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El destino del hombre era... '1984'

Una noche, creo que en Torún, cuna de Copérnico, el pintor Matta me vio llegar y me saludó diciéndome: "¡Ah, aquí está el idiota!". Me quedé un tanto helado, pero la explicación vino en seguida: "Te llamo idiota como le llamaban al príncipe Mishkin, porque a ti te ocurre como a él, meter el dedo en la llaga con la mayor inocencia, y estás siempre alarmando a la gente porque dices las cosas más inapropiadas en cualquier circunstancia, y sólo algunos se dan cuenta de que no eran de ninguna manera inapropiadas. Tú, entre tanto, no entiendes nada de lo que pasa, igual que el príncipe de Dostoievski".Tal vez aquí tampoco entiendo nada, querido Matta.

El horror: totalidad y parcialidad

Casi desde el comienzo, la certidumbre de que el horror tiene un límite al que sólo se llegará después de bajar un incontable número de peldaños. El infierno de Dante Alighieri es estático, jerárquico; los grados del horror se abarcan desde la invocación inicial, la esperanza que queda atrás para siempre, pero se abarcan desde un narrador que sólo participa como testigo y que al fin, lo sabemos, volverá a ver el sol y las demás estrellas. Winston Smith, en cambio, no volverá de su inmersión en el horror, y de alguna manera lo sabe desde el principio; cuando O'Brien se lo dice en la última etapa, no le dice nada nuevo; Winston Smith deberá bajar uno a uno los peldaños, y en algunos de ellos habrá como una esperanza agazapada: Julia, O'Brien, el anticuario, un destello de posible salvación que se negará a sí mismo y mostrará su traición y su engaño hasta obligarlo, a su vez, a la traición y al autoengaño final. El horror es infinitamente más grande en 1984 porque su límite no está en sí mismo, en la progresión del mal, sino en la inversión de la esperanza, el descubrimiento de que es también una de las fuerzas del mal. Lo que en un famoso relato de Villiers de I'Isle Adam se condensa en una inversión final y fulminante (La tortura por la esperanza), en el de Orwell se da en una serie de desgarramientos; la esperanza no es posible, pero sin embargo está ahí, y la comprobación de su imposibilidad es cada vez la ocasión del desgarramiento. El fondo del horror está en una escena final nada horrible en sí misma, el breve reencuentro de Winston y Julia, cuando los dos saben que se han traicionado mutuamente y sólo buscan separarse, olvidarse, seguir traicionándose allí donde en de lo más hondo de sí mismos había latido la esperanza.

Obviamente, el horror en 1984 es una figura que sólo alcanza su sentido fuera del libro, en la realidad histórica que lo contiene parcial, y no totalmente. Un sentido figurado: el mundo podría llegar a ser como el de 1984, puesto que ya lo es en algunas de sus facetas. Por eso, Orwell puede saltar del realismo a la alegoría, a la figura total; no cree, ni tampoco busca que el lector crea que el mundo va a llegar a ser el de 1984, pero al proyectar ficticiamente el horror a sus de últimas consecuencias, nos sitúa frente a nuestra responsabilidad, y esa responsabilidad supone la esperanza; es ésta quien hace entrar en acción a la responsabilidad que lleva a la lucha para impedir que 1984 pueda cumplirse en cualquier otro año del siglo. Y es mi esperanza la que escribe estas líneas en un momento en que muchos fragmentos y esbozos del mundo de 1984 se manifiestan inequívocamente en nuestra realidad. Ahora bien, el mundo orwelliano es el Mal que ya ha triunfado; el nuestro (ese en el que creemos y por el cual luchamos) contiene el Mal en el seno del Bien; y si esta es también una figura, podemos ya pasar de nuestro lado y hablar de reacción dentro de la revolución; terreno crítico si lo hay, y precisamente por eso terreno de la máxima responsabilidad del escritor comprometido con la causa de los pueblos. (Y no sólo de él, por supuesto, pero aquí me sitúo en mi terreno específico, sin pretender entrar en el de los ideólogos y los politólogos.)

Los grados de la crítica

Me muevo en el contexto de los procesos liberadores de Cuba y de Nicaragua, que conozco de cerca; si critico, lo hago por esos procesos, y no contra ellos; aquí se instala la diferencia con la crítica que los rechaza desde su base, aunque no siempre lo reconozca explícitamente. Esa base es casi siempre escamoteada; prácticamente no se niega nunca al socialismo como ideología válida, mientras que se denuncian y atacan vehementemente los frecuentes errores de su práctica. A la cabeza (y, a la vez, en el fondo, cuando se trata de Cuba) está la noción de la URSS vista como un régimen execrable; Stalin borra la imagen de Lenin, y Lenin, la de Marx. Esa crítica no acepta el socialismo como ideología viable, y no lo acepta por las. mismas razones que el capitalismo enuncia desembozadamente; así como éste supone un elitismo económico dominante e imperialista, esa crítica intelectual supone un elitismo espiritual que se alía automática y necesariamente al económico. Pero eso, claro, no se dice nunca. El miedo signa esa crítica: el miedo de perder un status milenario.

