Centroamérica
Nada proporciona tanto imperio moral como la renuncia a los imperialismos, aunque sean retóricos. Felipe González, por el solo hecho de haber ganado en España unas elecciones democráticas, tiene hoy voz en toda la América de voces españolas.El sanchobellismo (política imperialista de Franco respecto de Latinoamérica, protagonizada casi siempre por Sánchez-Bella) no cristalizó sino en algunos juegos florales de la política, del juego y de las flores (ni siquiera de la poesía), y en alguna iconografía más o menos paraguaya que Giménez-Caballero fue dejando/levantando por allí, en calidad de embajador o de hombre a quien la famosa prudencia de Franco prefería tener lejos. Ahora, a los 10 millones de españoles que votaron Felipe González hay que sumar los 300 millones americanos de hombres/mujeres que ven en nuestro presidente, de cerca y de lejos, el único político/bisagra de Europa que puede entenderse con sandinistas, socialdemócratas, guerrilleros y patriarcas de otoño sangriento. González no quiere hacer imperio, sino diplomacia. No quiere acaudillar/ acaudalar nada, sino reconciliarlo todo. Cuando FG se entrevistó con Reagan, recientemente, aparecía, quizá, inerme ante el mundo, pero el mundo sabía/ intuía (y Reagan antes que nadie en el mundo, aunque no lo diga) que estaba dialogando la América otra, vicariamente representada en el joven nacionalista español. Esa era la fuerza de un Felipe sin fuerzas ante el viejo más poderoso de la Tierra, que ha decidido duplicar su vejez presentándose a la reelección. La presión silenciosa de América, del Cono Sur, de Centroamérica, pasaba como un huracán andino por los hilos de la intérprete. Felipe no habló en inglés, y, si no lo sabe, tanto mejor, pues que Reagan no sabe castellano, y esta lengua pedernal y latina, milenaria y viajera le sonaría al zureo alto y ominoso de todos los grandes pájaros de los Andes.
La democracia española, así, se certifica en América, y encuentra allí su mejor misión -ya sin misioneros-, no sólo internacional, sino incluso nacional. He apuntado el otro día en esta columna mi cena con Carlos Andrés Pérez. Elogioso con mi escritura, reticente con el vestigio marxista en el mundo moderno -Carmen Tamames sacó el tema-, me obsequió con unos párrafos de grandeza hispánica pragmática que he resumido en esta frase:
-España y Latinoamérica, Umbral, pueden ser el futuro del mundo durante 50 años.
No es uno muy fervoroso de las grandes palabras, pero decía Hegel que "la existencia es el vestigio de la acción", y los españoles, evidentemente, hemos actuado mucho en América, para bien y para mal. El presidente González -buen amigo, me parece, de Carlos Andrés Pérez, el ex presidente socialdemócrata de Venezuela- tampoco ha usado en América de las grandes palabras ni de los grandes números. Pero ahora mismo es nuestro hombre en La Habana, en Managua, en Contadora, donde haga falta, presente o ausente, el interlocutor doble a quien Europa pregunta y la Casa Blanca no contesta. Son tantas las virtudes de la nada virtuosa democracia que, irónicamente, confiere a un demócrata puro -socialista, en este caso- el liderazgo quizá indeseado entre dos mundos, la capitanía de la nada, pero una nada en la que habrá de jugarse todo.
Lo que no consiguieron en 40 años/siglos (toda una era imaginaria, desrealizada en su irrealidad por los fascicularios) las proclamas lírico/épicas sobre Hernán Cortés y el cacao, lo ha conseguido muy sencillamente, y como sin querer, un demócrata en apuros que no quiere imperar en nada, sino hacer el Imperio, qué imperio, soluble en todos. Eficaz o no la gestión de FG entre los nortes ominosos y los sures ruidosos, su imagen se incorpora hoy un imperio/imperativo moral que la Historia otorga, irónicamente, a los veraces.
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