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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El personaje Carlos Barral

Penúltimos castigos es la primera novela de Carlos Barral. Leyéndola, perdiéndose en ese permanente y habilidosísimo juego de espejos que el autor utiliza para confundir de continuo la realidad y la ficción, el lector puede preguntarse si realmente está ante una novela o ante una crónica que es infiel a la realidad cuando le conviene.

El efecto lo logra el autor, primero, refiriéndose de continuo a personas reales que aparecen en la obra con sus nombres y apellidos: Jaime Gil de Biedma, Muñoz Suay, el hijo del Demoni, Alexis Barral, García Hortelano, Carmen BalcelIs, Jesús Aguirre, Ivonne, Juan Marsé... Segundo, situando a estos personajes reales en unas circunstancias de tiempo, lugar y modo tan verosímiles y tan aparentemente reales como sus propios nombres de registro civil. Y sin embargo, a pesar de la minuciosa descripción de la realidad, como en Proust, Joyce o Kafka, el artista se sirve de ella para ordeparla, según un orden y métodos literarios, en un espacio y tiempo determinados por el medio de expresión, por una prosa prácticamente perfecta y en función de un propósito final que da sentido a toda la novela. Y así, la realidad referida se convierte en ficción, sin dejar de ser real; en una ficción que, como después diré, alcanza su poderoso clímax y su plena justificación en los dos espléndidos capítulos finales.Así pues, es una novela porque la ficción artística domina y ordena los elementos de la realidad utilizados por el autor como materia de su obra y por el alto grado de valor estético que alcanza la narración, tanto por la belleza y precisión de su prosa, como por ese final, desarrollado en los dos últimos capítulos, clave y motivo de toda la trama anterior.

Para mí, en la novela de Carlos Barral, en esta gran novela de Carlos Barral, está claro que existe una unidad temática de tiempo, de lugar y de acción. El tiempo es el'que queda enmarcado por la crisis de Barral Editores, por la crisis del propio Carlos Barral y una enfermedad que fue real entre los años 1976 y 1977.Para mí, Penúltimos castigos es la atormentada, temerosa, profunda e inteligente búsqueda del sentido de la vida del personaje, que es el propio escritor, dos veces vivido isocrónicamente, a través del personaje que narra en primera persona (uno de los que el autor ha querido ser en su vida real, el artista plástico que fue su padre y que él no pudo ser) y del Carlos Barral editor, que poco a poco se equipara en protagonismo al personaje a medida que transcurre la novela, hasta llegar a su propia consumación y muerte. Mezclado al tema menor del agobio para -ambos artistas de una sensación de impotencia frente a su capacidad de creación, el gran motivo de esta novela, su permanente obsesión es el miedo de la muerte, el horror de la muerte y la pregunta, sobre la su pervivencia. Por eso ha dicho Carlos Barral de esta novela que es una novela religiosa..

Muerte y exequias

La novela tiene una estructura de poema. Digo esto porque, bajo una aparente y mundana frivolidad durante toda la narración de la vida cotidiana, de las aventuras amorosas, de las reuniones con los amigos, de las conversaciones sobre arte, toda la novela queda de pronto, cuando se leen el penúltimo y el último capítulos, iluminada por un estallido de sobria grandeza que deja dueños de la escena, ya para siempre, a la degradación física del personaje y a la muerte de Barral. Esa muerte y las exequias de Barral, descritas con helénica precisión, son la justificación de toda la novela y toda queda impregnada por ella. Y aquí la Odisea, tantas veces leída y admirada por el autor de Penúltimos castigos, late en todo ese capítulo de muerte y entierro a orillas del Mediterráneo y en esa lamentación y llanto ritual del marinero ciego en la barraliana playa de Calafell, en su imprecación al mar, contra el ruido del viento y de las rompientes. La prosa de Carlos Barral, ya aprobada en castellano en sus dos tomos de memorias publicados, y ahora en esta novela, es un modelo de precisión, claridad y belleza. No son muchos los autores contemporáneos que escriben tan bien en nuestra lengua.

Como he dicho, en Penúltimos castigos Carlos Barral vive la muerte casi marina y las exequias del Carlos Barral personaje, y le levanta un monumento de palabras, ya que no de piedra. Yo creo que con este tremendo esfuerzo del escritor al enfrentarse con su angustia creciente por la degradación física y el miedo a la muerte se libera también literariamente de su angustia y de su miedo, ordenando su propia muerte y sus exequias funerarias. Pero, además hay un personaje Carlos Barral que en cierto modo murió con la crisis de Barral Editores y la larga enfermedad que por entonces le afligió. El Carlos Barral editor, devorado por su éxito y su vida pública,"ha ido dando paso a este otro que en seis años ha publicado dos tomos de memorias, poemas, artículos semanales en periódicos, un magnífico libro en catalán, Catalunya des del mar, y ahora esta novela. El personaje de Barral editor, que durante años vistió con agresivo éxito, ha dejado paso, sin desaparecer, a un Barral escritor que ya empieza a tener detrás de sí una obra considerable.

El juego de realidad y ficción ha hecho que Penúltimos castigos le haya costado a su autor, en la mejor tradición de las letras clásicas españolas, persecución judicial y proceso por parte de quien se ha sentido injuriado en sus páginas. Sobre esta cuestión sólo quiero decir dos cosas: una, que, como dije antes, aunque la ficción se nutra de la realidad, esta novela es, sobre todo, ficción. La segunda, que uno de los personajes más criticado y negativamente adjetivado es el propio Carlos Barral. En cierto modo, la novela es una que rella de Carlos Barral contra el personaje Carlos Barral, editor de moda y poeta de corta producción. Y además, en el juicio de la galería de personajes que aparecen en esta obra, el modo del escritor es permanentemente el del sarcasmo, que a veces se dulcifica hasta la ironía, y otras se encrespa hasta el asalto repentino y violento.

Es difícil hablar de una obra cualquiera de. Barral sin que la obra misma quede inmersa y de alguna manera determinada por el personaje que Barral representa y viste con su propia vida. De este personaje, defensor de la libertad con mayúscula, de la libertad de la cultura, de la libertad del arte; de este personaje que hace de Barral un hombre de libertad, quiero destacar en este momento esa última afirmación de su novela.

"Gracias, mi querido Laclos. Ha sido usted un interlocutor perfecto, y quién sabe si lleva razón. De todos modos, créame, no pongo muchas esperanzas en el previsiblemente escaso futuro. Las que me quedan, y que me vería obligado a reconocer, y las pocas ganas de seguir viviendo creo deberlas a la desinteresada y a lo mejor casual protección de algunos, de gentes que no tienen explicación para lo que me ocurre, pero que preferirían que cesaran mis males y castigos".

En este final de la novela, en que uno de los personajes muere y el otro muere en la muerte anterior y espera la suya, vuelve a afirmarse, como en la propia vida del autor, esa permanente y última libertad del hombre para conservar su lucidez y afirmar el poder de su razón en cualquier circunstancia. De esa postrer dignidad de la pobre criatura humana cuando ya el futuro va a cerrarse para siempre.

Alberto Oliart ex ministro, es compañero de generación de Carlos Barral.

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