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Tres jornadas de reflexión sobre la OTAN / y 3ª

Yo tampoco le apuesto ni una gorda a la gemela de Claudín-Paramio en la carrera de la salvación del alma, porque si puede ser perfectamente honesto asumir la responsabilidad de esta o aquella opción, es siempre, en cambio, perfectamente deshonesto presentarla como "la solución", esto es, hacer de la necesidad, virtud, que, en nuestro caso, es hacer de la respuesta refleja a una inmediata circunstancia coercitiva, decisión convencida y soberana. Puede ser cierto que en algún sentido quepa hablar de una amenaza rusa sobre España entre o no en la Alianza; podría hasta serlo -cosa ya más dudosa- que, frente a esa amenaza, se hallase más protegida dentro de ella, pero es, desde luego, un burdo escamoteo desviar la atención hacia esa posible amenaza de la URSS, como si no fuese otro el apremio directo y perentorio a que hoy inmediatamente se ve, España literalmente conminada a responder.De ahí que una cosa sea que pierdan la carrera de la salvación del alma y otra que alcancen la victoria en su meta terrenal, porque ésta está cantada, el tongo es público o, como dicen en el turf, el pronóstico se sabe de la misma boca del caballo. No obstante, por conocido que sea el tongo, lo recordaré: bífido como lengua de serpiente, junta en uno promesas y amenazas; no viene de las arcas y arsenales del Oriente, sino de las cajas fuertes y los estados mayores de Occidente; se llama Mercado Común, riesgo de involución interna, permanencia del PSOE en el Gobierno y, en fin, recelo frente a cierta autocracia eufemísticamente llamada Flanco Sur. Y para boca del caballo elijan ustedes entre la de Kohl, la de Craxi, o, mejor todavía, la de Luns, que es el más caballuno de jeta y de cerebro de los tres.

Pero, del otro lado, el de los antiatlánticos, la infravaloración o escamoteo de la inmediata situación pragmática de debilidad, peligro e incertidumbre a que estaría abocada una España orgullosamente refractaria a la conminación atlántica, junto a la concomitante sobrevaloración del posible papel que, en idéntico sentido, podría caberle neutralmente alineada con Yugoslavia, Suiza, Austria y Suecia (el statu quo, no es sólo una situación, sino también una categoría: Austria, Suecia y especialmente Suiza tienen un statu quo categorizado; España, no), se me antoja, a su vez, tan ignara o deshonesta como la pretensión de los proatlánticos de disfrazar de elección moral y soberana lo que no es sino una obligadamente miope y perentoria claudicación de urgencia frente a la miserable ratonera de los tiempos, un puro acto reflejo de reacción improvisadamente defensiva ante una suerte de encerrona que el pleno ingreso no haría, por lo demás, sino confirmar y reforzar, sumándose a la delirante y desesperada situación de bipolaridad cada vez más radicalizada y militarizada que hoy paraliza y encanalla al mundo.

Así, la misma deshonesta voluntad de atraer y concitar las voluntades hacia la propia opción que, de la parte de los proatlánticos, degrada -si se me admite usar los términos de Weber- la "ética de la responsabilidad" en encubridora y sórdida razón de Estado, es lo que de la parte de los antiatlánticos hace degenerar la "ética de la convicción" en irresponsable y sonriente demagogia, porque si cada sujeto singular puede hacer suya, tan sólo para sí, la hermosa norma del honor samurai en la que el suicidio se designa como "el honroso camino de salida", parece ya cuestión más delicada -por decirlo del modo más prudente y circunspecto- la legitimidad de tratar de inducir o de arrastrar a ella a los demás. Y éste es, precisamente, uno de los puntos críticos de la dualidad ética entre la convicción y la responsabilidad.

Un goloso bombón

Sacristán desautoriza como tales las razones blandas y sonrosadas de Paramio y de Claudín, pero no sé cuál será el peso que atribuye, a su vez, a las razones duras y oscuras que ellos han intentado maquillar. Cierto que como razón no es válida la del pretendido vínculo entre la CEE y la OTAN, puesto que no hay en él necesidad per se, pero, a efectos que huelga recordar, ¿qué empece el que racionalmente no la haya, cuando entran de por medio voluntades dispuestas a imponer tal vínculo como necesidad, manejando el negocio con arreglo a la más reciente novedad en procedimientos coercitivos, que es presentar las cosas en paquetes? Tampoco la espada de Breno era una pesa legal en la balanza, ni una razón legítima, y, sin embargo, bien que pesé como necesidad, cualquiera que fuese el margen de libertad dejado a los romanos para plegarse a ella o resistirla.

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Por otra parte, siendo así que la guerra es no sólo filogenética, sino también ontogenéticamente -como lo prueba sin más su indestronable primer puesto entre los ítem de la juguetería infantil- el juego más antiguo del mundo, arquetipo a la vez que denotátum necesario del virtual simulacro de todos los demás, de suerte que jamás subsistiría, ni aun en su imagen más moralizada y racionalizada, si le faltase la chispa o el élan del componente lúdico nativo, la teoría del "bombón geoestratégico", como en palabras del almirante Liberal ha sido designada la Península Ibérica, no necesitaría ni tan siquiera tener más fundamento que el de una pura fantasía especulativa lucubrada sobre el gran damero cartográfico de las salas, de mapas de los estados mayores pentagonales o cuadrangulares de allende o aquende Atlántico, para poder llegar a verse convertida, bajo el mágico título de "elemento vital en la defensa de Occidente", en motivo operante y argumento instrumentalmente poderoso entre los varios factores esgrimidos como efectivos medios de presión. ¿Se dejarían los atlánticos a estas alturas -sobre todo después del medio ingreso bajo el Gobierno de Calvo Sotelo- arrancar de los mismos labios, sin rencor y sin ansias de venganza, el "bombón geoestratégico" que, con el fundamento que fuere, pretenden que es España?