Cuando no se tiene en cuenta esta opción básica, ese tipo de crítica puede convencer a muchos, y de hecho les convence, máxime cuando se hace con inteligencia y con el beneficio del prestigio que da una importante obra literaria paralela; ¿cómo echar en saco roto las críticas de un Octavio Paz, de un Mario Vargas Llosa? Personalmente comparto muchos de sus reparos, con la diferencia de que en mi caso lo hago para defender una idea del futuro que ellos sólo parecen imaginar como un presente mejorado, sin aceptar que hay que cambiarlo de raíz. Estoy de acuerdo con ellos en su punto de vista sobre problemas tales como el de Polonia o Aifganistán, sobre los atropellos a la dignidad y a los derechos humanos que se repiten ominosamente en muchos regímenes socialistas (quiero decir, en muchos regímenes que a cada reiteración de esos atropellos se alejan del socialismo en -vez de afirmarlo); estoy de acuerdo en que ningún argumento ideológico justifica poner el todo sobre las partes, la noción global de pueblo sobre la de individuo (pero en la medida en que la noción de individuo no escamotee la de pueblo, como es el caso en ese tipo de crítica siempre egocéntrica, que extrapola a los Sakharov o a los Padilla al conjunto de sus compatriotas y les convierte a todos en víctimas por lo menos potenciales). Hace rato que me reprochan no sumarme explícitamente a este tipo de denuncias; bueno, ahí tienen la denuncia, pero no les va a servir para gran cosa, porque mi crítica se abre y se cierra en cada caso concreto sin proyectarse a procesos sociales de una infinita complejidad y que de ninguna manera quedan invalidados, como se pretende, por errores e injusticias condenables, pero circunstanciales; aborrecibles, pero superables. Toda la diferencia está entre negar el socialismo como camino político viable, y defenderlo porque se lo critica, porque en cada caso concreto se denuncian sus errores y sus aberraciones.

Y ya que estamos...

Rimbaud lo dijo para siempre: "Hay que cambiar la vida". Tanto él como Marx comprendieron que si la vida seguía por el cauce que hasta el siglo XX buscó trazarle ese Pantocrátor que también se llama Historia de Occidente, el destino del hombre era... 1984. Ocurre entonces que el socialismo nace para destruir al Pantocrátor en la imagen del zar, como Fidel Castro lo destruye en la de Batista, y los sandinistas en la de Somoza. La noción del hombre nuevo surge inevitablemente; entonces, claro, empiezan los problemas en este ajedrez humano, demasiado humano.

Para empezar: ¿en qué medida puede gestarse el hombre nuevo? ¿Quién conoce los parámetros? Hay un esquema ilusorio que rápidamente deriva al sectarismo y al empobrecimiento de la entidad humana: el de querer crear un tipo de revolucionario permanente, considerado a priori como bueno, abnegado, etcétera. Como bien lo supieron en Cuba, esta idealización entrafía la negación de todas Pasa a la página 9

El destino del hombre era... '1984'

Viene de la página 8las ambivalencias libidinales, de las pulsiones irracionales; en última instancia, se traduce en cosas tales como la condena del temperamento homosexual, del individualismo intelectual cuando se ex presa en actitudes críticas o en actividades aparentemente desvinculadas del esfuerzo revolucionario, y puede abarcar en su repulsa al sentimiento religioso considerado como un resabio reaccionario.

En Cuba hace rato que las tentativas parciales por imponer el esquema idealista del hombre nuevo han cedido a una visión más abierta que se hace sentir positivamente en todos los planos, desde el intelectual hasta el lúdico y el erótico; nadie sabe en verdad cómo deberá ser el hombre nuevo, pero, en cambio, los cubanos parecen saber cuál es al cuota de hombre viejo que no se le puede quitar sin mutilarlo irremisiblemente. Una experiencia de 20 años empieza a dar resultados positivos en este campo fundamental; pero, por supuesto, la impenitente crítica antisocialista insiste en denunciar el primer esquema ya superado como si fuera permanente; le basta un caso aislado, un poeta en la prisión, un científico perseguido, para decretar el gulag total.

