Dos grandes divas para Rossini: Caballé y Dupuy
Semíramis.Ópera de Rossi. Música de Rossini. Intérpretes: Montserrat Caballé (Semíramis), Martine Dupuy (Arsaces), George Pappas (Assur), Eduardo Giménez, (Idreno), Dimitri Stantshev (bajo) y, Mario Ferrer (Sombra). Coro: José Perera. Escena: Giampaolo Zennaro. Dirección musical: Eugenio Marco. Nueva versión de la Fundación Rossini.
Teatro de la Zarzuela. Madrid. 21, 24, 26
y 29 de junio.
La actuación sensacional de Montserrat Caballé y la sorpresa no menos sensacional de Martine Dupuy elevaron al máximo el nivel artístico y el ambiente entusiasta de la Semíramis rossiniana con la que se clausura la 2ª temporada operística de Madrid. Al parecer, termina también una etapa en la vida lírica del teatro de la Zarzuela y la próxima se planteará sobre supuestos distintos: mayor continuidad y menos lujo, más trabajo para los equipos nacionales y una planificación a medio plazo, por lo menos.
El plan entraña tanto las actividades operísticas como las zarzuelísticas, sin renunciar a representaciones con repartos de excepción.
No en su totalidad, pero sí en las dos voces femeninas principales, fue excepcional el cast de Semíramis, ópera por cierto quela mayoría de los asistentes conocerían en esta ocasión, pues nunca fue título asiduo en los carteles. Se trata, digámoslo a modo de recuerdo, de una altísima consecución dentro del género de la ópera trágica.
En él consiguió Rossini grandes bellezas, un fascinante y bravo virtuosismo vocal y un melodismo de calidad, todo ello impulsado por la, fuerza irresistible de un espíritu o una fluencia capaz de iluminar el estilo serio y el bufo, tanto en las voces como en la orquesta.
La herencia de Mozart
Muchas veces se ha dicho y escrito que Rossini no renovó nada y que se ciñó a recibir parte de la herencia mozartiana. No me parece correcto tal juicio cuando la inventiva de Rossini es incisiva, grande y polifacética. A veces anticipa el Verdi maduro; en el caso de las pequeñas piezas de la vejez, las creaciones rossinianas adivinan a Erik Satie (en su humor y en sus rótulos) o nos emocionan desde la honda sencillez del homenaje a la muerte de Meyerber, para coro de hombres y caja.
Que los tiros rossinianos apuntaban hacia el futuro nos lo demuestra la predilección de los grandes compositores modernos por su música, desde Falla a Ricardo Strauss, desde Casella a Stravinski. Sucede que, en la ópera, la novedad de Rossini, aparte ciertos procedimientos, estaba en la sustancia. Basta compararlo con sus coetáneos: Auber, Herold, Spohr, el mismo Weber, Donizzetti, Meyerber, que estrenaban diversos títulosel mismo año o al siguiente deSemíramis (11123).
Dos voces de categoría
Para abordar el papel de Semíramis o el de Arsaces se precisan una soprano y una contralto de categoría bien singular: con veces extensas, ricas, bien coloreadas y, a la vez, con posibilidades de máxima coloratura virtuosística. Gozamos de todo ello en los medios y el arte de la Caballé y la Dupuy, capaces de humanizar la tragedia de cartón piedra trazada por Rossini para el tema legendarlo de la reina babilónica.
Sería inútil señalar este o aquel fragmento, aun cuando la juntura de las dos divas en equilibrado y unificado contraste provocaba ovaciones sin fin. Las merecieron los bajos Pappas y Stanshev y el tenor Eduardo Giménez.
La labor del director Eugenio Marco, bien conocido de todos, fue proba y entusiasta, pero es que Rossini y, sobre todo, óperas como Semíramis reclaman el primer gran divo en el podium. De otra forma hay algo que se volatiliza sin remedio: ese algo donde el ser y el crear de Rossini vuela más elevado, más libre y más vital. La Sinfónica de Madrid realizó un nuevo y meritorio esfuerzo y el Coro de Perera mantuvo los niveles habituales.
