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Tribuna
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El horror cumple años

Hace 39 años, en un día como hoy, a las 8.15 horas el bombardero norteamericano Enola Gay, procedente de Timian, que llevaba como piloto a Paul Tibbets y como artillero a Thomas Farebes, arrojó la primera bomba atómica sobre Hiroshima, ciudad japonesa de 400.000 habitantes. Esta abominable acción de guerra, ocurrida cuando Japón ya estaba virtualmente derrotado, fue ordenada personalmente por el presidente Harry Truman y provocó entre 100.000 y 200.000 víctimas. Es curioso que, para mayor gloria del sadismo, el objetivo previsto y rigurosamente calculado de esa inaugural bomba de fisión no fuera un punto cualquiera de la ciudad, sino concretamente el hospital Shima, como si se hubiese querido expresamente descartar cualquier atención médica a los eventuales sobrevivientes.El ataque a Hiroshima constituye un escandaloso crimen colectivo. Cuando en pleno 1984 los norteamericanos se siguen negando a firmar el compromiso de no ser los primeros en usar armas nucleares saben bien lo que dicen, puesto que han sido los primeros, los segundos (Nagasaki, 9 de agosto de 1945) y, además, los únicos. Ni la URSS ni el Reino Unido, ni Francia, ni China, que poseen arsenales nucleares de variada potencia, se han decidido (al menos, hasta ahora) a practicar el genocidio nuclear. Es claro que Estados Unidos bombardeó Hiroshima y Nagasaki con la mayor impunidad, ya que por ese entonces era el único país que poseía la atómica. En el presente tendría que pensarlo dos veces. A propósito, ¿alguien ha hecho cálculos sobre cómo se habrían solucionado los sucesivos conflictos locales de estos últimos 30 años si Estados Unidos hubiera seguido ostentando el monopolio nuclear? ¿Quién puede hoy afirmar que Corea, Vietnam, Cuba, Afganistán, Granada, Líbano, Malvinas, El Salvador, Nicaragua y tantas otras notorias confrontaciones no habrían sido resueltas con argumentos tan contundentes como los que aniquilaron Hiroshima?

No hay que subestimar la eficacia de la propaganda ideológica norteamericana. En este nuevo aniversario de Hiroshima, como en todos los anteriores, se hablará y escribirá mucho acerca de la tragedia que esa acción significó para el pueblo japonés, así como de las consecuencias de todo tipo (rostros destruidos, hemorragias, ceguera, pérdida de cabello, esterilidad, cáncer, leucemia, malformaciones en hijos y nietos de los sobrevivientes), que llegan hasta hoy, pero si bien la Prensa, la radio y la televisión de todo el mundo se referirán abundantemente a ese lado humano del holocausto, es probable que también esta vez se recoja la impresión de que. Hiroshima se hubiera incinerado sola, o situado accidentalmente bajo una bomba de ensayo que, lamentablemente, pasaba por ahí. En buena parte de los artículos se trata de no mencionar (o hacerlo casi distraídamente) a la potencia que provocó el desastre. A diferencia de las novelas policíacas, aquí todo el interés se centra en la víctima y nadie parece tener ganas ni intención de nombrar al asesino. Es curioso que, siempre que se recuerdan los execrables hornos crematorios de la Alemania nazi nadie se olvida (lógicamente) de Hitler, pero, en cambio, cuando se habla de ese gigantesco horno crematorio que fue Hiroshima nadie se acuerda de Truman, o, si algún despistado lo menciona, siempre será para elogiar su "formidable coraje" al haber tomado "tan difícil decisión".

No deja de ser sorprendente que la famosa tesis de que "las armas nucleares no existen para ser utilizadas" provenga de los norteamericanos, que precisamente son los únicos que hasta ahora las han utilizado. Un excelente libro, De Hiroshima a los euromisiles, de Mariano Aguirre, recientemente aparecido en España, tiene, entre muchas otras, la palmaria virtud de comentar, relacionar y sintetizar en 250 páginas una serie de testimonios y documentos (de diversas fuentes, pero sobre todo norteamericanas, no siempre asequibles para el lector corriente), que, en definitiva, constituyen un escalofriante atestado sobre el rearme mundial, la instalación de euromisiles, la OTAN y España, y otros temas que no suelen abordarse con tanto rigor, tanta claridad y tan exhaustiva y confiable bibliografía. En un momento en que la confrontación prebélica casi roza el techo nuclear, es pavoroso ver reunidos en un volumen datos como éstos: 1) actualmente se gastan en armas 800.000 millones de dólares, mientras que las tres cuartas partes del mundo viven en la miseria, 40.000 niños mueren diariamente de hambre en el Tercer Mundo y el coste de un solo submarino nuclear alcanzaría a cubrir el presupuesto de educación de 28 países en desarrollo; 2) el total de la deuda externa del Tercer Mundo casi equivale al gasto anual mundial de armamentos; 3) entre 1946 y 1973 Estados Unidos amenazó con utilizar sus amas nucleares estratégicas en 19 ocasiones, y la URSS, sólo en una; 4) si no hay enemigo, habrá que inventarlo; consecuente con ese planteamiento, Estados Unidos basa su continuo rearme en datos trucados acerca del arsenal nuclear de la URSS.

