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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Voluntad europea de diálogo

ACABA DE concluir el viaje del ministro de Asuntos Exteriores y vicepresidente del Gobierno de la URSS, Andrei Gromiko, a la capital rumana; ha sido un viaje con todo el ritual de rigor, incluido un mitin con aplausos debidamente calculados. Pero lo más sorprendente ha sido que Gromiko estaba acompañado de una delegación más bien de partido que gubernamental. En ella destacaba Constantín Rusakov, alto funcionario del Comité .Central, encargado, ya en tiempos de Breznev, de las relaciones con los partidos de los países satélites. ¿Por qué ha colocado la URSS sus conversaciones en Bucarest sobre ese terreno de partido? Es el terreno más adecuado para intentar legitimar la soberanía limitada, con lás argumentos sagrados de los deberes de clase y del internacionalismo. Rumanía mantiene desde hace tiempo posiciones autónomas. Pero en el tema de los misiles nucleares, Nicolae Ceaucescu, presidente de la república y secretario general del partido rumano, al dirigirse por igual a Moscú y a Washington insistiendo en la necesidad de reanudar las negociaciones, se alejaba netamente de la actitud soviética y coincidía incluso con el lenguaje actual de EE UU. Parece que en el comunicado publicado al término de la visita de Gromiko los soviéticos han obtenido ciertas satisfacciones en ese punto. Pero probablemente había otros temas sobre la mesa: el Tratado de Varsovia, firmado en mayo de 1955, tiene una validez de 20 años, con una prórroga automática de 10 años más. Diversas fuentes han atribuido a Rumanía el propósito de poner en discusión su permanencia en la alianza, una vez que el tratado vigente caduque, en 1985. Es un motivo de preocupación prioritaria para los soviéticos, sobre todo si se tiene en cuenta el valor estratégico del territorio rumano, entre la URSS y Bulgaria; y los posibles efectos políticos que no dejaría de tener cualquier paso en esa dirección.La cuestión es que mientras las negociaciones nucleares EE UU-URSS siguen interrumpidas, una serie de hechos indica una voluntad creciente en Europa de intensificar los contactos y buscar nuevos caminos para el futuro del continente. El caso más sorprendente es el viaje a Budapest de Margaret Thatcher, que siempre se ha distinguido por un anticomunismo cerrado. Por primera vez viaja a un país del Este de Europa, y ella misma ha explicado su cambio de actitud diciendo que para disminuir los terribles gastos de armamento hace falta llegar a un acuerdo, y para eso "tenemos que hablar más unos con otros; comprender esto es lo que me ha llevado a cambiar de opinión". En numerosos círculos políticos de Europa occidental se perfila una convicción cada vez más clara de que hace falta encontrar nuevas soluciones. Es indiscutible que la cuestión de los misiles nucleares ha abierto una crisis en la OTAN, pero algo parecido ha ocurrido en el Este: Rumanía, Hungría e incluso Bulgaria no se mostraron nada dispuestos a recibir misiles soviéticos. Al mismo tiempo se ha despertado cierta pluralización de las iniciativas políticas. Con un estilo más discreto que el de los rumanos, Budapest se esfuerza por desempeñar un papel de puente en las relaciones Este-Oeste. Despues de la señoraThatcher visitarán Hungría en los próximos meses los jefes de Gobierno de Italia, República Federal de Alemania, Bélgica, Noruega, y de los neutrales Finlandia y Suecia. En un plano paralelo se está desarrollando el viaje del primer ministro de Canadá, Pierre Trudeau, que ha presentado ya en numerosas capitales, tanto de la OTAN cómo del Pacto de Varsovia, su proyecto de una negociación sobre armas nucleares entre los cinco países que tienen dichas armas (URSS, EE UU, China, Reino Unido y Francia). Es una propuesta interesante que pekrnitiría superar algunos de los obstáculos que bloquean hoy las negociaciones exclusivamente entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

Esta tendencia a la intensificación de las relaciones entre países de los dos bloques no ofrece por ahora caminos para la solución de los conflictos, pero refleja una presión profunda de la opinión pública europea, que no se resigna ante el rearme nuclear del continente. Al mismo tiempo, esa tendencia causa disgusto tanto en Moscú como en Washington. Las dos superpotencias querrían que todo quedase supeditado a lo que ocurra entre ambas. Sin embargo, otros factores se mueven en la historia contemporánea y, desde diversos ángulos, una voluntad de afirmar un destino europeo más autónomo.

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