Temor nicaragünse de que el viaje de Shultz a Managua sólo sea un gesto de EE UU
El coordinador de la Junta de Reconstrucción de Nicaragua, comandante Daniel Ortega, ha manifestado que la entrevista sostenida el pasado viernes con el secretario de Estado norteamericano, George Shultz, no significa que se hayan iniciado negociaciones entre los dos países. En el curso del programa De cara al pueblo, que la radio y la televisión sandinistas transmiten a todo el país, calificó el encuentro de constructivo y admitió que puede ser un factor para mejorar las relaciones con Washington, sí bien no son muchas las esperanzas de que sea un paso decisivo para la solución de la crisis.Las reacciones de los funcionarios nicaragüenses han sido de suma prudencia a todos los niveles, y no pocos hacen pública su sospecha de que todo sea una maniobra. El canciller Miguel d'Escoto, ha expresado su temor de que el viaje de Shultz a Managua sea sólo un gesto publicitario para maquillar el rostro de la Administración Reagan en un año de elecciones.
El propio secretario de Estado declaró a los periodistas norteamericanos en el avión que le llevaba de regreso a Washington que la entrevista con Ortega no supone un cambio en la política regional del Gobierno norteamericano y que éste mantendrá su petición al Congreso para que apruebe una partida de 21 millones de dólares para las guerrillas antisandinistas.
Los funcionarios mexicanos que han servido de mediadores en la preparación de este primer contacto de alto nivel se muestran pesimistas sobre el futuro de las negociaciones. Una cualificada fuente diplomática llegó a decir que "éste es un hijo que nació muerto", porque ninguna de las partes ha variado sus posiciones anteriores.
Managua presenta como condición previa que Estados Unidos deje de prestar ayuda a los rebeldes, ya que sólo así demostraría su propósito de cumplir las normas del derecho internacional que deben regir las relaciones entre dos países soberanos. Rechaza, por lo demás, que la legislación electoral pueda ser objeto de esta negociación, ya que se trata de un asunto interno. Sólo en el campo de la seguridad el Gobierno nicaragüense está dispuesto a hacer concesiones: control sobre el tráfico ilegal de armas, freno a la carrera armamentista y reducción de asesores extranjeros. En definitiva, todo aquello que en opinión de Estados Unidos constituye una amenaza para su seguridad y la de los países vecinos.
Cortar el corredor de armas que, según Washington, existe entre Nicaragua y la guerrilla salvadoreña fue el primer argumento empleado por Reagan para ayudar a los grupos contrarrevolucionarios. Pero su arsenal dialéctico se ha enriquecido con nuevos argumentos: el incumplimiento de las promesas hechas por los sandinistas a la Organización de Estados Americanos (OEA), tales como el respeto al pluralismo y el mantenimiento de una economía mixta, y su propósito de establecer una dictadura de corte marxista.
En un alejamiento progresivo de posiciones, Washington exige, eso sí, que en las elecciones nicaragüenses del 4 de noviembre puedan participar todos los grupos políticos, incluidos los alzados en armas, para quienes la Prensa oficial de Managua reserva habitualmente el calificativo de "bestias somocistas". Para los sandinistas esto no es materia negociable, y mucho menos con otro Gobierno.
El único factor de esperanza parece ser el estilo dialogante mostrado por Shultz, en contraste con las actitudes intransigentes de Henry Kissinger y el subsecretario de Estado, Langhorne Motley, en anteriores entrevistas. Pero esto pudiera ser sólo una cuestión de talante personal.
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