El viraje negativo de la imagen exterior de Cuba se dio, es sabido, como consecuencia del llamado caso Padilla, a comienzo de los años setenta, que en su momento condensó la visión errónea nacida del esquema ilusorio, y que se tradujo en medidas coercitivas que humillaban en vez de transformar, buscando un valor catártico y hasta ejemplar en cosas tales como la autocrítica pública, sin conseguir otra cosa que un estado de temor permanente, un pregusto de todo lo que en su última instancia desemboca en el terror de 1984. Esto lo saben de sobra los cubanos, y aquellos que hoy lo nieguen se cuentan seguramente entre quienes estuvieron más atemorizados y más callados en aquel momento.

Si para algo sirvió, en definitiva, el caso Padilla, fue para separar el trigo de la paja fuera de Cuba, pues la crítica se escindió en las dos vertientes de que se habla más arriba. Mi crítica, por más solidaria que fuese, me valió siete años de silencio y de ausencia, pero era una crítica que acaso ayudó a franquear el paso del esquema ilusorio a otro en el que la necesidad de renovación no ignorara las pulsiones que hacen de un hombre lo que verdaderamente es. En cambio, la crítica antisocialista se aferró a todas las extrapolaciones y generalizaciones que su retórica era capaz de inventar, y desde entonces hasta hoy, 15 años después, sigue anclada en la denuncia permanente de algo transitorio; su periódica reiteración responde mecánicamente a la misma técnica: denunciar un atropello verdadero o no (Arenas, Valladares, etcétera) y lanzar desde ahí la monótona es calada a la totalidad de lo cubano, porque esa totalidad es el socialismo en marcha, y de lo que se trata es de acabar con él.

Esa crítica no me duele por sí misma, sino porque opera en terreno favorable, con el sostén y el apoyo tácitos de los norteamericanos del establishment y de los intereses capitalistas mundiales. Los cubanos han contribuido no poco a favorecerla, aunque les sorprenda oírlo; demasiado solos en su isla, nunca comprendieron del todo la importancia de estar auténticamente presentes en el exterior a través de su red diplomática y otros medios de información. La famosa carta de los intelectuales franceses a Fidel Castro cuando el caso Padilla fue una carta paternalista e imperdonable por su insolencia, pero puedo afirmar con todas las pruebas necesarias que esa carta no hubiera sido enviada si el primer pedido de información sobre los hechos -que firmé con muchos otros- hubiera tenido una respuesta en un plazo razonable. Es penoso comprobar, en Francia por lo menos, que los episodios que se dan como negativos, y que la crítica explota a fondo y diariamente, son aquellos que se marcan más en la memoria colectiva, puesto que hay muy poca información sobre el prodigioso avance socioeconómico, cultural y científico de Cuba, no sólo con respecto a su propio pasado, sino frente al conjunto de los países latinoamericanos, la mayoría de ellos más ricos y poderosos que esa pequeña isla, pero incapaces de operar el paso decisivo de la dependencia a la toma de posesión de su verdadera y escamoteada identidad nacional, que reemplazan por un patriotismo vocinglero del que el fútbol y las islas Malvinas dan el mejor ejemplo.

En ese sentido, la crítica antisocialista ha marcado puntos, y los seguirá marcando si Cuba no proyecta mejor su verdadera imagen. A veces creo soñar cuando algún francés me interroga sobre el caso Padilla; si le explico que eso es analógicamente como si me preguntara sobre los dinosaurios, se asombra un poco, pues lo sigue viendo como algo actual y operante. Nicaragua, en cambio (es verdad que su revolución tiene la frescura de la infancia), ha logrado crear una imagen cada vez más amplia y completa en Europa, pese al diluvio de falsedades provenientes de Washington. ¿Pero no me estoy alejando demasiado de 1984?

Los muchos caminos del buen camino

No, y por una razón muy simple: la necesidad y el deber de luchar contra todos los brotes de Arimán en las tierras de Ormuz. El horror de 1984 sólo podrá evitarse si, paradójicamente, se combate contra sus gérmenes y sus latencias dentro del campo mismo de Ormuz, dentro de un proceso socialista que es el polo opuesto del mundo imaginado por George Orwell.

Hay dos críticas igualmente necesarias: la que hagamos del Moloch norteamericano como exponente imperial de la dominación capitalista, y la que hagamos del socialismo cuando creemos que yerra el camino. Y de esta última se trata aquí, como se ha visto, en la medida en que toca directamente a Cuba y a Nicaragua.

Hay que volver, pues, a la cuestión del hombre nuevo que preocupa a estas dos jóvenes revoluciones. ¿Pueden modificarse las estructuras antropológicas tradicionales, en las que sigue dominando el machismo no sólo tropical, sino latinoamericano en su conjunto? No es fácil, cuando incluso muchas mujeres lo defienden, cuando la agresión imperialista obliga a constituir ejércitos profesionales en los que el signo es avasalladoramente masculino. Pienso que la educación en ambos países puede ser la cuña que rompa ese bloque de prejuicios activos y pasivos; que los hijos, por favor, se diferencien por fin de sus padres en este campo discriminatorio.

