecado de Sodoma y Gomorra.

El espectáculo culmina con un hallazgo escénico sorprendente y precioso. Dios se entera, leyendo el periódico, de que Satanás campa a sus anchas por Sodoma y Gomorra y decide poner fin a tanta perversión. En una pequeña pantalla se proyecta un pedazo de película en que se ve, y se oye, una multitud que se lo pasa bomba; Dios se levanta, enciende una cerilla y prende fuego a la pantalla que lentamente se va quemando mientras los gritos y las carcajadas de placer se van tornando llanto y gemidos de terror. Un manguerazo de nieve carbónica pone fin al holocausto bíblico y al espectáculo.

Jaula sin pájaros

En cuanto al resto, pocas cosas excepcionales. Si acaso, el perfeccionismo artesanal de la Cenicienta que nos trajo el Théâtre Drak, que cumple las funciones de teatro nacional de marionetas de Checoslovaquia; o el estupendo sentido del gag visual y el exacto dominio de la técnica del teatro de sombras que mostró Richard Bradshaw, director desde 1976 del Teatro Nacional de Marionetas de Australia; o la propuesta innovadora de Catherine Sombstay y su minúsculo teatro de títeres, una jaula sin pájaros que se convierte en un singular espacio escénico donde un sinnúmero de objetos pequeñísimos se transforman en personajes de una historia fantasmal; o el espejismo de esa bailarina creada, a cuatro manos, con cuatro listones de madera por el grupo argentino Bululú; o el exótico viaje a que invita la Companyia de Titelles de I'nstitut del Teatre con su Volta al món en 80 dies. Y poca cosa más.

Es cierto que el Festival Internacional de Títeres de Barcelona, que se celebró por vez primera en 1973, se encuentra en estos momentos en una etapa de crecimiento, definición y consolidación después de esa profunda y larga crisis de más de cuatro años que sobrevino después de aquella magnífica cuarta edición de 1977. Y en este sentido cabe subrayar diversas cuestiones que preocupan de cara al futuro. En primer lugar, hay que evitar que el festival se convierta en una especie de fiestecilla entre académica y folklórica desligada de la realidad social y artística; y nos preocupa, por ejemplo, que en el par de representaciones que se ofrece de cada espectáculo, el patio de butacas no se llene.

Reactivar el festival significa, entre otras cosas, integrarlo en la dinámica de los títeres en Cataluña, y en esta cuestión suponemos que los treinta y tantos grupos de titiriteros que funcionan en Cataluña, asociados en la sección catalana de la Unión Internacional de Marionetistas (Unima-Cataluña) tendrán alguna cosa que decir, alguna propuesta que ofrecer. Por otro lado, el festival ha de trascender los dos o tres locales en que habitualmente se celebra, necesita por lo tanto una mayor proyección social hacia los barrios barceloneses y hacia otras ciudades. Y hacia las escuelas, claro. Con urgencia hay que recobrar esa visión descentralizada y descentralizadora del festival, por ejemplo, organizando muestras paralelas, subsidiarias si se quiere, en otras ciudades, organizando actuaciones en la calle... o incluso cambiando de sede si Barcelona no despierta de ese letargo tan largo, demasiado angustioso.

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