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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El presidente Alfonsín, en España

LA ESTANCIA en España de Raúl Alfonsín, presidente de la nación argentina, merece ser saludada, mas allá de la cortesía diplomática, como un acontecimiento cargado de significación histórica, que simboliza el reencuentro, en libertad y en democracia, de dos pueblos unidos por el pasado, las migraciones, la cultura y el idioma. Los discursos que anoche pronunciaron el Rey de España y el presidente de Argentina coincidieron en sus referencias a la historia común, a la defensa de un mismo conjunto de principios y valores y a la voluntad de juntar las voces de los dos países en el escenario mundial. Don Juan Carlos subrayó que esa amistad renovada "llevará el sello de la democracia, de la libertad y del respeto y la defensa de los derechos humanos". El doctor Alfonsín, tras recordar "la defensa infatigable e inclaudicable de los derechos humanos" llevada a cabo por la España constitucional en los últimos años, apuntó que es propósito común de los dos países "convertir a la democracia en instrumento de paz, en instrumento de justicia social y en instrumento para la salvaguardia de principios jurídicos intangibles".Como subrayó el Rey en su discurso, la recuperación por el pueblo argentino de la soberanía política y el retorno a las instituciones democráticas -ese "triunfo de la razón y de la vida" encarnada en la presidencia de Raúl Alfonsín- han sido vividos en España con una intensidad que tiene escasos precedentes en las relaciones entre los pueblos. Tal vez la circunstancia de que la nueva andadura de España por la senda de la democracia coincidiera con la instauración de la dictadura militar en Argentina y con el exilio hacia nuestras tierras de quienes huían de la persecución, la tortura y la muerte contribuyó a sensibilizar especialmente a los españoles ante una pesadilla que despertaba los terribles recuerdos de nuestros propios dramas fratricidas. Cuando España padeció una guerra, señaló el presidente Alfonsín, Argentina fue el hogar en que buscaron refugio muchos exiliados. "Cuarenta años más tarde, cuando aquí se echaban las bases de la restauración democrática, padeció la Argentina el delirio de dos violencias de signo contrario y estragos similares, y fue España entonces el hogar de tantos desterrados". Y al igual que antes los españoles reconquistaron la paz y las libertades, también los argentinos han terminado triunfando "del horror y de la muerte".Aunque la búsqueda de analogías entre los procesos de consolidación de la democracia en Argentina y España corra el serio riesgo de llevar al establecimiento de conclusiones engañosas o superficiales, resulta altamente probable que las evidentes semejanzas entre los planteamientos de las grandes cuestiones de la convivencia nacional realizados por Raúl Alfonsín y por Felipe González tengan como origen común la firme voluntad de acabar para siempre con la violencia fratricida, arraigar la soberanía popular, afirmar el poder civil y buscar cauces pacíficos y democráticos para dirimir los inevitables conflictos políticos, sociales e ideológicos que dan vida a cualquier comunidad civilizada. Muchas son las diferencias que separan -en los ámbitos de la estructura social, las instituciones estatales, la integración nacional, la política exterior y la situación -económica- a España y a Argentina. Pero ambos países tienen en común dolorosas experiencias dictatoriales y prolongados períodos de violencia de los que poder extraer la firme decisión de no permitir jamás que las minorías asfixien las libertades de la mayoría e impedir que fructifiquen las semillas de la intolerancia ideológica y del odio político. En ese sentido, las invocaciones éticas de los discursos del presidente Alfonsín, que coinciden en buena medida con el tono moral de las intervenciones públicas del jefe del Gobierno español, no hacen posiblemente sino expresar la necesidad política de buscar un fundamento común para unas sociedades que han padecido durante demasiado tiempo desgarramientos y fisuras que ponen en peligro incluso su propia capacidad de supervivencia.Tanto, el Rey de España como el presidente de Argentina mencionaron en sus discursos de anoche los gravísimos problemas que la crisis económica internacional plantean al continente latinoamericano. Traduciendo la jerga tecnocrática al lenguaje común, y desvelando las angustiosas realidades humanas que los abstractos cuadros macroeconómicos tienden a ocultar, don Juan Carlos señaló que las escalofriantes cifras de la deuda externa latinoamericana "no son otra cosa que la representación figurada de millones de vidas truncadas; aspiraciones sociales cuyo incumplimiento amenaza la convivencia ciudadana; hambre y miseria allí donde la naturaleza y el trabajo del hombre podían haber creado prosperidad y bienestar". El problema del endeudamiento externo de los países en vías de desarrollo, que "ha desbordado ya el campo de las finanzas para convertirse en un desafío político para el conjunto de los Estados", requiere "fórmulas innovadoras y valientes" que respondan, no ya a la exigencia de la justicia, sino a la necesidad de la mera supervivencia; "porque ningún país o grupo de países puede vivir y prosperar indefinidamente- mientras el resto de la humanidad acentúa su marginación". Haciendo suya una frase del presidente Hipólito Irigoyen ("Los hombres deben ser sagrados para los hombres, y los pueblos deben ser sagrados para los pueblos"), Raúl Alfonsín dejó anoche constancia también de ese dramático desafio e hizo un llamamiento para la búsqueda de un renovado "destino común español-latinoarnericano" para encontrar "la forma de sobrevivir en un mundo tecnológico en el que cada vez se internacionalizan más los problemas" y para "aventar las hegemonías y las desigualdades que esa hegemonía provoca, traducidas en miseria y en atraso".

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