El mito andaluz
Las teorías nacionalistas -argumenta el autor-, desprestigiadas científicamente, perviven sin embargo amparadas en el hálito del tópico. Expone así cómo, en Andalucía, la injusticia social heredada hizo surgir una especie de milenarismo agrario, proyectado en ocasiones como revolución radical y redentora. La reforma agraria, que ha de ser desmitificada en la óptica de contemplar la tierra como un bien económico más, pasa por aplicar una reconversión basada en la productividad, la comercialización y la necesaria industrialización.
Hoy están ya muy desprestigiadas -quizá por sus connotaciones racistas y deterministas- las antaño florecientes teorías de los caracteres nacionales, con las cuales se fijaban para siempre, y sin posibilidad alguna de rectificación, los rasgos esenciales de cada pueblo . Pero su desprestigio científico no significa que hayan perdido arraigo en el alma popular, y ni siquiera en la elite intelectual, y es curioso observar cómo esos tópicos afloran constantemente y surgen del modo más inesperado del inconsciente colectivo en cuanto surge una ocasión propicia para ello.El problema radica en que, como ocurre con todos los tópicos, arraigan de tal modo en nuestra mente que se mantienen vivos a despecho de todos los cambios y cuando las condiciones que hicieron posible en el pasado el nacimiento del tópico -con el viejo fondo de verdad que éste siempre comporta- han desaparecido por completo.
También Andalucía tiene sus tópicos, surgidos, fundamentalmente, a comienzos del pasado siglo, y los tiene en su d oble función, exaltadora y trágica, pues la Andalucía alegre, gitana, torera y mora, pletórica de una belleza exótica que tanto ponderaron los románticos franceses y los curiosos impertinentes, se corresponde exactamente con otra Andalucía caciquil, dolorida y amarga, que perdió definitivamente el tren de la modernización y quedó relegada en una periferia semicolonial de Europa.
No hay duda de que se trataba de una realidad: el inmenso fracaso de la desamortización, que consagró y aun endureció la injustísima distribución de la propiedad de la tierra, junto con la inexistencia de una burguesía mercantil e industrial, para la que nuestra región estaba al menos tan predispuesta como cualquier otra, hicieron surgir en lo más hondo de nuestro pueblo una especie de milenarismo agrario que está en la raíz de todos los. movimientos espartaquistas, anarquistad y revolucionarios de los últimos tiempos.
Como todos los movimientos milenaristas, la idea de una revolución radical, redentora y liberadora que de una vez por todas restaurase la justicia originaria mediante una redistribución igualitana de la tierra ha sido el motor y la esperanza (y también, a veces, la coartada para su inacción) de generaciones de andaluces que han luchado con nobleza y abnegación por mejorar las condiciones materiales y espirituales de nuestro vueblo. Por eso la reforma agraria no tiene entre nosotros el mismo significado, más o menos aséptico y tecnificado, que, en otras partes de España, sino que aparece nimbada por un halo mágico y mítico, evocador de toda una tradición ancestral, portador algo así como de las esencias eternas de la eterna Andalucía y que desde luego no deja emocionalmente indiferente a un solo andaluz, aunque no tenga el más mínimo interés material por la cuestión.
Desmitificar la tierra
Y aquí radica el peligro, porque la fuerza del tópico y del mito es tan grande entre nosotros que nos puede impedir ver la realidad que tenemos ante nuestros ojos, realidad que, para bien y para mal, es hoy radicalmente diferente del pasado. Tenemos que secularizar y desmitificar la reforma agraria, dejar de ver en ¡a tierra un objeto sagrado, fuente única de poder y de rango social, y contemplar la tierra como un bien económico más, a la que no podemos exigir más de lo que nos puede dar y de la que no podemos seguir esperando que resuelva nuestro paro, nuestras injusticias sociales y, en fin, todos nuestros problemas.
La reforma agraria pasa, a estas alturas finales del siglo XX, por conceptos tan prosaicos como los de productividad, competitividad, mecanización, capitalización, comercialización e industrializaciónes decir, ni más ni menos que la reforma o la reconversión de cualquier otro sector económico, como la industria, la minería y los servicios. Y estos conceptos tan prosaicos, paciente y progresivamente aplicados por las autoridades políticas y por las empresas agrarias a lo largo del tiempo, son los que pueden permitir que la agricultura andaluza desempeñe en el futuro ese papel de California europea que muchos le conceden.
Por eso resulta tan importante, cuando tanto se va a hablar en los próximos tiempos de la reforma agraria en nuestra región, que seamos los andaluces capaces de dominar nuestros propios mitos y ver con ojos desapasionados y racionales nuestra propia realidad. Cualquier otra actitud, dejándonos arrastrar por el fácil camino de la demagogia y del tópico paralizante, sería un trágico anacronismo que nos retrotracría por el túnel del tiempo a un mundo irreal y falso, que nos haría perder de nuevo -¿hasta cuándo?- el tren de la historia y del progreso.
es presidente regional de AP de Andalucía.
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