La trama mortal
He releído Fortuny, de Pere Gimferrer. (Cada breve capítulo de este libro es una presentación: unas cuantas frases trazan una escena y unas figuras que, al doblar la página, se desvanecen. El libro es una suerte de álbum visual hecho de palabras; al hojearlo -al leerlo- apenas si reparamos en las texturas: movidos por la curiosidad y el deseo de ver corremos tras las imágenes. Vana persecución: las imágenes desaparecen como aparecieron, sin dejar huellas. Paisajes, plazas, aposentos, salones, callejas, parques, hombres y mujeres (todos disfrazados, incluso cuando se desnudan): no los vemos, los deletreamos, y, al deletrearlos, los disipamos.Todas estas escenas tienen, simultáneamente, la inmovilidad de las vistas fijas y el carácter instantáneo., fugaz, de la imagen cinematográfica. Cada capítulo es un cuadro yel fragmento de una película. Lo primero, por el dibujo -casi siempre enérgico: pocas líneas, pero expresivas- y, sobre todo, por el color y los tonos, con frecuencia vehementes y otras veces casi apagados, aunque entre los repliegues las sombras despiden destellos breves y violentos. Lo segundo, por la velocidad de las imágenes y la manera con que se transforman en otras o se disuelven en la página (y en la mente del lector). Pintura y cine: libro no para ser pensado, sino visto, pero visto a través de la lectura. Imágenes hechas no de líneas, forma y colores, sino de palabras y frases.
Velocidad de la prosa
La velocidad de la prosa de Gimferrer -una de las más rápidas que conozco entre las que hoy se escriben- no nos deja ver en la primera lectura las combinaciones verbales y sintácticas, el tejido y la variedad de los hallazgos lingüísticos. La segunda lectura revela otro parecido. No con el cine ni la pintura, sino con la tapicería. Cada capítulo puede verse como escena de una suntuosa tapicería. Sólo que el tapiz no nos muestra ni nos cuenta un cuento: es una trama verbal. Las escenas que pasan ante los ojos del lector no tienen la continuidad de un argumento lineal; son los fragmentos dispersos de una historia. Entre todos ellos no hay verdadera continuidad, sino contigüedad: no los enlaza una acción, sino el accidente de acaecer en el mismo tiempo y el mismo lugar. Son pedazos de tiempo, o, más exactamente, de tiempos. Empleo el plural porque en el libro de Gimferrer, como en tantas obras modernas, el tiempo ha dejado de ser sucesivo y se dispersa en trozos vivos y finitos. Aunque cada uno de estos segmentos tiene vida propia; todos están movidos por una voluntad sin nombre que los lleva a enlazarse con los otros segmentos, a reflejarse en ellos o a reflejarlos. Lo mismo sucede con el espacio: también es discontinuo y plural. Dispersión de fantásticas Venecias y Vienas sobre la página. Fechas y lugares rotos, vueltos partículas incandescentes y fugaces.
Cada fragmento de tiempo-espacio, cada escena y cada episodio es distinto y único, pero, al enlazarse con los otros y disiparse, re aparece en la nueva figura. Continua metamorfosis que se resuelve en continua repetición. Cada capítulo es un naipe que Gimferrer arroja sobre la mesa (la página), y que, al combinarse con los otros, forma una figura. Llamo figuras a las personas y personajes que desfilan por Fortuny porque carecen de sustancia; no tienen consistencia, o, mejor dicho, su consistencia se reduce a ser apariencia: combinaciones de reflejos que son a su vez composiciones verbales, palabras enlazadas. Son figuras que son nombres. Por ser nombres, son talismanes: basta con decirlos para que aparezcan otros fantasmas y otras fantasmagorías. Tienen poderes, pero esos poderes son de perdición: las imágenes que suscitan son quimeras que se disipan. ¿Qué es lo que queda? Quedan las páginas, las palabras.
'Urdimbre verbal'
La unidad del libro no está en la historia, sino en la trama. Uso esa palabra en su sentido primero: el de urdimbre verbal. Tapicería en movimientos: sucesión de paisajes, lugares, sucesos, figuras que se resuelven en formas y colores que son al fin solamente texturas. Un tejido de trazos y sonidos. Pero también trama en el sentido moral: artificio o confabulación que nos atrae, nos atrapa y nos pierde. La trama verbal teje una escena: un dibujo hecho de líneas y colores que poco a poco se convierten en un lugar y unas figuras; el dibujo se anima y se revela como una confabulación de sinos: un destino. La trama de las palabras es una trampa mortal en la que caen, atraídos por el deseo y la muerte, todas las figuras que aparecen en el libro de Gimferrer: pintores, escritores, cortesanas, actrices, políticos, modistas, personajes de la novela y el teatro. Nombres, signos, sinos; la tapicería verbal es una alegoría moral.
, escritor mexicano, premio Cervantes, es autor de Libertad bajo palabra, El laberinto de la soledad y El arco y la lira.
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