Incidentes y 'música de oro' en el concierto de Police
Agotadas las localidades con varios días de antelación para el concierto del grupo británico Police, la respuesta del público madrileño fue todo lo masiva que cabía esperar. Veinte mil espectadores dentro del Román Valero y varios miles de personas fuera del recinto fueron testigos del espectáculo. Los de dentro se lo pasaron de lo lindo con la bonita música de los tres rubios de bote. Los de fuera se divirtieron bastante menos con los botes de humo de la otra policía. Al final, la totalidad de asistentes acabó en la misma juerga: todos a casa y a la carrera.El concierto comenzó sin los teloneros A Flock of Seagulls. El guitarra se les puso enfermo y la banda de gaviotas se quedó en casa. Así, sin más preámbulos que los del difícil y peligroso acceso al estadio, Police salió a escena.
La mayor parte del repertorio interpretado por la banda británica fueron los temas de su último elepé, Synchronicity, hábilmente combinados con sus viejos y queridos éxitos, De Do Do Do De Da Da Da, El mensaje en la botella y Roxanne.
A largo de sus ocho años de existencia, Police ha ido entrando con su música cada vez más en un mundo sonoro más rico y complejo. Comenzaron en 1977 con un reggae popero que, utilizando los recursos del ritmo caribeño, consiguió acceder a los secretos de un sonido nuevo. Un sonido que se ha ido renovando cada vez más hasta hacerse MÚSICA con mayúsculas. Música de oro que conserva latente la síncopa y el misterioso golpe reggae, que mezcla la pulsión de la participación tribal con las estructuras más avanzadas. Y esto ha sido posible sólo gracias a la extraordinaria competencia técnica de los músicos de Police. Baste recordar los años dedicados al jazz por Sting -el líder indiscutible y carismático- o el historial del guitarrista Andy Summers -un hombre que está en la cuarentena y que ha hecho su carrera acompañando a grandes figuras como Zoot Money, Robert Fripp o el grupo Soft Machine-.
Police, en vivo, la otra noche ofrecieron una imagen mucho más nueva y potente. Los gestos de superestrella de Sting, absolutamente parcos y controlados, poseían un resto de ironía que irradiaba inteligencia. Copeland, con su batería sintetizada, tejía una maraña de paisajes cambiantes sobre los que dibujaba melodías a palos como un iluminado de la fuerza. Y Andy Summers recreaba con su guitarra toda la historia de este instrumento legendario. La calidad del sonido era tan perfecta como adecuada a la magia de Police y la atmósfera del concierto se conectaba con aquella galaxia de la psicodelia, en la que todo era cercano y nuevo.
Mensajes en la botella
En cuanto a los nuevos mensajes dentro de la botella de Police, las neurosis de estos hombres se sobreviven en la distancia. Sting continua dolorido, firmemente lleno de incertidumbres y más preocupado socialmente: "No hay solución política a nuestra evolución problemática. No hay fe en la Constitución. No hay revolución sangrienta. Nosotros somos espíritus en el mundo material. Somos espíritus en el mundo material" (Spirits in the material world).
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