La prioridad de la seguridad norteamericana
Nos hallamos inmersos de lleno en un intenso debate nacional sobre la política exterior. Se debate cuál es el mejor medio de servir a los intereses de seguridad de nuestro país y a la causa de la paz mundial. Una Administración demócrata reafirmaría los valores básicos de Estados Unidos. Se atendrá a los principios de la sorda, larga lucha de John Kennedy. Una lucha contra "los comunes enemigos del hombre: la tiranía, la pobreza, la enfermedad y la guerra misma".Nos opondremos resueltamente a la tiranía de la Unión Soviética. Un Estado que estrangula al pueblo de Polonia, que arrasa pueblos y montañas de Afganistán y que ahoga la libertad religiosa de su propio pueblo sólo puede ser tratado desde posturas sólidas y con una idea clara de lo que deseamos y esperamos conseguir. Pero es preciso tratar con ese Estado. Un presidente demócrata reavivará las moribundas perspectivas de control de armamentos, prestándose a negociar en la tradición de anteriores presidentes, demócratas y republicanos, en la era nuclear.
En el terreno de la política exterior, la primera obligación del próximo presidente será la de abordar el fallo más importante del actual presidente. El nuevo presidente habrá de estar comprometido de cuerpo entero en la reducción del riesgo de guerra nuclear, que amenaza la vida de todo hombre, mujer y niño del planeta.
En nuestro programa electoral nos manifestamos en favor de una congelación generalizada, mutua y verificable, de las pruebas, la producción y el despliegue de todo tipo de armas nucleares. El mundo no se hace más seguro añadiendo a los arsenales nuevas armas nucleares y elaborando nuevos planes para empujar hacia el espacio la carrera de armamentos.
Es el momento de invertir el curso, y la manera de empezar es imponer una moratoria mutua y verificable sobre los sistemas de armas nucleares nuevos más peligrosos de los que el presidente Reagan tiene en su lista de adquisiciones. No es solamente la aceleración de la carrera de armamentos lo que resulta turbador, sino también que entre las armas de nuevo tipo haya tantas que presenten problemas a la hora de estructurar su control. No hay prácticamente manera de verificar si un proyectil de crucero lanzado desde un submarino lleva una carga nuclear o convencional.
El proyectil MX plantea el problema más serio, Con sus 10 cabezas, su capacidad de destrucción de objetivos duros y basado en vulnerables silos de misiles Minuteman, este proyectil constituye una invitación a un primer ataque por parte soviética en tiempos de crisis.
Es el momento de comenzar a negociar y de dejar de acumular armas. Es momento de dejar de producir artefactos nucleares pensando en negociar sobre ellos y de empezar a negociar eficazmente una congelación y reducciones de las armas nucleares.
Esta cuestión por sí sola hace para mí que valga la pena competir en esta elección. Esta cuestión, por sí sola, hace que la victoria demócrata sea un imperativo.
Una política exterior norteamericana basada en valores norteamericanos ha de poner el acento en formas pacíficas de abordar la resolución de conflictos. Solamente en las viejas películas del Oeste se dispara primero y se pregunta después. El mundo no es el antiguo Oeste.
La vía pacífica
En el programa del Partido Demócrata expresamos nuestro compromiso de procurar la paz en América Central por medios pacíficos y no por la vía de la escalada y la expansión del conflicto. Vamos a prestar apoyo material y moral, y no meramente verbal, al proceso de Contadora.
En cuanto a Oriente Próximo vamos a reafirmar que el apoyo a Israel es una cuestión moral. Vamos a rescatar los acuerdos de Camp David del montón de chatarra y vamos a poner esa búsqueda de la paz en el lugar de la política de envío de armas a los enemigos jurados de nuestro único aliado democrático de la región. Enviar misiles Stinger a un Oriente Próximo plagado de terroristas es poco menos que arrimar una llama al depósito de petróleo del mundo.
