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Manolo Vázquez, e1triunfo del toreo

La memorable tarde de la despedida de Manolo Vázquez, el pasado día 12, en Sevilla, fue el triunfo del toreo, proclamado por plebiscito. El maestro, firme en su propósito de completar una gran tarde, valentísimo, inspirado, interpretaba las suertes con perfiles antológicos y provocaba el entusiasmo de los tendidos. Pero ese mismo entusiasmo tenía un significado de primera magnitud: era la proclamación del toreo puro como base esencial de la fiesta; era el tácito rechazo a sustitutivos enmascarados de alarde han invadido el espectáculo durante décadas.La proeza de Manolo Vázquez en la última tarde de su vida torera conmovió la Maestranza, que estallaba de alegría y de emoción. No se puede estar más torero en la plaza; no se puede estar más torero enAos tercios, en las suertes, en la lidia, incluso en las ceremonias y saludos. Tuvo contenida la pinturería, que de natural le aflora, para que su actuación fuera más auténtica. Ni una sola concesión hizo a la galería.

Todo era lección: las distancias, los terrenos, la colocación; el mando, el temple, el ritmo de cada pase; los desplantes, el dominio, la fantasía de los remates. Un conjunto armónico, perfectamente engarzado, desde el prirner muletazo hasta la suerte suprema, que se producía en los medios, ligada a las anteriores; así, segun dictan las tauromaquias más estrictas.

La del tercer toro adquirió caracteres de apoteosis. Jamás se habrá visto tal delirio en la plaza. En la segunda serie de naturales ya estaba toda en pie, flameando pañuelos. Muchos espectadores daban saltos; todos aclamaban al torero, había quienes se echaban las manos a la cabeza, y vimos Horar de emoción. Manolo Vázquez continuaba ligando pases llenos de sabor y hondura; hize, un breve remedo del toreo de la verticalidad, con que otro pretende cimentar su fama; ebrio de torería, se contoneaba ante la cara del toro, y mientras tanto, el tendido, todos en pie, era un alboroto. "¡Torero, torero!", gritaban miles de gargantas hasta enronquecer.

Durante la mañana de la corrida, Manolo Vázquez había asistido a una boda. Se vistió de luces en el hotel Alfonso XIII, donde almorzó con el diputado Enrique Múgica y el senador José Cabrera. A las cinco en punto de la tarde pisaba el albero de la Maestranza, mano a mano con Antoñete, el otro maestro que nos queda, y empezaba la sucesión de grandes emociones, que no terminaría hasta después de su salida a hombros por la puerta del Príncipe. Saludó montera en mano tras el paseíllo e invitó a su compañero a compartir los aplausos. Cuando terminó la vuelta al ruedo, tras cortar la oreja al quinto, las palmas no terminaban, sino que iban a más, por bulerías, y hasta tres veces hubo de salir a saludar hasta el centro del ruedo. A hombros por el Arenal, una multitud le aclamaba, y otra, que había llegado de todas partes para despedir al maestro no se quería ir. "Ha sido,un sueño", decian. Y unos a otros se felicitaban por haber podido presenciar un acontecimiento irrepetible. Manolo Vázquez se ha ido, pero su toreo -el toreo- ahí queda. Su últi a lección magistral fue la mejor de todas.

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