Memoria localizada
Tal vez de los escritores no quede lo que han escrito sino lo que fue leído, cuándo fue leído, cómo fue leído. La memoria cultural se hereda y en el tránsito quedan paisajes, aromas, fondos musicales que hicieron posible el instante mismo de la revelación, ese instante al que, supongo, se refería Goethe cuando hablaba de que hay un doble sujeto creador: el que escribe y el que lee. No está claro quién fue primero, si La ciudad y los perros de Vargas Llosa o El perseguidor de Cortázar. Cronológicamente creo que, primero en Barcelona y luego en España, se descubrió antes a Vargas Llosa que a Cortázar, pero lo cierto es que la delantera de los Cinco Magníficos: Vargas, García Márquez, Cortázar, Donoso y Fuentes empezó a meter goleadas de escándalo a fines de los años sesenta y formó parte de la iconografía de unos años espectaculares, en los que la élite cultural barcelonesa creaba y sentía como si Franco reinara después de morir. La Europa del premayo, del mayo o del postmayo francés trataba de encontrar la síntesis entre Marat y Sade: la emancipación colectiva o la emancipación individual.También estaba la inteligencia española en el mismo asunto, pero debía abordarlo con un elemento modificador, grotescamente modificador, patéticamente modificador: Marat y Sade, sí, pero también Franco.
Quiero decir que aquella mitificada barcelonesa era de Pericles seguía rodeada por las alambradas y el espíritu del lenguaje libre en la literatura libre que trascendía de las obras de los latinoamericanos, contribuía a aquella ilusión estética del como si, del como si fuéramos libres para imaginar desde nuestras madrigueras de renta limitada. Leímos a Cortázar como si fuera un fruto de aquellos años, una prueba literaria de que la imaginación era revolucionaria, tanto o más revolucionaria que la verdad y nadie se preocupó de saber dónde se había metido Cortázar hasta entonces, porque tal vez sólo entonces podía ser leído. Aquel ya veterano escritor nacía en nuestras lecturas entusiasmadas, como si hubiera esperado pacientemente la llegada de una sensibilidad adicta. Y se instaló en un carrusel cultural ferozmente consumido, junto a Marcuse, Weiss, Vargas, García Márquez, Benjamin, Dorfles, Bruno Zevi, Pasolini, Malcolm Lowry, Paz, Rulfo, los Beatles, Mundovisión, el Living Theater, Tomás Maldonado, la guerra del Vietnam.
Fue aquella una cultura de posters arruinada posteriormente por toda clase de crisis: modelos, petróleos, valores. No todos aquellos héroes de nuestros posters mentales tenían voluntad de ser históricos en unos tiempos en que la conciencia estructuralista iniciaba la operación del descrédito de "lo histórico".
Pero Cortázar venía de lejos y creía en la lógica íntima de lo histórico. No en balde había publicado Bestiario el mismo año en que nosotros ensayábamos en los colegios españoles el himno del Congreso Eucarístico de Barcelona y antes de morir, en 1984, ha dedicado al Gobierno sandinista los derechos de autor de Nicaragua tan violentamente dulce.
Lógica interna literaria y lógica interna de lo histórico. No es un combate a muerte. Es una fatal relación que vosotras descubristéis en Cortázar al mismo tiempo que la minifalda y nosotros que cocinar no era pecado. No sé si me explico. Jugábamos a ser violentamente dulces.
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