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La busca

La caza furtiva del zorzal y del conejo y la recolección de espárragos comienzan a tener peso en la econormía familiar de las zonas agricolas andaluzas

Pablo Palenzuela, licenciado en Antropología por la universidad de Montreal, prepara su tesis doctoral sobre la economía preagrícola en Andalucía. En un año de investigación en la zona de Lebrija, localidad próxima a la margen izquierda del Guadalquivir, ha clasificado, sólo en esa zona, 12 formas de esta actividad económica: "En realidad son actividades que nunca han desaparecido. La diferencia es que ahora se practican más, por más gente y con más intensidad, de manera que de ser un complemento de renta a veces poco significativo se han ido convirtiendo en la parte principal de la renta. Y su papel sigue en crecimiento". Como consecuencia de su estudio, Pablo Palenzuela se atreve a hacer una generalización que estima válida para la gran mayoría. de las familias jornaleras de la zona: un 30% de la renta corresponde a la renta típica, al trabajo por cuenta ajena; otro 30%, a ingresos del paro comunitario, y el 40% restante, a estas actividades de economía subterránea y preagrícola. "La generalización es difícil, porque las circunstancias familiares son muy varias. Pero yo creo que hablar de unos ingresos de medio millón al año con esas proporciones en las fuentes de ingresos es hacer un promedio muy fiel".

La caza

En tierra de conejos, como dicen que conocieron a nuestra península antiguas civilizaciones, el conejo tiene que ser por fuerza uno de los primeros objetivos cuando se lucha por la supervivencia. Para cazar el conejo, el andaluz tiene un aliado inestimable, el hurón Con un año (vive entre cinco y siete, y a partir del año se estima que ya ha desarrollado sus mejores cualidades para la caza) se venden por un precio entre las 3.000 y 5.000 pesetas. Se le tiene dentro de un cajón, a ser posible en el corral lejos de las dependencias habitadas de la casa, porque su olor es muy fuerte. Con cuatro o cinco duros diarios se le alimenta, a régimen exclusivo de pan y leche. La mayoría de los hurones procuran tener la collera o pareja, para criar en casa, y es curiosamente frecuente el intercambio de alguno de los elementos de la pareja, en busca de cruces mejores.Los conejos tienen en el mercado un precio entre las 250 y las 300 pesetas y la liebre puede estar entre las 600 y las 800.

Los hay que prefieren el lazo que exige otras condiciones. Para colocar los lazos hay que saber exactamente cuáles son las veredas frecuentadas por los conejos, y en tal sentido hay cazadores que han desarrollado habilidades comparables con las de los rastreadores indios de las películas del Oeste. El lazo es baratísimo y bastante fiable, pero una vez descubierta la vereda del conejo pueden dar mejor rendimiento los cepos, sean el de tambor, que los herreros venden a 800 pesetas, o de telón, que sale por unas 500.

Cazado de una forma u otra, el conejo tiene salida fácil. Se vende en seguida, incluso sin necesidad de ofrecerlo, porque los vecinos acuden pronto al regreso del cazador en busca de la pieza. En estas zonas deprimidas, un conejo en arroz es suficiente para que coman seis o siete personas.

La lúa

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Otra modalidad de caza es la del zorzal, ave de tamaño ligeramente inferior al de la codorniz, y que se puede vender a 50 ó 60 pesetas la pieza. El zorzal se caza con una trampa llamada percha o canilla, en la que se coloca como cebo una hormiga voladora, conocida por aquí con el nombre de lúa. La lúa tiene una virtud inestimable y es que, aparte de ser el bocado favorito del zorzal, se mantiene viva por lo menos 24 horas una vez pinchada en el cebo. Además, se puede tener un buen criadero de lúas con gran economía. Un cajón de madera, con una puertecilla arriba y colocado, eso sí, en lo alto de un armario para alejarlo de los ratones, puede ser un criadero estupendo. En cuanto al alimento, las lúas "sólo comen humedad", asegura un experto. Se compra papel de estraza, se moja y ya sólo hay que estar pendiente de remojarlo cuando se seca. Las perchas se las hace cada cual, a poco habilidoso que sea, y si no, se pueden adquirir por 50 pesetas.Pájaros más pequeños, los paja ritos, muy apreciados en la zona y que se consumen en los bares sin necesidad de separar la carne del hueso, que se tritura con facilidad al masticar. La caza de pajaritos a veces va acompañada de la del zorzal., y en ese caso el cazador monta una gran red en forma ovalada, y en torno a ella una docena de jaulas con un pájaro en el interior, que hace las veces de reclamo. Cuando acuden los pájaros, la red se cierra y quedan atrapados dentro. El montaje es grande y lleva tiempo, pero dentro puede quedar cada vez un buen número de zorzales y pajaritos. Entre éstos hay una especie noble, el jilguero, que no va a la sartén, sino que se guarda vivo para darle salida como pájaro de canto y compañía su valor es de 150 pesetas, el mismo que la docena de pajaritos destinados a la sartén.

