10 bandas madrileñas en la plaza de Chinchón
Características distintivas del Festival de Otoño de Madrid son, por un lado, la extensión de los espectáculos y conciertos a los pueblos de la provincia, hoy comunidad; por otro, la atención a las manifestaciones de mayor onda popular junto a los recitales y programas todavía minoritarios. No está mal que una tarde conozcamos a Phil Glass y otra asistamos al despliegue multicolor y multisonoro de las bandas de música en Chinchón.Por estos días, la maravillosa e irregular plaza, coronada por la parroquia de la Asunción, se viste de coso taurino. Con la profusión de banderas, la fiesta parece más nacional que nunca. Por los tendidos y los naturales palcos-balcones de las viejas y bellas casas se asoma el pueblo expectante; bajo los soportales, las gentes, venidas de aquí y allá, merodean de bar en taberna, echan un trago de anís, beben un carajillo y llevan bajo el brazo panes blancos y corruscantes de formas escultóricas, suerte de ninots, para la falla del cordero asado a la vieja usanza.
Acento adecuado
El coso ha acogido el sábado y domingo a diez bandas de la comunidad que, en alegre competencia, se disputan los premios del primer certamen de la especialidad. Formaciones relativamente reducidas (Pinto, San Martín de la Vega, Colmenar de Oreja, Arganda del Rey, Navalcarnero) y otras de más crecida plantilla: Getafe, Alcobendas, Móstoles, Leganés o Alcorcón. Ante un público que excedía el millar de personas, las batidas tocaron una obra obligada (El barberillo de Lavapiés), un pasodoble y una tercera página, ambas de libre elección. Tres bandas quedaron seleccionadas: la de Leganés, que dirige Manuel Rodríguez Sales; la de Alcorcón, de la que es titular Antonio García Pérez, y la de Alcobendas, con Vicente Sempera al frente. El pasadoble Puenteareas (que suelen acentuar mal en radio y televisión), original, de Reveriano Soutullo; La arlesiana, de Bizet, o la Sinfonía del Nuevo Mundo sonaban en la plaza abierta, clara de luces, apretada de muchedumbre. Con ellas, la Banda Sinfónica Municipal de Madrid, dirigida por Moisés Davia, y la de la Guardia Real, con su maestro José López Calvo, intervendrán el próximo sábado en la final de la plaza Las Ventas. Como en Chinchón, los madrileños escucharán el himno de la comunidad.
El festival se hace fiesta mayor para airear viejas músicas queridas por sabidas (o al revés), en unas jornadas bien distintas del arte indio de Padma Subramanian o de la genial creatividad de Esperanza Abad, quien en El Escorial triunfó el mismo sábado con Las cartas sobre la escena y recuerdos del porvenir, sobre música de Villaconejo y Tomás Marco.
Con la colaboración de José Lluis Osca, en sonido, y la dramaturgia y regie de Antonio Tordera, Esperanza Abad hizo un espectáculo fuertemente personal, cuyo protagonismo encarna esta artista, a la que tantas veces se compara con Caty Berberian. La similitud es válida, en principio, pues se trata de un tipo de creacionismo fuertemente expresivo. Pero, a fin de cuentas, la española posee una personalidad propia y contrastada que se autodefine y convence.
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