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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bolívar

LA CEREMONIA de la entrega en Caracas del Premio Internacional Simón Bolívar, concedido por la Unesco al Rey de España y al admirable Nelson Mandela (encarcelado desde hace 20 años por su combate contra la segregación racial surafricana), ha dado ocasión a don Juan Carlos para resumir las ideas y los proyectos de la España democrática en sus relaciones con Latinoamérica. El Rey ha tributado también un emocionado recuerdo a Mandela, "prisionero que asume el dolor de un enorme sector de la humanidad que clama por la libertad y la justicia", y ha reiterado la decisión española de apoyar activamente las justas causas africanas y la lucha contra ese "agravio a la dignidad del hombre" que es el apartheid.Don Juan Carlos ha recibido este primer Premio Simón Bolívar como la persona "que ha heredado la gloria, la responsabilidad y el riesgo de iniciar la nueva andadura de un país como España, encrucijada de tres civilizaciones". Nadie puede infravalorar, sin embargo, el decisivo papel personal que ha desempeñado el Rey en la devolución de la soberanía al pueblo español. Esta "simbólica asociación de la Corona con el nombre de Simón Bolívar" debe, así pues, a don Juan Carlos, a su personalidad y a su conducta, todo su mérito. El discurso del Rey ha desarrollado algunas ideas claves que vienen siendo el motivo central de los mensajes de la Corona bajo los distintos Gobiernos de la etapa constitucionai, sobre las nuevas relaciones entre España y las naciones latinoamericanas. "Nuestro futuro no se apoya ni en la nostalgia ni en el rechazo del pasado, sino en una profunda solidaridad con los pueblos de este continente que nos hace vivir muy de cerca sus problemas más acuciantes, sean los de su independencia política y económica, los de su desarrollo o los derivados de sus ansias de una mayor justicia social". Y esa proximidad espontánea, creada por un pasado, una lengua y una cultura comunes, podría ser elevada a un plano flexiblemente institucional que permitiera a la comunidad de nacíones hispánicas "desempeñar un papel de mediadores en la sociedad universal entre el norte, centro industrializado, y el sur o periferia". La puesta en marcha del potencial humano y la movilización de los recursos económicos de esa comunidad contribuiría al equilibrio entre las grandes potencias o, para decirlo en palabras del Libertador, al "equilibrio del mundo". Don Juan Carlos ha evocado la figura de Bolívar como personificación de todas las ansias de justicia y libertad del continente americano. La comprensión histórica de la lucha por la independencia de las antiguas colonias españolas, apoyada por dos citas de singular valor de Miguel de Unamuno sobre el Libertador, relegan al olvido viejas querellas y sitúan a Bolívar, dentro, de la gran tradición ilustrada y humanista de nuestra cultura, como "la figura que resume con carácter egregio lo más positivo de aquellos forJadores de nuestra historia común".

Particular interés reviste, en el discurso del Rey, la mención a la Constitución de Cádiz, que "vivifica hoy todavía con su savia la Constitución española de l978", y que, como señaló en su día el venezolano Francisco de Miranda, fue el más importante monumento jamás dado por la metrópoli en beneficio del continente americano. Si la carta constitucional de 1812, en cuya elaboración. participaron 49 diputados americanos, se hubiese convertido en la base de convivencia de la Monarquía hispánica, tal vez los españoles habríamos evitado dolorosos conflictos fratricidas, a la vez que la inevitable emancipación de las colonias americanas hubiese podido discurrir por caminos semejantes a la Commonwealth británica. Como escribiera el propio Bolívar en su destierro de Jamaica en 1815, "cuando las águilas francesas sólo respetaron los muros de la ciudad de Cádiz, y con su vuelo arrollaron los frágiles Gobiernos de la Peninsula, entonces quedamos en la orfándad"; después de esa "entrega a la merced de un usurpador extranjero", la incertidumbre del futuro, la amenaza de la anarquía y "la falta de un Gobierno legítimo, justo y liberal" obligó a los americanos a precipitarse "en el caos de la revolución". La distinción recibida por el Rey de España invita a los españoles a mejorar su conocimiento de la figura de Simón Bolivar, que no Siólo conquistó con las armas la indepedencia de cinco países -Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia-, sino que también reflexionó con audacia e inteligencia sobre el presente y el futuro del continente. Sus campañas militares abarcaron un esc enario de seis millones de kilómetros cuadrados, y sus proyectos, concebidos en el fragor de las batallas, abarcaron desde el río Grande hasta Tierra del Fuego. El pensamiento del Libertador, heredero del Siglo de las Luces, reflejó la complejidad de las realidades con las que tenía que enfrentarse y las variaciones dictadas por el propio curso de la historia. En su Carta de Jamaica, Bolívar habla de España como de una "desnaturalizada madrastra", nación que sólo ha sobresalido "en fiereza, ambición, venganza y codicia", y afirma que "más grande es el odio que nos ha inspirado la Península que el mar que nos separa de ella". No faltarían, en cambio, en sus escritos emocionados elogios del padre Las Casas; y a finales de 1829, un año antes de su muerte en soledad, el Libertador escribiría que "nunca he visto con buenos ojos las insurrecciones y últimamente he deplorado hasta la que hemos hecho contra los españoles". Los proyectos constitucionales de Simón Bolívar para el alto Perú (que adoptaría el nombre de Bolivia como homenaje a su libertador), con la institución de la presidencia vitalicia, la heredabilidad del cargo por el vicepresidente, la tercera Cámara de censores y el impulso centralizador, y otras ideas similares previamente expuestas en el discurso de Angostura deben entenderse, para no caer en la falacia del anacronismo, a la luz de la inestabilidad, la inmadurez y las enormes desigualdades de las colonias recién emancipadas. Pero Bolívar nunca renunció a los ideales de libertad e igualdad que le habían lanzado a los campos de batalla. En cualquier caso, son las ambiciosas visiones panamericanas del Libertador el elemento de su pensamiento que, a más de siglo y medio de distancia, continúan guardando la frescura, la audacia y el vigor de las grandes intuiciones históricas.

Ya en 1815, Bolívar, aun reconociendo la necesidad de la independencia por separado de las colonias, expresa su deseo de "ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria". Esa "idea grandiosa" de formar "de todo el mundo nuevo una sola nación con un sólo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo" justificada por el origen, la lengua, las costumbres y la religión, tendría que vencer la división producida por "climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos y caracteres desemejantes". Ahora bien, "nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias". Simón Bolívar luchó hasta el triste final de sus días por hacer realidad primero la gran Colombia, que abarcaba los territorios de Venezuela, la antigua Nueva Granada, Ecuador, Perú y Bolivia, y después una confederación de todos los países americanos. Su patética carta, escrita semanas antes de su muerte, al general Juan José Flores expresaría el desencanto originado por la frustración de sus proyectos: "La América es ingobernable para nosotros", "el que sirve una revolución ara en el rnar", "la única cosa que se puede hacer en América es emigrar", "este país caerá indefectiblemente en manos de la multitud desenfrenada para después -pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos colores y razas". Pero en este bicentenario del nacimiento de Simón Bolívar, el alto vuelo de su imaginación histórica y el generoso optimismo de su voluntad política continúan nutriendo las esperanzas de los pueblos americanos, que antes o después lograrán transformar la utopía en realidad, acogiendo tal vez en el seno de esa comunidad de naciones libres a los países peninsulares que, al otro lado del Atlántico, les dieron su lengua y les ayudaron a formar su cultura y su idiosincrasia.

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