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El palacio de Pedralbes albergó una fiesta superrealista en la apertura de la exposición de Dalí

Jordi Pujol llamó al acto "punto álgido del reencuentro de Dalí y Catauña"

El intenso calor del mediodía barcelonés acentuaba ayer la impresión de que los jardines y la planta noble del Palacio Real de Pedralbes albergaban una fiesta surrealista. Una inmensa fotografía del pintor de Figueres con sus enhiestos bigotes dominaba el espacio donde autoridades políticas, personalidades culturales, músicos, invitados y representantes de la prensa se agolpaban para asistir a la apertura de la exposición antológica sobre la obra de Salvador Dalí organizada por el Ministerio de Cultura y la Generalitat de Cataluña.

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El primer y más antiguo cuadro que el visitante puede observar en la exposición antológica del palacio de Pedralbes es un pequeño paisaje de las proximidades de Cadaqués pintado por Salvador Dalí hacia 1910, pese a que figura en el catálogo con fecha de 1914. El cuadrito, correspondiente a la breve y temprana etapa noucentista de Dalí, pertenece a la colección de Albert Field, un distinguido caballero norteamericano que dirige los 'Salvador Dalí Archives' en la localidad de Astoria (New York, E. E. U. U. ). "Desde muy joven me había fascinado la pintura de Dalí", contaba Field poco antes de la apertura de la exposición; "tenía muchas reproducciones de sus obras, pero quería saber más. En 1954 fui a verle en Nueva York y le pedí un catálogo, pero él me contestó 'usted será mi catálogo'. Fue entonces cuando comenzó mi colaboración con él".

Música y protocolo

Antes de que los salones del palacio de Pedralbes se llenaran con el millar largo de personas que acudió a la inauguración de ayer, las estancias del palacio regalado por la ciudad de Barcelona al rey Alfonso XIII y utilizado más tarde por el general Franco en sus visitas a Cataluña, parecían un lugar completamente diferente. El vertiginoso surrealismo y el exacerbado detallismo de las obras de Dalí prestaban nuevas dimensiones a la untuosidad oficialista y algo pompier del palacio. Así, las inmensas arañas de cristal tallado parecían planear sobre telas como El enigma de Hitler (1937), la Madona de Port Lligat (1949), las sofisticadas fantasías dalinianas en piedras preciosas que se exhiben en la capilla del palacio, o el holograma y las pinturas estereoscópicas del salón del trono. Al pasar ante los cuadros con ojos de conocedor, Albert Field comentaba que "Dalí no ha dejado nunca de ser un surrealista, porque siempre ha pintaclo cosas que están en el interior de la mente".Parecía que la síntesis Pedralbes-Dalí podía constituir un espectáculo difícil de superar, pero el numeroso y variadísimo público que asistió a la ceremonia inaugural prestó al escenario el movimiento que le faltaba. Los responsables del Servicio de Artes Plásticas de la Generalitat habían declarado que pretendían dar un 'aire daliniano' a la inauguración y desde luego tuvieron éxito en su empeño. Los espectaculares bigotes de Salvador Dalí en una enorme fotografía adosada a la entrada del palacio presidían la reunión de autoridades e invitados pertenecientes a los círculos artísticos y culturales, ataviados con una variedad que iba desde el riguroso traje de alpaca azul o gris y el vestído de cóctel hasta la informalidad de los tejanos, camisetas y minifaldas.

Los rostros populares eran prácticamente incontables y casi irreconocibles entre la multitud. Además del presidente Pujol, el ministro de Cultura, Javier Solana, y el alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall, estaban en la tribuna el presidente del Parlamento de Cataluña, Heribert Barrera, el delegado del Gobierno, Francesc Martí Jusmet, el conseller de Cultura Max Cahner y el representante de Dalí, Antoni Pitxot. Entre los invitados, Ramón Trías Fargas, Josep Maria Figueras, Joan Pere Viladecans, Antonio de Senillosa, Josep Laporte, Oriol Bohigas, etcétera. La inauguración formal fue breve y la naturalidad prevaleció sobre la solemnidad. Tal vez a la misma hora en que Dalí llevaba a la tumba de su compañera Gala -de cuya muerte se cumplía ayer un año- un gran ramo de nardos blancos, el alcalde Pasqual Maragall abría el turno de intervenciones diciendo que"Dalí enlaza con una de las corrientes más representativas del pensamiento de este país". El representante oficial del artista, el también. pintor Antoni Pitxot, transmitió a todos los presentes "un gran abrazo" daliniano y lanzó un "viva Dalí". El ministro de Cultura, Javier Solana, recordó el enorme éxito de público que ha tenido esta misma exposición durante el mes y medio que ha estado en el Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid y se felicitó de esta realización conjunta de la Generalitat y la Administración central.

Las palabras de Jordi Pujol fueron todo un canto a la genialidad de Dalí y a la proyección universal de la cultura catalana. El presidente de la Generalitat definió el acto de ayer como "un punto álgido del reencuentro de Dalí y Cataluña" y dijo que el artista de Figueres es uno de los principales exponentes de la esencia catalana "íntima y abierta al mundo". Pujol arrancó los aplausos de los presentes cuando dijo que "llegará un día en que no todo el mundo sabrá quién era presidente de la Generalitat en los años 80, ni quién gobernaba España en este momento, pero todo el mundo, y antes que nadie los niños en las escuelas, sabrán quién era Salvador Dalí".

Mientras las autoridades iniciaban el recorrido por las salas de exposición, los músicos Pau Riba y Toti Soler daban un considerable cambio de ritmo al acto con la interpretación de varias de sus canciones, comenzando por Daliniana Flor, de Pau Riba. Las sillas de tijera situadas frente a un entoldado a la derecha de la entrada de palacio se vaciaron de autoridades e invitados oficiales y fueron ocupadas por un público más heterogéneo y joven. A la entrada de la exposición, los invitados se apretujaban para entrar y una azafata seguida por un hombre de avanzada edad y un comandante de la Policía Nacional trataban de abrirse paso. El hombre de edad avanzada era el poeta J. V. Foix, contemporáneo de Dalí. Poco más tarde, aún entre los acordes de las canciones de Riba y Soler -y siempre bajo los bigotes de la inmensa fotografía de Dalí que sirve de emblema a la exposición- se formaba una comitiva de coches oficiales que partió entre nubes de polvo y oleadas de calor.

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