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La segunda parte de 'Crónica del alba' obtiene una buena acogida en la Mostra de Venecia

El cine español, a pesar de su escaso peso cuantitativo en la Mostra de Cine de Venecia, ha hecho ya acto de presencia con la presentación de la película de Betancor 1919, segunda parte de Crónica del alba, y con el homenaje a Luís Buñuel, que consistió en la exhibición de Tristana y en una evocación a cargo de Carlos Saura. El filme español, a pesar de que no tiene las características más idóneas para un festival, se ha revelado ya entre los mejores de la Mostra, y ha contado con una aceptable acogida. Mientras tanto una gran producción norteamericana, El retorno del Jedi, rompe la línea de competición habitual hasta ahora en el certamen.

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El certamen rindió homenaje a Luis Buñuel

Por unas horas, la competición de filmes ha dejado de ser la protagonista de La Mostra para ceder este papel a la gran producción americana, a ese El retorno del Jedi que se dedica a batir récords de recaudación con la precisión de una maniobra programada a través de computadoras. Y esa es también la sensación que transmite el filme, producido por ese moderno rey Midas que es George Lucas y dirigido por Richard Marquand, en este caso limitado a un papel de funcionario. En El retorno del Jedi se acentúa el carácter infantil del producto, hasta el punto de que la película difícilmente puede satisfacer a un público adulto. Es un juego peligroso el que desarrolla, demasiado próximo a ese malentendido por el que los menores de edad son equiparados a los disminuidos mentales. Los propios actores parecen interpretar en broma, como si estuvieran de bolos pour l`Espagne et le Marroc. Todo el artificio del filme sugiere cajones de naftalina, objetos y paquetes apenas desempolvados para participar en una función rápida a la que se llega después de un largo viaje, de tres películas que ha agotado el entusiasmo inicial, ese que sobredimensionaba la Guerra de las galaxias y hacía llevadero el discurso tontorrón de metafísica barata, sobre la "fuerza y su lado oscuro".

Drama en los cuarteles

Afortunadamente, los muñecos y robots de Lucas han reinado poco tiempo, justo hasta que Robert Altman ha presentado Streamers, basado en una obra de teatro de David Rabe de igual título, que fue estrenada en Broadway bajo la dirección de Mike Nichols. Streamers no pretende ocultar sus orígenes. Toda la acción transcurre en la misma sala -un dormitorio colectivo de un campamento militar americano-, se conserva y marca la división de los tres actos por medio de fundidos y el verdadero dominador de la obra es la palabra, el texto.En un momento en que se habla de crisis de la dirección y de la necesidad de devolverles a los autores de las obras una cierta primacía perdida a manos de quien pone en escena, el trabajo de Altman se nos aparece como una confirmación de esta tendencia, hasta el punto de que suena injusto hablar de su película. Además -y no podía ser de otra manera en un caso semejanté- los actores son los otros grandes beneficiados de Streamers. Para ellos se acabó el ser muñecos que van de un lado para otro sólo en función del encuadre o de las necesidades de montaje. Aquí imponen sus exigencias, su tempo, sus gestos y miradas, única manera de hacer vivir unos personajes que tienen que estar vivos, ser creíbles y reales. Y lo logra, sobre todo, George Dundza en su papel de sargento, candidato indiscutible a un premio de interpretación.

Streamers es un drama antimilitarista, pero no sólo eso. El retrato que se hace de unos hombres que esperan ser enviados a la guerra es hijo de una gran habilidad, de eso que se ha dado en llamar capintería teatral. Hay también, aunque sea tangencialmente, una aproximación a lo que significó Vietnam para los USA, mezclada con un intento de mostrar cuáles son los tabús sexuales de una civilización.

Con lo dicho hasta aquí puede parecer que el trabajo de Altman carece de importancia y no es así. Su extrañísimo estilo, hecho de una planificación y un montaje muy irregulares y que en otras obras suyas servía para lograr efectos novedosos, en Streamers deviene plenamente funcional, potenciando la labor actoral y consiguiendo que el texto de David Rabe llegue con la máxima intensidad. Y ahí sí surgen una serie de cuestiones inquietantes, derivadas todas ellas de las técnicas realistas en que, está construida la obra y de su manera de vehicular el contenido. Es inquietante la relevancia que se concede al lenguaje grosero y a las nimiedades de tipo fisiológico, no por cuestiones de puritanismo moral, sino porque en ellas se basa casi toda la lógica del discurso, que acaba por tener un vuelo ideológico de altura poco más que gallinácea. Uno quisiera que el filme se despegara de lo que dicen sus criaturas, que el punto de vista del mismo no se confundiera con el de los parlamentos y actos que vemos en la pantalla y eso se logra en pocas ocasiones, porque la obra no consigue trascender e ir más allá del virtuosismo naturalista.

Australia, la cinematografía que parece predestinada por su poderío a convertirse en la revelación de los ochenta, tiene en concurso Carfeul, he migth hear you. Se trata de un melodrama con niño y final feliz, rodado con abundancia de medios. Una bella fotografía y un estilo tan clásico como relamido. Sin ser una mala película, es difícil justificar su inclusión en un festival que se dice consagrado a los autores.

Bernardo Bertolucci, que preside el jurado de La Mostra, es también el productor de Io con te non ci sto piu, una simpática e intrascendente comedia de costumbre protagonizada por jóvenes y dirigida por Gianni Amico, colaborador asiduo del célebre cineasta italiano. El filme está muy en la línea de las comedias madrileñas surgidas después de 1975 y es una especie de antología de las situaciones vodevilescas que se crean a base de un enredeo de puertas. Se esperaba más de Amico y la proyección culminó con abundantes silbidos, quizás un tanto injustos porque olvidaban las carcajadas que habían despertado las aventuras del triángulo protagonista.

Mejor acogida ha obtenido 1919 Crónica del alba, el filme de Antonio Betancor del que ya hemos hablado en diversas ocasiones y que aquí compite con otras primeras obras. De entre el material visto correspondiente a ese apartado, la película española está entre las mejores y eso que no es una cinta especialmente adecuada para un festival, ya que resulta un tanto tímida y demasiado conformada a ser una buena pero simple ilustración de la autobiografía de Ramón J. Sender.

En cualquier caso habrá que esperar a las siguientes proyecciones y a los comentarios que aparezcan en la prensa italiana, para hacernos una idea cabal de, hasta qué punto, la correcta acogida de la que hablábamos al principio del apartado significa algo más que indiferencia o buenas maneras.

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