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Tribuna:Homenaje al autor de 'Libertad bajo palabra'
Tribuna
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La voz de la otredad

Manuel Rivas

San Eros escuchó el canto de un pájaro y se echó una siesta de 300 años. "Maravillarse", ya dijo el irlandés lord Dunsany, "es en el hombre santidad". Tal capacidad de deleite no se alcanza con el alma a barbecho, ni tampoco parece ser un privilegio reservado a la jerarquía, tenga o no plaza en el santoral. Seguramente era un hombre sensible. Don éste, por lo visto y por lo inusual del milagro, más bien ajeno a la trayectoria de la especie.Octavio Paz no batió, por ahora, la plusmarca de san Eros, pero lleva un buen pico maravillándose y compartiendo esos signos elegidos del alma. Es, desde luego, un hombre sensible. Rara especie a la que no se ajusta el espejo plano. Que irradia con luz propia, en itinerarios poéticos que jalonan la aventura literaria del siglo, y que absorbe el resplandor de los otros, mediando y recreando, en permanente iniciación y alquimia.

Fuego y agua. Emoción y reflexión. Cultivar y ser fecundado. Crear y amar la creación. En 1945, el eterno aprendiz sube, bajo un sol de justicia, hacia la cabaña de Robert Frost, en Nueva Inglaterra. Toma aliento a "la sombra de un olmo y piensa: "El sonido del agua vale más que todas las palabras de los poetas". Y, sin embargo, cuánto entusiasmo, cuánta búsqueda, para acercar el misterio de la palabra al instante de la llamada o la acequia.

El desafío, por más que a veces parezca inútil, no sólo vale estéticamente la pena, sino que obedece a un imperativo moral. Dimensión ésta de la conciencia que no procede ni se deriva de la disposición creativa, sino que le es consustancial.En el reino de la literatura, pocos idilios han resultado tan intensos y felices comoe el que mantienen Octavio Paz y la poesía. Un amor que se contagia y que invita, por si existieran dudas, a repudiar la relación frígida que se empeñan en divulgar las escuelas estructurales del aburrimiento.

Um amor, por otra parte, que se alimenta en la vivencia radical de la libertad, y eso, casi siempre, significa nadar contra corriente, disidencia.

El territorio de lo poético es el ámbito doméstico donde dialogamos con nosotros mismos y es el continente inmenso y plural de la otredad donde resuenan los ecos de la diferencia, la diversidad y la excepción.

Poetizar a cielo abierto tiene como prolongación natural pensar la diferencia, y esa humilde exploración de los otros, del envés del mundo donde suelen cobijarse las pulsiones auténticas, desvela la naturaleza muerta y vacía de algunas empresas de la modernidad, como el afán homogeneizador y un universalismo uniformista.

No son éstas las varas que sirvan para medir el mundo. El regreso a la diversidad es para Octavio Paz "uno de los pocos signos positivos en este terrible fin de siglo". Malos o no los presagios, bien está que san Eros y Xochipilli, deidad de la danza, las flores y la primavera, no nos dejen de la mano.

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