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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cara y cruz de la reunión de Madrid

NO SE puede despedir la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), que ha estado reunida durante tres años en Madrid y que acaba de concluir sus trabajos, simplemente con parabienes y expresiones de satisfacción por el documento aprobado finalmente por unanimidad." Sin duda, dicho documento representa un progreso serio con respecto a la Declaración de Helsinki de 1975: contiene definiciones y compromisos importantes para asegurar y fomentar el respeto a la independencia de los países, las libertades y derechos humanos, la lucha contra el terrorismo y una cooperación entre los países participantes en cuestiones económicas, políticas, culturales, etcétera. El hecho de que los ministros de 35 países hayan venido a Madrid realza el papel de España en la vida europea e internacional; su presencia ha dado solemnidad a la aprobación del documento y puede ser interpretada como indicadora de una voluntad de contribuir a la paz y a la seguridad.Pero la reunión de Madrid no ha sido sólo eso. Al lado de su cara de progreso de la distensión ha tenido su cruz: la demostración del nivel alcanzado por la militarización de la vida internacional como consecuencia, sobre todo, del enfrentamiento entre las dos superpotencias. El discurso de Gromiko ha sido un modelo de prepotencia y de desprecio al sentido común internacional que exige un mínimo de racionalidad en los debates diplomáticos. Cuando la URSS invoca el carácter sagrado de las fronteras para justificar el derribo del avión surcoreano surge inmediata la tentación de preguntar la opinión de los checoslovacos y de los afganos. ¿O acaso sólo son sagradas las fronteras de los fuertes? En realidad, la tesis de Gromiko desmiente principios básicos del documento aprobado en la Conferencia de Madrid, que establece obligaciones para todos los Estados, trascendiendo las fronteras. No se puede volver a concepciones del siglo XIX: los avances del Derecho Internacional van precisamente en el sentido de limitar el derecho de cada Estado a hacer lo que quiera dentro de sus fronteras. Conviene anotar que una serie de países del Este adoptó actitudes diferentes a las de Gromiko, lo que confirma que los síntomas de crisis de la bipolaridad no se dan sólo en Occidente.

Por su parte, Shultz ha aprovechado una coyuntura que le era muy favorable para forzar al máximo los tonos de un anticomunismo de guerra fría. Pero, a la vez, EE UU no adopta las medidas económicas que de verdad podrían afectar a los dirigentes soviéticos, porque tales medidas dañarían, sin duda, a influyentes sectores de la economía norteamericana; por ejemplo, el agrícola. No puede resultar convincente el maniqueísmo de Shultz, que se presenta como campeón de todas las buenas causas, cuando todo el mundo conoce la larga experiencia de EE UU en violar fronteras de países débiles; tradición que la CIA continúa actualmente con su apoyo desde Honduras a los somocistas que combaten el régimen legal de Nicaragua.

Madrid, capital de la distensión; sin duda, la frase es bonita, pero hace falta relativizarla. Después del enfrentamiento de estos días entre la URSS y EE UU en conversaciones bilaterales y en el debate público del Palacio de Congresos, sería absurdo interpretar el éxito indiscutible de la Conferencia de Madrid como el anuncio seguro de un proceso de distensión en Europa en los tiempos venideros. Hace falta ser consciente de que está en marcha un proceso exactamente contrario: utilizar el derribo del avión surcoreano -de un lado y de otro, con unas y otras interpretaciones- para acentuar la militarización, para crear un ambiente más favorable a los euromisiles, para sembrar la idea de que la seguridad sólo se puede lograr aumentando los armamentos. Si tal tendencia predominase, el Documento de Madrid acabaría siendo un papel mojado.

Pero un nuevo factor empieza a contar en Europa: la toma de conciencia del peligro representado por la acumulación de armamentos nucleares, tanto en el Este como en el Oeste, y por una supeditación de todo lo demás a consideraciones estrictamente militares. Y el crecimiento, en consecuencia, de los sentimientos pacifistas. Ello se traduce en manifestaciones de masas que sin duda van a adquirir mayor amplitud en los próximos meses. Pero el pacifismo es más que eso: implica una nueva manera de enfocar las relaciones internacionales fuera de los bloques y situando como preocupación central la necesidad de frenar y poner fin a una militarización de la vida internacional que puede tener consecuencias terribles. Lo que ha ocurrido en Madrid eleva la necesidad e importancia del pacifismo en esta hora de Europa.

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