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32º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

El certamen donostiarra oscila entre un cine autóctono y la oferta multinacional

Un filme vasco, Los reporteros, ha despertado interés pese a su realización amateur, compensada por la frescura del relato. Mientras tanto, el Festival de San Sebastián se debate en la difícil opción de estas obras autóctonas y las que le ofrece el mercado internacional. Un ruso en Nueva York, de Paul Mazursky, y Rebeldes, de Francis Ford Coppola, se instalan en el otro polo del dilema.

Aunque ha sido programada en la sección de Nuevos Realizadores, Los reporteros de Iñaki Aizpuru, es, sin duda, la película más importante presentada en el ámbito de la sección Cine Vasco, tan precipitadamente compuesta que incluso caben cortometrajes en super 8, en los que un padre de familia retrata a sus hijas cantando con más energía que talento: esa es, al menos, la opinión de algunos miembros del jurado, horrorizados ante el premio que deben dar a la mejor película de esa sección.Los reporteros es una obra claramente amateur, en la que las torpezas narrativas vienen compensadas por una frescura que puede ser identificable con la de otras comedias de las llamadas madrileñas. Algo de esto puede percibirse en las secuencias en las que los dos personajes -free lance de diversas cadenas de televisión- tratan de tantear las posibilidades del sexo, mientras otro de ellos mantiene más clara su capacidad de lucha política, es decir, mantiene un criterio ideológico enfrentado a los cauces que marca el gobierno central. Frente a la legalidad, otro concepto de sentirse libre.

¿Hay que aceptar el terreno intermedio surcado por la Constitución o, en cambio, proponer un sentido de la lucha política capaz de aceptar lícitamente la muerte de algunos seres humanos? Los reporteros expone tal dilema, presentando los razonamientos de los dos personajes en un esquema que políticamente es, sin duda, de gran interés, pero que, cinematográficamente, no ha encontrado la fórmula expresiva suficiente. Desde un lenguaje cinematográficamente aficionado, Los reporteros acerca al espectador a la disyuntiva del asesinato programado de Ryan o de Arregui, en una mezcla confusa, quizás necesaria, pero en todo caso poco clara: la película pretende diferenciar ambos extremos, pero finalmente quedan igual de complejos que en la vida real.

El Festival de San Sebastián, en su propio terreno, también está marcado por problemas que nacen de la duda: el festival no sabe muy bien si atender a la participación de las multinacionales o al proyecto de un cine autóctono que discuta la colonización a la que todo el cine exhibido en España se ve sometido. La ausencia de estrellas puede ser tanto una deficiencia de la organización como una consecuencia de un criterio que elimine la pompa en favor de una cinematografía que, a sus inimitables torpezas, oponga un sentido nuevo de la expresión en imágenes.

El Festival de San Sebastián sigue debatiéndose entre el apoyo a una cinematografía, la vasca, que aún no ha adquirido personalidad suficiente (exceptuando algunos títulos, gracias la inspiración de cada director o al talante de un productor experimentado -caso de Tasio, producido por Elías Querejeta-) o el respeto a la influencia de las compañías norteamericanas que tiempos atrás condicionaron la personalidad entera de la muestra.

La presencia de la última película de Francis Ford Coppola La ley de la calle ha sido de momento la más aplaudida de la sección oficial del festival de San Sebastián. Posible continuación de Rebeldes (Outsiders), este nuevo acercamiento del director de El padrino al mundo marginado de algunos jóvenes de ciertos barrios de Nueva York supone un regreso a la filosofía que Nicholas Ray presentó en Rebelde sin causa, es decir, la fascinación que algunos de estos jóvenes sienten por personajes del pasado.

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