Duarte, piedra de toque
El nuevo presidente de El Salvador, José Napoleón Duarte, llegó al poder con un programa esperanzador pero, señala el autor de este artículo, su éxito dependerá de que pueda, en verdad, tomar el poder frente a los intereses oligárquicos y militares que, existen en el país, que ya desbarataron en los pasados años algunos intentos de diálogo con la olposición. Si las fuerzas que tradicionalmente dominan El Salvador impiden a Duarte realizar su programa, aparecerán claras las razones de la guerrilla y de la oplosición.
Una vez elegido Duarte, con la decisiva ayuda de Estados Unidos, que ha puesto en él todas sus esperanzas de construir un centro político para combatir legítimamente -y a muerte- a la guerrilla, queda por ver si va a poder gobernar. La opinión, que le es favorable, espera de él que controle y reduzca a los escuadrones de la muerte, lo cual supone, ni más ni menos, tomar en sus manos, tal como le confía la Constitución recién aprobada, el mando eflectivo" de la Fuerza Armada salvadoreña, de donde salen y a donde vuelven los escuadrones.
También esperan de Duarte que reorganice la economía; una economía no sólo dañada por la guerra, sino, sobre todo, por la abstención inversionista del capital, que, por supuesto, no las tiene todas consigo y no se fía de la dirección que se da a lo que queda de la economía nacional. Pero Duarte, para quitar banderas a la izquierda, tendrá que hacer algo acerca de las graves y crecientes necesidades básicas de las mayorías pobres del país. No se pupde contentar con restablecer la confianza de los empresarios y levantar el sector urbano de la economía, sino que tendrá que iniciar medidas redistributivas, aunque no sean más que de corte populista-reformista, para que el pueblo sienta que todavía hay esperanza. Finalmente, Duarte tendrá que dar algún paso hacia el sueño máximo de todos los que le han votado: el fin de la guerra civil y el establecinúento de una paz justa y duradera en El Salvador. Tratándole de una guerra que, como en todas, hay dos bandos, espera la sabiduría popular,que Duarte haga algo para que el otro bando de la contienda se decida a hacer la paz. El pueblo espera que Duarte inicie diálogo, conversaciones, negociaciones o lo que sea para involucrar efectivamente a la oposición en la búsqueda de la paz.
De Duarte se espera fundamentalmente paz, respeto a los derechos humanos y algo de justicia social. Sus promesas, al proclamarse vencedor de las elecciones, muestran que sus intenciones como presidente coinciden con las necesidades objetivas para la aceptación y el éxito de una política de centro en El Salvador. Si Duarte falla y no cumple lo prometido, no será, creemos sinceramente, por falta de inteligencia, ole voluntad ni de tesón. Será más bien por la imposibilidad estructural de llegar a una situación que implique pérdida de poder en la sociedad salvadoreña para el binomio oligarquía-Ejército.
El fracaso de Duarte, una vez elegido presidente, se debería a la misma constelación de fuerzas y a los mismos manejos que le privaron de la Presidencia justamente ganada en 1972, que privaron al coronel, Claramunt de la Presidencia en 1977, que hicieron fracasar el movimiento reformista de los jóvenes militares en 1979, que le condenaron a la impotencia más vergonzosa cuando formó parte de la Tercera Junta, de 1980 a 1982. Esa constelación de fuerzas ni ha desaparecido ni siquiera ha sido neutralizada. Es verdad que la política de Estados Unidos hacia Duarte ha cambiado. Con la décima parte de los esfuerzos que ha hecho para promoversu elección ahora hubiera asegurado la paz en El Salvador con uri Gobierno popular, reformista y estable, en 1972. Pero Estados Unidos no es omnipotente frente a una oligarquía y el Ejército que sigue sus dictados: se ha atado las manos y ha dado un cheque en blanco a los militares salvadoreños desde el momento en que afirma rotundamente que no permitirá, una victoria militar del FMLN ni tampoco negociará un reparto de poder con la oposición.
Estados Unidos, que necesita al Ejército de El Salvador para impedir la victoria militar del FMLN, no puede ejercer un tipo de presiones y amenazas que debilite y reduzca la moral a este Ejército comprometido activamente en una guerra que no les va demasiado bien. Si el binomío oligarquía-Ejército no acepta la presidencia de Duarte y se propone hacerla fracasar, no hay nada ffiera de una intervención directa de las tropas estadounidenses que les pueda apartar de su propósito. Y, desde luego, la ayuda militar no es un instrumento definitivo, sobre todo cuando se puede recibir de Israel.
Si Duarte fracasara, si las fuerzas que tradicionalmente han dominado la sociedad salvadoreña le impiden realizar su plan mínimo de centro democrático, aparecerá la justeza de las pretensiones de la oposición de que "no había otra salida". Duarte es la piedra de toque. Su éxito podría obligar a la oposición a cambiar sus tesis, pero su fracaso demostraría que la oposición siempre ha tenido razón.
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