El Partido Demócrata ha aprendido de Beirut y de Camp David que el papel que corresponde a Estados Unidos en Oriente Próximo es un papel diplomático. La Infantería de Marina es una fuerza militar, no un cuerpo diplomático. Tanto en Oriente Próximo como en América Central, nuestro partido se compromete con la paz y no con ese engendro ambiguo de guerras no declaradas por inciertas causas. A través de su participación personal en el proceso de Camp David, Walter Mondale ha demostrado el enorme espacio de posibilidades que se abre a un gobernante que se consagre a una paz auténtica y a una seguridad duradera. Un factor militar fuerte y de alta disponibilidad es, ciertamente, decisivo para el éxito de una política exterior. El programa demócrata propugna un robustecimiento de las fuerzas convencionales, una mejora de la disponibilidad para la acción y una fuerzá de disuasión nuclear prudente, equilibrada e incuestionable. Para conseguir una máximo de eficacia reorganizaríamos nuestra gestión militar y reformaríamos nuestras fuerzas militares. Este frenesí de cuatro años de- derroche, falsedad y conflictos de intereses ha minado la propia capacidad militar que unos dólares donados con esfuerzo y luego recaudados y el sacrificio de norteamericanos que trabajan duro tendrían que haber proporcionado.
El programa demócrata reconoce los sacrificios de los contribuyentes norteamericanos y afirma que lafuerza de Norteamérica depende hoy, no únicamente de nosotros solos, sino también de la fuerza y el designio colectivo de nuestras amistades y aliados de todo el mundo. Por esta razón es por la que el programa demócrata insiste en que nuestros aliados deben responsabilizarse de la parte que en justicia les corresponde en la defensa colectiva, y que nosotros, por nuestra parte, tenemos que usar con responsabilidad nuestra fuerza, consultando con nuestros aliados como colegas.
Una Administración demócrata aprovechará en todas sus posibilidades una red de alianzas de la que carecen los dirigentes soviéticos y que la Administración Reagan ha desatendido.
Por último, en todos sus empeños, una Administración demócrata será una fuerza para la democracia y los derechos humanos.
Ésta es la razón por la que en nuestro programa del partido prometemos poner. en juego la solidaridad democrática: con los disidentes y los refuseniks de la Unión Soviética y los sindicalistas libres de Polonia; con los luchadores por la libertad de Afganistán y los campesinos de Guatemala; con las fuerzas democráticas de Chile y de Filipinas. Por esa razón es por la que pondríamos fin a la política de la Administración Reagan, expresada en el llamado "compromiso constructivo" con el régimen racista y represivo de África del Sur.
Creo que una gran nación merece hacer una política con mejores responsables en la brecha. Creo que las dificultades que hemos de vencer en los próximos 10 años van a demandar algo más que palabras fáciles sin pensamiento ni acción.
Realismo ante Moscú
Creo que Estados Unidos representa algo más que un interés nacional estrecho, egoísta. Creo que nuestra nación representa la esperanza: esperanza de progreso nacional en un mundo en el que más de la mitad de sus habitantes se consume en la mera lucha por subsistir; esperanza de libertad y de justicia, lujos tan remotos para tantas víctimas en tantos países; esperanza de un mundo que no viva cada vez más amenazado por las armas de destrucción masiva.
La esperanza humana es un aliado poderoso. Es el momento de ponerla de nuevo de nuestro lado. Como el reverendo Jesse Jackson ha ofrecido esperanza a los que pasan privaciones en Norteamérica, nuestra gran nación puede ofrecer esperanza a los que pasan privaciones en el mundo.
Creo que hemos de ser realistas en relación con la Unión Soviética. Vamos a mantener nuestra fuerza militar como elemento de disuasión del imperialismo soviético. Pero reconocemos que nuestra mayor ventaja sobre los soviéticos es nuestro poderío económico y nuestro compromiso de mejorar las vidas de personas de todo el mundo.
Tomaremos en cuenta que los soviéticos predican sobre la pobreza y la enfermedad en el Tercer Mundo y que intentan captar nuevos Estados clientes con promesas de prosperidad que son incapaces de proporcionar a su propio país. La libertad y la prosperidad económica son puntos fuertes de Estados Unidos y no de la URSS. En la competición por ganarse las mentes y los corazones del Tercer Mundo no podemos más que obtener éxitos en cuanto dejemos de hablar de los males del comunismo y empecemos a hablar de los males del hambre y la miseria.
