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Castilla no existe

"Castilla se muere, está muriendo. Como región, como comunidad de pueblos y tierras. Apenas algunas industrias manchan su paisaje desertizado. Los hombres emigran. Los pueblos se van cerrando, cayendo, desapareciendo sus nombres. Surgen, allí donde existen condiciones turísticas -río, monte, árbol-, algunas nuevas casas: chalés, fincas, ocupadas fundamentalmente los meses de verano y algunos esporádicos fines de semana. El tiempo restante es silencio. Y esto ya no es Castilla".Así arrancaba mi libro Castilla como agonía. Vivía aún Franco cuando escribí estas páginas. A pie, en viejos trenes, en renqueantes autobuses, pateé las antiguas tierras de Castilla. Encontré la soledad, el desánimo, la tristeza, cuando no la alienación en los escasos habitantes restados a sus tierras. Publiqué el libro. Todavía censuras, persecuciones, gritos y denuncias por quienes hoy, en muchos casos, aparecen como abanderados del castellanismo. Es vieja historia. Historia de difíciles tiempos. Han pasado los años. Me pregunto: ¿cambió la situación? En lo que respecta a Castilla yo diría que escasamente, por no decir nada. Creció la burocracia. Pero se perdió la oportunidad, tal vez se esté perdiendo, de contribuir al desarrollo de una auténtica concienciación regional, de un futuro en el que el pueblo castellano pase a ser de verdad el artífice de su historia, recupere sus señas de identidad, tenga una voz propia. Algunos siguen anclados en el pasado: que no les saquen de los fueros medievales, ciegos al tiempo que viven. Otros, oportunistas, sólo buscan incrustarse en una administración que, a trancas y barrancas, en reflejos centralistas, define, parcela, corta, falsea a unas tierras y unos hombres que se encuentran mapas, fronteras, competencias administrativas definidas antes de que su voz, es más, su propio sentir, haya sido tenido en cuenta. Euskadi lucha, mata y muere por un nacionalismo feroz, con el que no me identifico, pero que responde al sentir de un pueblo que aspira a ser nación. Vieja es la organización económica de Cataluña, donde hasta

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los equipos de fútbol son algo más que un club. Andalucía se vuelve a su historia, y, fiel a una tradición tolerante, acentúa su carácter en lo cultural, arrancado de fusión de cristianos, árabes y judíos, para llamar a los andaluces del mundo en jornadas de música, de poesía, de vieja síntesis ético-filosófica o de nuevos hábitos de la cultura del ocio, con los que uno no puede por menos que identificarse. Y Castilla, ¿dónde está? Sigue en la mera pelea intestina. La Castilla actual viene conformada por 94.174 kilómetros cuadrados de superficie, 2.610.500 habitantes y una denominación: CastillaLeón. La vertebración ha dejado fuera de Castilla a Santander y Logroño, tan ligados a ella en los orígenes de su lengua, historia y cultura. Ha metido a León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia, fusionando lo que antaño fuera orígenes de guerras y rencillas constantes. León y Segovia luchan por la uniprovincialidad. Burgos quiere otra fronterización más acorde al mapa conformado por los siglos pasados. Valladolid aspira al dominio del ente. El ente: qué atroz palabra. Ahí se conforma el denominado Consejo General de Castilla y León, que, fuera de labores burocráticas, ha sido incapaz de calar en los castellanos, cuyo pueblo desconoce prácticamente su existencia. Industriales, burócratas, políticos profesionales y algunos, los menos, intelectuales son los únicos enganchados, a nivel administrativo, a este proceso, más por defensa de sus intereses que por auténtica necesidad regional. Muchos de ellos son los continuadores de la otra Castilla, aquella desvirtuadora que imponía la lengua del imperio, la religiosidad católica y trentina a ultranza, la austeridad y la hipocresía moral como norma de conducta. Los mismos que hicieron de la Castilla vencedora de la cruzada la más vencida de las tierras regidas por el dictador, vencida en el exilio de sus hombres, en la desertización de sus tierras, en la fuga de sus escasas riquezas, en la desculturización de sus pueblos.

Ellos hablaban un lenguaje arcaico y pretendidamente triunfalista, al tiempo que entraban en la era de la velocidad, el petróleo, la revolución científica-técnica, la unidimensionalidad de la cultura.

Nadie es más que nadie

El envejecimiento, los pueblos sin almas -sigue aumentando la regresividad respecto al nivel medio nacional de sus habitantes por kilómetro cuadrado-, municipios dispersos, carentes de servicios de cualquier índole, la descomunicación -carreteras en mal estado, ferrocarriles insuficientes-, la acentuada depresión económica, la emigración de hombres y capitales, el predominio del sector primario y escasa industrialización, con una estructura de la tierra inadecuada, los vestigios del caciquismo ... ; para qué seguir... Recientemente he celebrado algunas conferencias-coloquio por tierras de Castilla. El diálogo, sobre todo, ha sido con jóvenes. Algunos, los menos, luchan desesperadamente por salir de este cul de sac desconcienciador que se vive en la región.

Ajenos a ellos, en Prensa escasamente imaginativa, el lenguaje de los que siguen hablando del ente. ¿Jornadas culturales? ¿Grupos de estudio económico, apoyos a compañías de teatro, de filmación de vídeo, de cine propio, congresos de trabajo? ¿Dónde están las campanas que toquen a rebato a todos los castellanos dispersos por el mundo, para solicitar su esfuerzo, para poner en marcha un auténtico plan creativo y colectivo regional? Sólo veo burocracia, apatía, desinterés, silencio. Por eso escribo estas palabras. Diciendo, no sin dolor, que Castilla no existe. Esperando sean muchas las voces que respondan. Para aceptar mi error y congratularme de que un auténtico movimiento regenerativo, cultural, de transformación regional, con participación masiva del pueblo castellano, se ponga en marcha. Sin que esto suceda, callar sería mentir. Aún pienso en la agonía. Mas no deseo asistir al entierro. Con perdón y permiso de los señores administradores de la región, desde Madrid conformados, quienes son incapaces, hasta de ponerse de acuerdo a la hora de dialogar entre ellos mismos, para, aunque sea verticalmente, decir: Castilla puede comenzar a ser, a existir, y, ya que el pueblo se acercó a las urnas para elegir a sus rectores, éstos fundamentan su mandato en el acuerdo para devolver al pueblo la conciencia y dignidad de Castilla, cuyo lema único debiera ser el recogido por Machado: "Nadie es más que nadie".

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