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Y al fondo, música

Es el momento de recordar, y testigos hay, que Ortega, cercano ya a su fin, manifestó especial interés en escuchar las tonadillas de nuestro siglo XVIII. Le había llegado el eco de una famosa sesión celebrada en el Conservatorio de Madrid. No llegamos a tiempo, y años más tarde, en el homenaje a Subirá, celebrado en la academia de San Fernando, y con La Tirana presidiendo -no fue tonadillera, pero pudo serlo, tal como la pintó Goya-, recordamos muy especialmente a Ortega.En su serie de estudios sobre Goya hay una fuente de sugerencias aprovechables para el histonador de la música. Conviene recordar cómo Ortega proclama su deuda con Lafuente Ferrari y cómo a renglón seguido escribe unas graves palabras dirigidas a los historiadores del arte que son de actualidad, que son bien actuales como estímulo para ese grupo de jóvenes historiadores del arte que quieren superar rancios criterios de aislamiento y no menos para los poquísimos que intentan lo mismo en musicología.

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Ortega señala como característica cultural de las clases altas en la época anterior a la guerra de la Independencia su plebeyismo, su gusto y regusto por lo castizo desgarrado que se simboliza en el majismo. ¿Cómo no pensar de inmediato que ese majismo tiene su expresión musical en la tonadilla? En efecto: son los majos y majas primeros protagonistas de la tonadilla y, a primera vista, podían salir por títulos, asuntos y posturas de los goyescos cartones para tapices. Pero, cuidado, si el tema es común, la delicadeza, la maestría y el refinamiento del Goya cortesano contrastan con la gracia un tanto de sal gorda y un mucho de pobreza instrumental de la tonadilla. Cuando se trata de lo goyesco incluso en las antiguas corridas de toros que llevaban ese apellido, se pone el acento en ese Goya castizo, ligándolo con el de La tauromaquia, y así está en Barbieri y hasta en el mismísimo Concierto de Aranjuez: en el medio, las tonadillas y las Goyescas de Granados ponen a la maja dialogando con el ruiseñor y la riqueza ornamental de ese plano se acerca más al Goya verdadero.

No se trata de citas exhaustivas, porque lo de la música goyesca llenaría todo un ciclo muy provechoso para los estudiantes de arte con un singular repaso a la colección del Prado.

El tema de la guitarra

Otro tema es el de la guitarra. Goya, en una carta a Zapater, le recomienda a un flamenco, y luego le manda una colección de seguidillas boleras. Con ese mismo título le envía a María Luisa de Parma una pequeña colección José Leoz. Sí que está la guiterra castiza en Goya, pero hay otras, la del ciego, la terrible de las pinturas negras, que anuncian lo que será la guitarra callejera en el XIX y no menos la también terrible de Pablo Picasso en El guitarrista ciego.

Musicalmente, es necesario completar la teoría del plebeyismo porque esa misma aristocracia que juega con pasión al majismo rinde culto a Haydn. ¡Qué bueno sería hacer sonar un fortepiano bajo el retrato del duque de Alba, con Haydn en la mano! Tampoco es lícito olvidarse de Boccherini; todo lo contrario: Goya coincidió con el músico en la delicada, deliciosa y melancólica corte del infante don Luis en Arenas de San Pedro. Boccherini es goyesco por su casticismo y por su guitarra, pero es igualmente goyesco por llevar la guitarra a la fantasía y a la perfección de sus quintetos. Más aún: cuando Goya, pintor ya de cámara real, quiere presumir, y no sólo de buen coche, pone al margen las seguidillas, y como signo de distinción -todavía no era sordo- le dice a Zapater que se va a la ópera. ¡Y el solfeo que estudia Marianito Goya en esa cima de la delicia que es su retrato!

No se puede aplicar, sin embargo, una estricta comunidad de formas porque Goya va mucho más allá, como va más allá Beethoven: no es sólo la sordera, ni la forma del cráneo, ni ese extraño parecido en alguno de los autorretratos, sino que hay algo más, hay la cercanía de estar a caballo entre dos culturas, dos formas distintas de vida y en ese abrir las esclusas a la invasión romántica. Mucho después serán los expresionistas, muy por encima de la sola influencia técnica en el impresionismo, quienes se verán herederos de las pinturas negras, tardíamente queridas por los aficionados españoles. Y hoy mismo: una obra tan aguda y tan bella como los Sonidos de guerra, de Luis de Pablo, no está lejos de Los desastres. Vida, leyenda y mito en Goya pueden tener su música de fondo.

Federico Sopeña ex director del Museo del Prado, es musicólogo.

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