Los acordes de la orquesta de cronopios
"Lo que John Coltrane hace es tocar cinco notas de un acorde y luego seguir cambiándolas una y otra vez mientras trata de ver de cuántas maneras distintas pueden sonar".Éstas son las últimas palabras que Julio Cortázar escribe en último round y, como sucede tantas veces en los escritos de este autor que acaba de morir en París, traslucen una vibración en la que música y literatura tienden a unirse; alguno de los universos paralelos a la realidad (aunque no por ello menos reales), en los que la fascinación cortazariana por el jazz halla su clave auténtica de pasaporte a otras dimensiones.
Explorador de zonas intersticiales
Y es que Julio Cortázar, "incansable explorador de las zonas intersticiales", como él mismo se definía en La vuelta al día en ochenta mundos, era un infatigable y fascinado (y erudito, y quizá envidioso) seguidor de los grandes del jazz, de las intensidades paralizadoras del tiempo que puede producir una música en la que todo es improvisado y nada es casual.
Quizá Cortázar esté ya en algún lugar del espacio-tiempo, rodeado de esa "orquesta de cronopios" con la que soñó en Un tal Lucas. Una orquesta de cronopios con una sección de viento algo abultada (¡Y qué bultos!: Charlie Parker, Louis Amstrong, John Coltrane, Miles Davis...), el piano cósmico, juguetón y a veces ominoso de Thelonius Monk, el bajo terrenal y mágico de Charlie Mingus y tal vez, sólo tal vez, la voz inimitable de Billie Holiday.
El escritor, definitivamente cronopio y definitivamente aniñado, pedirá una y otra vez que le toquen Embraceable you; que le toquen Perdido; sobre todo, que el Bird (Charlie Parker) toque sin cansarse Ornithology, Lady be good, Bird symbols y todas las versiones más perfectas de esos viejos takes en los que el explorador / perseguidor Julio Cortázar encontró las llaves de mundos distintos.
Y, mientras tanto, Johnny Carter (ese impresionante epígono literario del Charlie Parker de carne y hueso) seguirá soñando despierto y viendo cómo el tiempo se detiene cuando viaja en metro en las páginas de El perseguidor de Julio Cortázar; seguirá pidiendo -como el poeta Dylan Thomas- que alguien le haga una máscara para protegerse de la llamada realidad y su inevitable secuela de ausencias.
Como la de Julio Cortázar, que nos dejaría inconsolables si no supiéramos que está en algún lugar al que no tenemos acceso, simplemente escuchando los mejores takes de su orquesta de cronopios.
Babelia
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