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El general Bignone pide calma y sensatez a los argentinos para garantizar las elecciones

A primera hora de la noche del martes la radiotelevisión nacional emitió el exordio del presidente argentino, general de división retirado Reynaldo Bignone, a su Gobierno, reunido con carácter extraordinario. Bignone, siempre profesoral (durante muchos años impartió clases en la escuela militar), tiene esta costumbre de sermonear a los ministros antes de que delibere el gabinete. Y la clase fue retransmitida a la nación, recluida en las casas sorbiendo mate dada la huelga masiva y general.

En un parlamento reiterativo y confuso, el presidente Bignone intentó -no demasiado fructuosamente- transmitir la sensación de la existencia de un Gobierno en ejercicio, mientras hablaba flanqueado por sus sombríos ministros, derrochando caudales de energía verbal. El grueso del mensaje presidencial consiste en la reafirmación de que las elecciones se celebrarán en la fecha prevista, que el actual Gobierno ha podido cometer errores y que él los asume, que no se le puede pedir a este gabinete decisiones estructurales que comprometan al inmimente Gobierno constitucional, que hay que tener calma, prudencia y paciencia, y que Argentina tiene voluntad de cumplir con sus obligaciones internacionales.Un mensaje lleno de cordura, pero emitido desde la más completa ausencia de autoridad institucional, moral y hasta práctica.

La huelga general del martes, la quinta desde 1979, en que comenzaron las movilizaciones contra la dictadura militar, instalada en 1976, fue seguida masivamente tanto en Buenos Aires como en las provincias, sin que se produjera un solo incidente.

A escasas cuatro semanas, no ya de un cambio de Gobierno, sino de un cambio de régimen, es necesario atribuir las huelgas a la intencionalidad política de los sindicatos. Más que exigirle nada al fantasmal Gobierno del general Bignone, le están pasando un recado a los futuros gobernantes, sean cuales fueren: "No podréis hacer nada sin contar con nosotros".

Mientras Jorge Whebe, ministro de Economía, prolonga su estancia en Nueva York alegando problemas cardiacos (llegará hoy al país si se le da alguna seguridad de no ser detenido), continúa el viaje rocambolesco e interminable de Julio González del Solar, presidente del Banco Central. Tras pasar la noche del lunes custodiado en Buenos Aires, voló en el avión presidencial a Río Gallegos, la penúltima capital austral del país, en la Patagonia en el mismo borde del estrecho de Magallanes, donde le esperaba el juez federal Pinto Kramer, que ordenó su detención y la paralización de las negociaciones de la deuda externa.

A las dos de la madrugada argentina del martes, Kramer terminó su primer interrogatorio a González del Solar, y el alto funcionario fue posteriormente puesto en libertad. Ciertos ribetes de sainete en esta historia deben considerarse para situar en su verdadero contexto una hipotética suspensión argentina de pagos internacionales. El juez Kramer, íntimamente ligado al proceso militar, sería el equivalente argentino en ideología y hasta en talante personal al magistrado español Adolfo de Miguel. Con su no innovar acerca de la refinanciación de la deuda externa satisface al ultranacionalismo militar, que hasta ahora no cayó en la cuenta de que los gobiernos argentinos, civiles o militares (y en mayor número los últimos), han pactado siempre estas refinanciaciones con dejación de la soberanía jurídica sobre el Estado de Nueva York y con la garantía de la nación. Finalmente, que González del Solar (que en modo alguno está libre de toda sospecha y que goza de una bien ganada fama como leal servidor de los intereses financieros internacionales) reputara a Kramer de "juez de mierda" decidió al magistrado de Río Gallegos a hacer volar al alto funcionario hasta su frío despacho del confin patagánico.

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