_
_
_
_
Madrid, capital de la distensiónLos protagonistas de la Conferencia de Madrid / y 3

La CSCE, una tribuna de propaganda para las superpotencias

La Conferencia de Madrid ha sido durante tres años la caja de resonancia de todos los momentos difíciles de las relaciones entre las dos superpotencias. Las diferencias entre Estados Unidos y la Unión Soviética a propósito de las crisis de Polonia, Afganistán, los euromisiles... han marcado el ritmo de las sesiones en la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE).Durante cerca de tres años, Madrid ha sido para Washington y Moscú simplemente una tribuna propagandística desde la que repetir acusaciones recíprocas que bloqueaban todos los esfuerzos negociadores de los demás países.

En Madrid, Estados Unidos ha tomado la bandera de los disidentes soviéticos, de las familias separadas, de los judíos a los que se les prohíbe abandonar la URSS, de los perseguidos sindicalistas polacos, de los guerrilleros afganos. Estados Unidos ha relatado casos concretos de violaciones de derechos humanos en la Unión Soviética, ha organizado la presencia en la capital española de familiares de disidentes, que siempre han encontrado la ayuda de algún miembro de la delegación norteamericana cuando la policía les impedía el paso al Palacio de Exposiciones y Congresos de Madrid.

A

C., Madrid

Más información
El fin de la era de los embargos
La distensión prevalece en la Conferencia de Madrid al abandonar Malta su actitud obstruccionista

A la violencia dialéctica del representante de Estados Unidos Max Kampelman, un abogado judío neoyorquino, hablador, desenvuelto y astuto, la delegación soviética ha opuesto siempre el silencio, la inflexibilidad y el desinterés.

Dos estilos

Nombrado por James Carter y reconfirmado en el cargo por Ronald Reagan-, Kampelman ha estado siempre en Madrid perfectamente en la línea en que su presidente contempla las relaciones con la Unión Soviética. El representante norteamericano ha defendido durante los casi tres años al frente de su delegación que no vale la pena llegar a acuerdos con la URSS que luego se convierten en papel mojado por el reiterado incumplimiento de Moscú.

Kampelman ha insistido una y otra vez en que, antes de seguir negociando, quería ver algún gesto por parte de las autoridades soviéticas. Gestos como la liberación de algún disidente o la concesión de permiso para viajar a Israel a algunos judíos. La presencia en Madrid, al reanudarse la conferencia en febrero del pasado año, del entonces secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, sirvió para ratificar esta posición.

Enfrente ha estado siempre la monolítica actitud soviética de considerar que la CSCE no es el foro adecuado para tratar estos asuntos. Tanto Leónidas Ilichev como, más tarde, Anatoli Kovaliov se limitaron continuamente a rechazar una tras otra todas las acusaciones que se vertían contra su país.

Durante meses enteros, Washington y Moscú dieron la impresión de querer destacar sus diferencias para acabar con el espíritu de Helsinki. La Conferencia de Madrid ha coincidido con un período en que la distensión era una palabra hueca. Los debates en la capital española se han alternado con el diálogo sobre los euromisiles y la amenaza del rearme. Parecía absurdo seguir discutiendo en Madrid cuando la amenaza del despliegue de nuevos misiles norteamericano en Europa colocaba las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética en el punto más bajo de los últimos veinte años. A pesar de todo esto, los países europeos y el grupo de los neutrales y no alineados arrancaron al final algunas concesiones a las superpotencias y se llegó a un documento final que no satisface a ninguna de las dos pero que se han visto obligados a aceptar ante un cúmulo de presiones de sus aliados. Muchos países de Europa occidental y alguno del Este estaban hartos, en los últimos meses de la reunión de Madrid, de que una potencia no europea y otra que sólo lo es en parte pudieran condenar al fracaso una conferencia que trata sobre la seguridad y cooperación en Europa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_