Buenas voces femeninas y deficiente escenificación
De las cinco funciones a que este año se ha visto reducida la temporada del Campoamor, han transcurrido tres en el momento de escribir estas líneas. La temporadilla comenzó con una Anna Bolena de Donizetti nunca representada aquí (al menos en la última etapa del Campoamor, desde 1949).El público del teatro ovetense es cauto ante toda novedad (aunque esta sea de 1830), pero en este caso la frialdad parece justificada: la Anna Bolena tiene todo el derecho a merecer el título de obra justamente caída en el olvido.
Por otra parte, algunas de sus raras bellezas están confiadas al tenor, y Umberto Grilli no compensó con un registro agudo relativamente brillante sus inseguridades de afinación, siempre poco soportables, pero más en un género puramente belcantístico.
Tampoco el joven bajo Giorgi Surjan impresionó por sus medios. Bien, en cambio, todas las voces femeninas (Benedetta Pecchioli en Smeton; Martine Dupuy, en Juana Seymour y Cecilia Gasdia en el papel protagonista); pero ni el buen canto -en ocasiones, excelentede la Dupuy y la Gasdia consiguieron elevar la temperatura del teatro: la inspiración melódica de Donizetti en esta ópera no da mucho pie para ello.
Un Romeo femenino
La pareja Martine Dupuy-Cecilia Gasdia repitió actuación en I capuleti e i montecchi, de Bellini. El encantador lirismo belfiniano permite a los personajes de Romeo y Julieta abandonos, efusiones, melancolías, siempre dentro del "aristocratismo vocal" característico del compositor.La mezzo Dupuy en Romeo, y la soprano Gasdia en Julieta, aprovecharon magníficamente sus oportunidades. Especialmente el Romeo de la Dupuy será difícil volver a escucharlo a tal nivel de excelencia, y lo subrayo porque el público no pareció muy entusiasmado, cuando merecía entusiasmo por la igualdad impecable de su voz, en todos los registros y la notable elegancia emotiva de su fraseo.
Ambas intérpretes cantaron, desde luego, en el estilo requerido, y en la muy joven Cecilia Gastia parece vislumbrarse una soprano de brillante porvenir si su voz adquiere más cuerpo y si sus altas dotes de fraseadora excluyen alguna propensión al amaneramiento. Las voces masculinas, menos importantes en la obra, volvieron a estar por debajo.
La tercera función ofreció el contraste entre una ópera buffa como I campanello de Donizetti, sobre cuya versión, salvada la profesionalidad de Enric Serra, corremos un velo, por la falta de respeto a que llegó la incuria escénica: tal parecía tratarse de un primer ensayo.
Por otra parte, una ópera verista como Cavalleria rusticana de Mascagni, donde Elena Obratsova dio amplias muestras de su clase y garra interpretativas (singularizadas por el oscuro y tremolante eslavismo de su voz, no siempre usada de modo ortodoxo, pero dramáticamente eficaz).
El tenor Zurad Sotkilava hizo un Turiddu suficientemente plebeyo (a destacar el hermoso color y brillantez de su registro central, destinado en nombre del entusiasmo "verista", a desvanecerse en los agudos, poderosos, pero abiertos). Por su parte, Jean Charles Gebelin, nos amenizó su parte de Alfio con estentóreos despistes. La representación agradó en general, contribuyendo a ello la buena actuación (siempre vocal, se sobreentiende) del coro de la ABAO.
Las insuficiencias escénicas, crónicas en el Campoamor, siguen siendo clamorosas. Por eso, si se fijan, hemos dicho algo solo de voces, que es de lo único que cabe hablar en las temporadas ovetenses, como bien se sabe.
Babelia
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