Las veleidades del astro rey
La semana jazzística terminó en plan astrológico. No nos vino a ver un hijo del sol, que eso está al alcance de cualquier emperador que se precie, sino el propio sol en persona, encarnado en Sun Ra, músico negro. Se trajo para la ocasión una versión -presumo que reducida- de su Arkestra, que es como a él le gusta llamar a su orquesta para que suene más a cósmico.Los chicos de la banda se encargaron del típico número de calentamiento, lo que no deja de ser sorprendente, dada la identidad del jefe. Éste salió en plan triunfador, disfrazado de chocolatina, con unas capas metaliza das que ocultaban convenientemente sus suculencias. Coreado por sus músicos, largó unos recitados rítmicos muy oportunos en los que proclamaba importantes majaderías sobre que todos éramos hijos del sol. O sea, suyos. Tocó el piano de forma escueta y descarnada, un poco al estilo de Ellington. Trajo también algunos teclados electrónicos, modestos para los tiempos que corren, y a los que hizo poco caso.
Sun Ra Arkestra
Colegio Mayor San Juan Evangelista. Madrid, 31 de marzo de 1984.
Un detalle exótico
La Arkestra ya no es la de antes. Sonó como una versión particularmente arrastrada de una banda de rhythm and blues, que es como decir una versión particularmente bárbara de Gengis Khan. Para la formación, no se calentaron los cascos.El líder, con sus cacharros; un contrabajo que, en medio de la solemnidad del rito solar, se permitió citar La cucaracha; un trompeta de estilo tosco, como de gitano con oso, y todo lo demás saxofonistas y percusionistas que doblaban a otros cuantos instrumentos: detalle exótico, quizás sea ésta la única orquesta que presenta un músico especialista en fagot y percusión africana.
Los mejores son los veteranos. Sobre todo John Gilmore, que hizo buenos solos al saxo tenor y que cantó, entre otras cosas, un tema dedicado a la primavera en el que los demás intentaron tocar la flauta, organizando el típico ruido de jaula de grillos. No se trajeron esta vez tragafuegos; ni siquiera un dragón chino que anunciaron traer. Nada más vinieron con dos bailarines que parecían de goma. Especialmente el chico, que iba vestido de arlequín.
No faltó el obligado desfile de músicos en el que el jefe, acomodándose el tapujo -bajo el que llevaba un atavío no menos indescriptible-, se marcó un bailecito jacarandoso. El público, sorprendido al principio por las veleidades del astro rey, se lo pasó muy bien y aplaudió mucho, por lo que hubo repetición de la jugada.
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