Otra forma de hacerse con los pajaritos es la simple escopeta de perdigones, cuyo uso es más recomendado por la noche, no sólo para saltar los controles sino porque el pájaro, adormilado, no huye. Una linterna permite localizarle y es raro que escape. Un par de chavales pueden cazar en las mejores épocas del año hasta 100 pajaritos en cuatro horas nocturnas de actividad. La venta de 150 pesetas la docena se eleva en un duro por pieza si están pelados Esta tarea se reserva, generalmente, a las mujeres mayores.

'Los riachuelos'

A lo largo del Guadalquivir, en la marisma, existe una especie de colectivo cerrado, endógamo, conocido tradicionalmente por los riachuelos. Son los pescadores del Guadalquivir, que colocan sus redes de trasmallo para coger el albur, un pez tipo barbo de sabor poco apreciado, la anguila o la angula. Por supuesto, no respetan épocas ni vedas, y su trabajo está dificultado por la necesidad de sortear la vigilancia, al pescar y vender la pieza, y también por la progresiva contaminación del Guadalquivir, cuya riqueza piscícola fue muy superior años atrás. El albur sale a 100 ó 125 pesetas el kilo, la anguila a 300 ó 325 y las angulas, si vivas, a 2.000 el kilo, y si muertas, a 600. Por eso, una vez cogidas son tratadas con mimo, lavadas una y otra vez y filtradas con un cedazo que las muertas no traspasan, y si las vivas, en busca de un escape imposible. Los del invierno son los mejores meses para esta actividad.El espárrago silvestre triguero crece en las lindes entre fincas o en las cunetas y se da con gran abundancia en la primavera o principio del verano. Hace falta ser buen andarín, pero aparte de eso, sin más inversión que una navaja, se pueden coger en una jornada un par de macetas (entre 750 gramos y un kilo), vendibles, cada una de ellas, entre 800 ó 1.000 pesetas. Menos abundante es el palmito, que no circula mucho fuera de los pueblos, donde se utiliza como complemento de la alimentación de los niños, que gustan de mascarlo por su parecido con la caña de azúcar. El higo chumbo se coge con una herramienta especial, un largo palo rematado en uve, que se hace girar con la coyunta entre el higo y la chumbera para que aquél caiga.

La profesión de 'seisdedos'

La crisis hace resurgir últimamente la profesión de piconero o fabricante de cisco o picón, ese carboncillo vegetal clásico en las estufas de casa camilla. Una profesión para solitarios y pacientes, la profesión de seisdedos, el anciano que murió abrasado dentro de su cabaña hace ahora 50 años, cuando los terribles sucesos de Casas Viejas.El piconero necesita gran cantidad de útiles: un hacha de mano, tijeras de podar, una pala chica, un saco y un cubo de agua o garrafa. El trabajo es complicado y requiere cierta especialización. Primero hay que fabricarse una escoba, con la que se limpia un círculo de tres o cuatro metros de radio. Después, el piconero corta leña verde, a ser posible de retama, lentisco o acebuche. También sirve la vareta del olivar. Hace gavillas que luego amontona dándoles cuidadosamente una forma especial que facilitará el tipo de combustión que necesita. Cuando ya tiene un montón de un metro, que equivaldrá a 40 kilos, la medida del saco, le prende fuego. El truco de un buen cisco está en controlar la combustión, así que mientras dura ésta se va salpicando la leña con agua, para lo cual habrá fabricado también otra escoba más pequeña, que mojará en el cubo para hacer descargar después el agua sobre la hoguera. Cuando todo está quemado, se echa todo el resto de agua para apagar la llama. Después, el rescoldo se extiende por todo el círculo y se deja enfriar, lo que llevará cuatro o cinco horas. La paciencia es fundamental en este trabajo. El que quiere cargar el saco antes de tiempo y subirse en el velomotor se encuentra a veces con que el aire aviva la llama y tiene que parar.