El hecho incontestable de la homosexualidad como una de las facetas del calidoscopio humano es, a diferencia del machismo, un componente que nadie ha explicado bien, genética o socialmente, pero que no puede ser ignorado, y mucho menos entendido como negativo; sus proyecciones sociales vienen de la -reacción del animal acorralado, de las máscaras que buscan ocultarlo a los cazadores, y eso frente al hecho comprobable de que toda asimilación coherente al cuerpo social puede acabar con ese gueto, como lo muestran países más avanzados en ese terreno. La definición del homosexual como un enfermo, que se formuló alguna vez en Cuba, es una aberración y una ingenuidad simultáneas. Un comandante nicaragüense me dijo alguna vez que había que radiar a los homosexuales de los servicios públicos de alto nivel, porque su condición les volvía fáciles presas de la extorsión por parte de la inteligencia del enemigo. Le hice notar que tal cosa sólo podía ocurrir si esos funcionarios se veían obligados a mentir sobre su temperamento sexual y a ocultarlo; y que era falso, aunque cómodo, sostener, como algunos críticos que se creen revolucionarios, que los movimientos gay en diversas partes del mundo sólo prueban la podredumbre del régimen capitalista. Siempre hubo. y siempre habrá homosexuales, y su reconocimiento es la única manera de superar el problema; sin contar que -y esto enfurecerá a algunos- a menos machismo, menos homosexualidad; el equilibrio social derivado del equilibrio sexual amenguará automáticamente la agresividad que exacerba y compartimenta hoy la pulsión erótica.

Cosa que también debe decirse del sadismo como latencia en las zonas irracionales y a veces todopoderosas del ser humano. Esa latencia no me parece desarraigable; es una de las oscuras faerzas que junto con la fuerza libidinal mueven muchas conductas. ¿Vamos a postular al hombre nuevo como integralmente bueno? No, por supuesto, pero, en cambio, su novedad estará en todo lo que le dé el socialismo para que las latencias sádicas se sublimen lo más posible, así como según ciertos psicoanalistas todo cirujano esconde sin saberlo a un sádico que ama la vista de la sangre. Frente al culto del sadismo a través de los media del enemigo, que tantas veces consigue hacer de un niño un pequeño asesino que espera su hora, la orientación ética y política del socialismo es el mejor y más legítimo cuadro de vida para que las pulsiones sádicas se sublimen o incluso sean controladas por una decisión racional, y no por el miedo al castigo, que es (y que no es, dicho sea de paso) el único freno que el pánico capitalista posee para disminuir las olas de violencia y los crímenes sexuales entre otras manifestaciones de nuestra cuota sádica. Cuota que seguirá latente también en el hombre nuevo, pero inflexionada lo más positivamente posible; digamos, emblemáticamente: a más cirujanos, menos violadores de niños... Todo esto es chapucero y apenas esbozado, pero estábamos hablando de 1984, si me acuerdo bien, y en 1984 el sadismo es -aunque Orwell no lo dice nunca- la razón de ser de Big Brother y su aparato total y totalitario de poder. Allí Arimán ha liquidado hasta el último resto de Ormuz. El socialismo no podrá liquidar jamás enteramente a Arimán, pero puede y debe neutralizarlo; esperar y hasta postular la creación de un hombre nuevo en el que las pulsiones profundas se hayan extinguido es una ingenuidad que en el fondo nadie cree.

El idiota se despide

Termino estos apuntes en momentos en que Arimán Reagan. empuja imperiosamente a sus títeres externos e internos para que destruyan la revolución sandinista en Nicaragua y continúen combatiendo a las fuerzas populares de El Salvador. Faltan apenas unos meses para que 1984 entre su su simultaneidad literaria y temporal; las cosas no serán así en el mundo del año que viene, pero sólo lo que está ocurriendo en América Central basta para mostrar uno de los peldaños por los cuales el horror orweIliano sigue descendiendo en su monstruosa voluntad de entropía. Polonia, Guatemala, Afganistán son otros peldaños; el lector conoce muchos más en África y en Asia... La escalera parece infinita, pero no lo es; en lo más profundo de la noche está su término, y el descenso puede verse acelerado en cualquier momento; la guerra nuclear, la bomba neutrónica, el arrasamiento de inmensas zonas del planeta pueden convertir el descenso paulatino en una caída vertical que sólo habrá de detenerse ante la imagen final de Big Brother.

Frente a esta perspectiva, sólo creo en el socialismo como posibilidad humana; pero ese socialismo debe ser un fénix permanente, dejarse atrás a sí mismo en un proceso de renovación y de invención constantes; y eso sólo puede lograrse a través de su propia crítica, de la que estos apuntes son vagos y mínimos fragmentos.

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