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La noche del Estruendo de Iruña

Quince minutos antes de la medianoche de hoy, el matrimonio abandonará su pisito del pasadizo de La Jacoba. Es una necesidad desde 1964, cuando sus tímpanos estuvieron a punto de reventar por causas entonces desconocidas. Era el Estruendo, nacido para alegrar una noche de San Fermín, y luchar contra la proliferación del baile cerrao.

Por aquél año, un grupo de hombres ya en uso de razón no tuvo otra idea para dar mayor ambiente a las noches de San Fermín que salir de Casa Marceliano, bajo el espíritu salvaje de Hemingway, a las 23.59 de un día triste, como es el lunes, y arrasar la ciudad con bombos, txistus y tamboriles, y un ritmo primitivo y machacón.

Se llamaban, y se llaman el Estruendo de Iruña, sin suvención (como reza su pancarta), y los castizos ya estaban sobre aviso. Los promotores de la idea son los mismos que organizan la merienda del patio de caballos de la plaza de toros a base de tortilla de pipas, o de almendras (todo sin pelar), o garbanzada con polvorones, para picadores, banderilleros, matarifes y cirujanos, sin distinciones entre el personal que interviene en la corrida de la tarde.

El nacimiento del Estruendo no iba a ser menos excitante. Salieron el primer año, puntualmente, con un bombo de cuatro metros de altura movido con ruedas. Después fueron modernizándose, y aparecían en la plaza del Castillo con una carrete cargada de botellas de champán, tirada por bueyes. La bebida, pese a que era servida en orinales, se acabó pronto. Para los organizadores fue un decepción que nadie preguntara si los orinales eran nuevos.

A la noche siguiente, es decir un año después, la carreta llevaba un tiro de mulas. Finalmente desistieron de los animales, se cansaban a mitad de la noche. Los sanfermines no son fiestas para cualquiera.

Un año pasaron el cesto y se recogieron 30.000 pesetas, que posteriormente. fueron entregadas a las Hermanitas de los Pobres. últimamente reparten pegatinas, gratis, que no quieren dinero de nadie.

El corto recorrido del Estruendo dura, sin embargo, horas. Miles de personas se añaden a los que salen del Marceliano a su paso por la plaza del Castillo, el Monasterio (bar), calle Estafeta y Mercaderes, para acabar a la sombra del Ayuntamiento con más ruido que al principio.

Para entonces, el matrimonio habrá apurado el vaso de leche con suizo en la terraza del Txoko y cruzará diagonalmente la plaza del Castillo para volver a su pisito, tan acogedor, tan bien situado. Casi perfecto, si no fuera por una de las 365 noches del año, la del Estruendo, cuando tienen que retirar las porcelanas de lo alto de los armarios.

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