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Tribuna
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Heráldico

Tenía una cosa como de galgo heráldico, Quirós, sentado a su mesa del Gijón, años 60, solitario y bostezante a veces, esperando que la noche le internase en mayor espesura, esperando que el día le apagase los colores, para irse a dormir. Las marquesas compraban sus cuadros, de un surrealismo como esquemático, pero muy trabajado, de un onirismo cálido y duro, y los metían en el armario de los visones, con el lienzo contra la pared, tapados por los abrigos, para que no los viese el marqués. No era sólo que hubiesen hecho una buena inversión para cuando la "separación de bienes", que siempre llega, sino que habían consumado una "separación de gustos", y ahora les fascinaba la pintura de Quirós y la entidad humana, lacónica, esbelta, de mosquetero hermético, que tenía el artista.Maudit último de aquel Café de las Cien Puertas que fue el Gijón de antes de la TV y los provincianos, Quirós era lo que había que ver en la noche de los artistas, aunque los matrimonios de sábado iban más bien a ver cómicos y cómicas. Con la melena de armonioso alambre, el bigotillo tenso y espadachín, heráldico, galgo y nada sentimental, jamás se le vio reír, aunque él siempre hacía reír, con la risa ominosa del sarcasmo, a sus contertulios. Era el que, pudiendo ganar París, había preferido perderse en Madrid. Exponía poco, de modo que sus cuadros los íbamos viendo así, por armarios y otras intimidades, y esto nos permitía seguir la calidad creciente, el onirismo alarmante de lo que hacía. La casta originalidad del dibujo y la nocturna calidad de la materia. En sus cuadros hay siempre como un crimen año y un sadismo sin Sade. Años que eran como noches, noches que eran como años (sin duda pintaba con bombilla), sentado a su mesa, solitario y delgado. Heráldico.

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El helado ardor de Antonio Quirós

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