Si lo que no era más que una tontada ya en tiempos de Napoleón, debida seguramente al solo afán de encarecer la región que fue teatro de su victoria más brillante, o sea, Austerlitz, el dicho aquel de "quien tiene Bohemia tiene Europa", seguía teniendo siglo y medio después tamaña autoridad de dogma geoestratégico vital para el Estado Mayor del Ejército soviético, que fue tal vez factor determinante para que éste, no pudiendo sentir la componenda política de Karlovy Vary entre Dubchek y Breznev más que como algo aún más ambiguo e intranquilizador que El año pasado en Mariembad, acentuase su presión sobre Breznev hasta lograr volver a conciliar el sueño tan sólo cuando por fin tuvo sus tanques patrullando por las calles de Praga; si semejante recuerdo en naftalina, digo, de la más huera frase de una tristemente famosa mala bestia histórica pudo ser parte tal vez determinante en la desgracia de los checoslovacos, tampoco podría extrañamos demasiado que hasta la más hipotética ocurrencia engendrada al calor alucinado de cualquier fervoroso brain-storming militar pueda del mismo modo llegar a hacer fortuna y acabar siendo causa de muy reales presiones geopolíticas sobre el desventurado territorio en que la brújula y el astrolabio den valores de latitud y longitud idénticos a los que inscriben el cuadrante del mapa en que al brillante oficial de estado mayor pentagonal se le ocurrió un buen día clavar el dedo. ¡Para que todavía haya quien diga que la economía manda! Siniestra e irracional es, ciertamente, la racionalidad económica, pero podría hasta pasar por sensatez junto a la delirante razón militarista.

A cruz o cruz

Mas si el pecado de Claudín y de Paramio consiste en la pretensión de tramitar lo que Cebrián caracterizaba con justeza como "el tránsito intelectual que quiere dar el PSOE del no poder ser al no deber ser", síguese de ello que la simple admisión de tal no poder ser (en el sentido que vale aquí para "poder") entraña ya sin más el reconocimiento de una situación que, al menos para España, da por completo al traste con aquel tan cacareado argumento apologético de que mientras el Pacto de Varsovia era el Castillo de Irás y No Volverás, la OTAN, en cambio, era una libre alianza defensiva de naciones libres, donde cada una de ellas podía libremente entrar y salir cuando quería. Esto -siempre en el sentido y en el grado en que, con respecto al caso, ha venido valiendo hasta hoy para "poder"- se ha convertido. en falso para España. Cierto que hay diferencia en los procedimientos de presión, pero ¿qué puede haber de sorprendente en que quien tiene las llaves de la caja del dinero no tenga or qué andar moviendo tanques, bastándole con decir: "No entre usted si no quiere, usted sabrá lo que prefiere hacer; no era más que un consejo: tómelo o déjelo, usted verá lo que hace"?

La parte, la cuota, o -por decirlo con más autorizada,y más refitolera precisión- la cuotaparte de influencia que le corresponde a España en el concierto mundial de las naciones no llega a ser tal vez la de un cero a la izquierda, pero sí cabe asegurar que no rebasa la de unos pocos decimales a la derecha. Por eso, sólo a voluntad suasoria o wishful thinking puede achacarse la confianza de Paramio y de Claudín en que "el responsable camino de entrada" permita a España ejercer en el seno de la OTAN otra función moral que el miserable papelón de intercalador de incisos de "salva sea la ética" en la por lo demás cerradamente cínica y pragmática letra de los textos, o sea, de chambelán de las protocolarias y siempre reverentes ceremonias en que la hipocresía sigue siendo el homenaje que el vicio está obligado a rendir a la virtud. Pero la misma despreocupada liviandad, aunque orientada en el sentido opuesto, muestran determinadas actitudes antiatlánticas, entregándose a euforias (y excluyó, desde luego, a Sacristán, que expresamente diferencia el "no querer morir" del "no querer matar") tan irreflexivamente confiadas y providencialistas que no hace falta mirar con ojos muy malintencionados para que nos evoquen inevitablemente el Dóminus prouidebit! con que cualquier Bernardo de Claraval predica y pone en marcha su irresponsable Cruzada de los Niños. Esta moneda no tiene cara y cruz, sino cruz por los dos lados.

Justamente en el hecho de que una opción política no afecte sólo a los que la inventan y propugnan, sino a todos aquellos a quienes el poder de los que gozan de mayor prestigio, más pública autoridad y superior disponibilidad de medios para hacerse oír logra atraer y arrastrar en pos de sí, tiene su más acerbo fundamento el dilema siempre escabroso y conflictivo entre la "ética de la convicción" y la "ética de la responsabilidad". Mas valga cada cosa por lo suyo; lo que no es lícito es intercambiar las etiquetas de los frascos de veneno; aunque cualquiera de ellos pueda resultarnos igualmente mortal, uno tiene derecho al menos a saber si va a jugarse la vida o la muerte dormido al veronal como un cobarde, o va a jugárselas abrasándose las entrañas al agua-regia como los valientes. Recordando esa frase hecha que hoy se oye con frecuencia de "Yo esto lo tengo muy claro", siento tener que decir que, por mi parte, yo esto de la OTAN, cualquiera que sea la opción, no es que lo tenga oscuro: lo tengo tenebroso. Por eso acabaré con una de las últimas frases de Max Weber en el ensayo de 1919, en que plantea justamente la famosa dualidad entre la "ética de la convicción" y la "ética de la responsabilidad": "Pero lo que tenemos delante de nosotros no es precisamente la alborada del estío, sino una noche polar de una dureza y una oscuridad heladas, cualesquiera que sean los grupos que ahora triunfen".

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