Un buen piconero puede hacer dos o tres sacos en un día, que venderá a 1.000 pesetas cada uno. Pero a veces se encuentra con que el guarda de la finca espera a que termine la faena totalmente para aparecer y confiscarle el cisco, con lo que ha perdido la jornada. En ocasiones, el piconero aprovecha el tiempo de espera a que se enfríe el rescoldo para colocar trampas de conejos, o retirar piezas cazadas, pero no es lo más frecuente.

El caracol

Con las lluvias sale el caracol, una de las estrellas en el tapeo de los bares andaluces. Hay dos variantes, la cabrilla, mayor, y el blanquillo. Se dan con especial intensidad en una amplia zona comprendida entre Jerez y Algeciras, en torno a la conocida Ruta del Toro. Es zona abundante en ganaderías bravas, cuyo terreno hay que pisar para ir por el caracol. El toro de lidia no es el único enemigo del buscador de caracoles. También la víbora o bicha, cuya compañía busca el caracol, porque la víbora se come al ratón, que, a su vez, se alimenta de caracoles.Para ir por el caracol, pues, hay que sortear a veces las miradas inquietantes de los fieros toros de lidia y arrostrar el peligro de la mordedura de la bicha. Además, hay que meterse entre espinosos zorzales. El caracolero va equipado de una manera curiosa, con un guante de lona en la mano izquierda, un cedazo con mango, no muy grande, como una sartén, en la derecha. En cubo colgado con una

cuerda de la cintura y un saco hecho del mismo material que las redes-mosquitero. La mano enguantada aparta las zarzas, y la derecha, armada del cedazo, golpea aquellas partes donde hay caracoles y los hace caer sobre el cubo. Una vez lleno, se van recogiendo de nuevo del cubo con el cedazo, para que los más pequeños caigan fiera y queden en libertad, y los grandes se echan al saco, que es de ese material calado para que escape la babilla que sueltan. Es una tarea realmente penosa, pero el caracol se paga bien y en una campaña de 40 ó 50 días se pueden ganar 100.000 pesetas. La venta es segura, porque se consumen en abundancia en todos los bares de Andalucía.

Desde hace unos años acá, los caracoleros se han encontrado con la competencia de una importación semiclandestina del caracol marroquí, que se vende como español para salvar el recelo que aún queda en muchos puntos sobre la posible falta de higiene de cualquier alimento llegado de Marruecos. A fin de acabar con esta importación ha llegado a hacerse en alguna ocasión una huelga absoluta de recogida de caracoles, con lo cual se dejaba en claro que todos los que hubiera en venta eran marroquíes, rechazados en general por los consumidores, y llevar así a. la ruina al importador.

La rebusca

Otra variante de recogida de frutos, que provoca no pocos problemas, es la rebusca. Tras la recogida, los jornaleros entran en el olivar en busca de ese 10% de aceitunas que han quedado caídas en el suelo. Al propietario no le gusta, gusta generalmente, y por eso hace arar en seguida el campo después de la recogida. No obstante, el que anda vivo y puede sortear la vigilancia de la Guardia Civil, que persigue esto, puede hacerse con unos cuantos kilos en un día, lo que dará a veces hasta 3.000 pesetas. Lo mismo ocurre con el garbanzo, que se desperdicia en gran parte con la recogida a máquina. Si la aceituna se vende en torno a las 35 pesetas el kilo, el garbanzo puede salir a 75 ó 100. La rebusca del algodón, sin embargo, está pagada por los propios patronos, que pagan a 45 pesetas la segunda mano, un 50% más que en la primera recogida.Una forma curiosa de comercialización, que habla de una silenciosa solidaridad entre los desheredados, se rifan en las cantinas de los pueblos, y con ello el vendedor consigue un ingreso mayor. Para la rifa se suele escoger un lote cuyo precio puede estar entre las 600 y las 800 pesetas. Por ejemplo, una mata de espárragos, o tres conejos, o una liebre, o una docena de zorzales. El vendedor exhibe la mercancía y después saca una especie de pequeña baraja de cartas, hecha en una imprentilla del pueblo, y cada jugador compra su carta por 25 pesetas. Las 52 cartas de la baraja, por tanto, se convierten en 1.250 pesetas, un 50% más del valor real del producto rifado. Una vez vendidas todas, el promotor de la rifa coge una baraja normal, corta y anuncia la carta premiada. Naturalmente, sólo rifan aquellas personas cuya situación económica es mala.

En algunos casos, la rifa se convierte en una limosna encubierta. Una señora va por las casas ofreciendo a duro papeletas numeradas para el sorteo de un juguete de valor muy bajo, que nadie se va a preocupar por saber si ha ganado o no. Es una forma de respetar la dignidad del necesitado, de ayudarle a no sentir que pide limosna.

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