Los dirigentes soviéticos, una y otra vez, demuestran un miedo invariable al cambio, amenazados por la potencia de libertades que demasiados en nuestro país dan por supuestas. Su potencia es militar, y en el orden miltiar es donde ella debe contrarrestarse por medio de la disuasión, pero sucede que yo creo que también tenemos que confiar en todo el conjunto de los puntos fuertes de Estados Unidos. La consola de las capacidades norteamericanas cuenta con más botones que el militar. Juntos, con nuestros aliados, tenemos poderes que la Unión Soviética no puede en ningún caso reunir.
Es el momento de ponerlos efectivamente en juego en interés de Norteamérica.
La 'pax americana'
Por esta razón, nuestro poderío militar ha de ser el instrumento que se emplee exclusivamente como último recurso. No será éste el que resuelva la crisis de la deuda internacional que amenaza la estabilidad financiera de los norteamericanos, así como la estabilidad política de naciones que necesitamos mantener como sólidos amigos. No va a resolver tampoco los imperiosos problemas económicos, de medio ambiente y de desarrollo que amenazan nuestra seguridad a largo plazo de manera tan sistemática como las mismas divisiones soviéticas y los grupos subversivos patrocinados por Cuba. La fuerza militar puede defender la causa de la libertad frente a la agresión, pero en esta era nuclear, a diferencia de la Unión Soviética, Estados Unidos cuenta con los instrumetnos necesarios para llevar adelante la causa de la libertad sin poner en riesgo la supervivencia de este planeta. Tenemos confianza en la inmensa.fuerza política, económica y espiritual con que contamos. Éstos son los puntos fuertes que nos distinguen de nuestros adversarios, los que me dan la confianza de que el siglo americano no se verá malogrado.
Pero nada de lo que hagamos en otras partes del mundo o en nuestro país va a ser suficiente si no comenzamos inmeditamente a reducir el riesgo de guerra nuclear.
Con confianza en nuestro Poder, ningún presidente ha de tener miedo a reunirse con su homólogo soviético para arrancar un acuerdo que sirva a los intereses de ambos, lo que equivale a decir la supervivencia del planeta. Con confianza en nuestro poder podemos negociar para poner coto a la amenaza de destrucción ilimitada, pese al comportamiento de la URSS en otras zonas del mundo. Esto no supone hacerle un favor a la Unión Soviética. Es puro y frío interés nacional. Hablamos de supervivencia de Estados Unidos y de toda la humanidad.
Como madre y como demócrata, como norteamericana y como legisladora, yo saludaría un esfuerzo del actual presidente por sentarse a la misma mesa con los soviéticos y reparar el daño de los años perdidos. Pero la ejecutoria de esta Administración expresa la inveterada actitud del presidente y la oposición de sus altos consejeros al control de armamentos. En tales condiciones cuesta creer seriamente que la disposición actual a negociar, exhibida en todas las primeras páginas de la nación, sea algo más que una calma pasajera antes de que la carrera de armamentos siga adelante con renovado vigor.
El programa demócrata ofrece una estrategia para Estados Unidos que responde a las ilusiones fundamentales del pueblo norteamericano. A su ilusión de vivir en un mundo a salvo del rugido de la guerra y las pesadillas de Armagedón; su ilusión por una política exterior que nos comprometa con la esperanza que distingue a nuestra nación de todas las demás; su ilusión de vivir en paz, de la que el presidente Kennedy habló tan elocuentemente en la American University:
"¿De qué clase de paz hablo? ¿Qué clase de paz queremos? No de una pax americana. impuesta al mundo por las armas de guerra norteamericanas. No la paz de los cementerios ni la seguridad de los esclavos. Hablo de una paz verdadera, de esa que permite a los hombres y las naciones crecer y tener esperanza y construir una vida mejor para sus hijos; no una paz sólo para los norteamericanos, sino para todos los hombres y mujeres; no una paz para nuestro tiempo, sino' una paz para siempre".
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