Con el trío de Chick Corea llegó la apoteosis

Corea, Vitous y Haynes llegaron hasta San Sebastián para dejarnos el regalo musical más completo posible. En días precedentes habíamos disfrutado de conciertos en los que abundó la calidad y no faltaron los momentos de genio. Pero su exhibición iba a desatar un elemento suplementario hasta ahora escaso: la emoción permanente, una continuada tensión intercomunicadora entre músicos y público. Y teniendo en cuenta el desarrollo de los acontecimientos, esa emoción tensa y compartida no podía culminar de otro modo que en apoteosis.No deja de tener su intríngulis que las máximas gotas de emotividad, que la auténtica comunicación del escenario, la consiguiera el grupo que trabaja con mayor dedicación e intensidad el matiz lírico, la minucia acústica, la sonoridad evanescente. Ese jazz de cámara que recrean con mimo e increíble preciosismo Corea, Vitous y Haynes es bien capaz, hechos cantan, de calentar los ánimos de un auditorio de cerca de 12.000 almas y conseguir su entrega fervorosa y feliz. Corea vive un gran momento de inspiración que le recupera para los más puristas y no le aleja de los que pasan de toda exégesis estilística. Su pulsación es a un mismo tiempo romántica y contoneante, delicada y tensa, ensoñadora y sensual. Vitous demostró más allá de toda duda razonable que es el más soberbio contrachelista con que cuenta el jazz de nuestros días, lo que no le impidió dejar bien claro que el bajo acústico pulsado no esconde ningún secreto para sus dedos.

Su música es tan grande como su corporeidad. Roy Haynes estuvo apabullante, magistral, mágico, ofreciendo una exhibición tan histórica como legendaria, algo sublime. Rompió con sus baquetas toda posibilidad de calificación laudatoria. Roy estuvo mucho más allá de las palabras.

Sentido de espectáculo

Fue un concierto extenso, dos horas, y planteado a la americana, con sentido del espectáculo. No obstante, al finalizar, la sensación era de que habían pasado escasos minutos. Un tema de Steve Swallow, el estándar jazzístico perteneciente a la banda sonora de La bella durmiente del bosque y una sonata compuesta por Vitous formaron la primera tercera parte del programa. Acto seguido, un recital Monk del que formaron parte Crepuscle with Nelly y Round midnight: incalificable por exquisito. Más adelante, cada uno de los elementos del Trío se explayó como solista.

Corea dio vueltas y más vueltas, como si buscara, sin encontrarlo, un acceso placentero a su celebérrima Fiesta. Vitous atacó su instrumento con ayuda del arco para abordar una sonata, La saeta de Miles en sus postales españolas, y El concierto de Aranjuez como remate. Haynes logró un solo de antología, en el que, a los cinco minutos de iniciado, todavía no habían tañido un solo metal, y llegó a consumir hasta otros tantos recurriendo exclusivamente a las cajas y el charles. Para cerrar la noche, el Trío nos regaló Las hojas muertas como bis de regalo. Las palmas echaban humo y el Palacio de los Deportes sudaba de alegría, puesto en pie.

El aperitivo-concierto con que se abre cada sesión lo cubrió el sábado la Big Band del AJMM de Barcelona. Comenzó poniéndose al personal en el bolsillo y haciendo olvidar a sus colegas suizos de la noche anterior. Luego se adentró peligrosamente en terrenos apantanados con un par de temas de los Beatles de los que mejor es olvidarse para siempre jamás.

Estuvieron a punto de echarlo todo a rodar. Con un tema salsero y su arreglo de BirdIand, los aplausos volvieron a su cauce inicial, desaparecieron las muestras de desagrado y cerraron con un gran éxito su paso por San Sebastián.