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El escudo nuclear

Verdaderamente, es tremenda la sensación de impotencia que un latinoamericano puede experimentar en Europa cuando ve cómo, unas tras otras, las ex potencias. occidentales van cayendo en la trampa de la amenaza soviética. Es claro que nuestra experiencia, sufrida en carne y fronteras propias, acerca del paternalismo norteamericano (de ahí que los movimientos liberadores en América Latina sean normalmente parricidas) es difícil de transmitir, sobre todo cuando se es un ciudadano (y peor aún, un exiliado) de a pie. Un premio Nobel de Medicina y Biología, el norteamericano George Wald, ha sostenido que es cierto que en el mundo existen dos imperialismos, pero que "ambos son ejercidos por Estados Unidos: uno, dentro de sus fronteras, y otro, en el exterior". Sin embargo, a los norteamericanos no les agrada que les llamen imperialistas, y es probable que tengan razón. Ese calificativo ya no les corresponde, es obsoleto. Habría que inventar otro. Me animo y propongo: fagocitismo, pero se oyen otras propuestas. Lo cierto es que ningún imperio del presente o del pasado ha llegado a ejercer un dominio económico, ideológico, represivo, informativo, propagandístico y militar tan extendido y potente como el que posee Estados Unidos en el mundo de hoy.

Por eso mismo es difícil convencer a los Gobiernos y pueblos europeos de que están siendo víctimas de un sutilísimo y hábil ardid. También esto tiene una prehistoria: mientras Europa conocía el Plan Marshall, los latinoamericanos conocíamos el tristemente célebre Plan Camelot; mientras Estados Unidos le aportaba a Europa toneladas de turistas, a América Latina nos enviaba calificados y minuciosos asesores en torturas. No obstante, es posible que en este momento, y gracias al despliegue de los euromisiles, Europa sea tan o más dependiente de Estados Unidos que la tercermundista América Latina. Frida Modak llega a sostener: "La red tejida por los grupos de poder estadounidenses, con la aprobación o con la ausencia de un cuestionamiento efectivo de los europeos, se manifiesta, fundamentalmente, en lo militar y en lo económico. A través de la OTAN y a pretexto de proteger a Europa y al hemisferio occidental en su conjunto del supuesto peligro de un ataque soviético, los norteamericanos, de hecho, han ocupado militarmente el territorio de sus aliados, estacionando tropas y desplegando un aterrador arsenal nuclear y convencional. Desde ese punto de vista, las naciones europeo-occidentales son más dependientes que el llamado Tercer mundo".

Washington ha logrado, por fin, un viejo objetivo: fabricarse una barricada europea, que preserve su territorio de un posible ataque nuclear del Este. Con excepción de los movimientos pacifistas, los europeos no parecen haber tomado conciencia del papel subsidiario y suicida a que los ha condenado la primera potencia de Occidente.

Los analistas de la OTAN suelen acusar a los países del Pacto de Varsovia de ser vasallos, y sus razones tienen ("Vasallo: persona que depende estrechamente de otra, que está sujeta a la voluntad de otra"), pero quizá los analistas orientales puedan acusar a los países del Oeste de ser escuderos, y sus razones tendrían ("Escudero: paje que acompañaba a un caballero para llevarle el escudo y servirle"). ¿Acaso hoy día Europa no le lleva a Estados Unidos el escudo nuclear y se ha resignado a servirle?

Desde que abandonó la tesis de la destrucción mutua asegurada (MAD) y se apresta a ganar una guerra nuclear, el Pentágono se siente, lógicamente, muy cómodo con un presidente como Reagan. Tal vez esté dispuesto a ejercitar con él la vieja fórmula publicitaria de la Kodak: "Usted apriete el botón; nosotros hacemos el resto". Aguirre refiere en su libro que Barry Goldwater dijo una vez que los misiles Cruise "son tan precisos que, lanzando uno desde Europa podía hacer blanco en el lavabo de caballeros del Kremlin". Hace pocos días, los soviéticos han declarado que los acimuts por los que el Pentágono planea lanzar sus cohetes no sólo conducen a la URSS, también llevan al territorio de Estados Unidos (EL PAÍS, 1 de agosto). De todas maneras, Goldwater puede estar tranquilo: no es probable que los soviéticos tengan como objetivo el lavabo de caballeros de la Casa Blanca.

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