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Los uruguayos confiaban en la mediación del Rey para la liberación de presos políticos

A las ocho de la noche de ayer, hora española, en que fue redactada esta información (tres de la tarde en el Cono Sur), se desconocía la identidad y la suerte de los tres españoles liberados por el régimen militar uruguayo del general Goyo Álvarez, de los nueve sobre los que se había interesado prioritariamente nuestro Gobierno. En la noche del sábado, en la cena ofrecida por los Reyes en la Embajada de España, comenzó a circular la noticia de la liberación, pero sin mayores confirmaciones, dados los niveles de secretismo y censura del país y unido al -acaso comprensible- hermetismo de los diplomáticos españoles.

Estos tres tupamaros españoles habrían cumplido ya el tiempo suficiente de sus condenas como para que el Gobierno uruguayo pueda líberarlos sin sentirse objeto de presiones diplomáticas. Se ignora si están en la calle (sus órdenes de libertad pudieron haber llegado a la cárcel el día anterior a la llegada del Rey) o si aún esperan en dependencias policiales o carcelarias su expulsión del país o su libertad condicional. Bien pudiera ser que, a tenor de los precedentes que existen, permanecieran en el país, sin pasaporte y con la obligación de presentarse periódicamente ante las autoridades judiciales. Con ello se pretendería reforzar la imagen que el régimen quiere dar de ellos, de meros "delincuentes comunes" y se evitarían sus declaraciones en el exteriores.Aquí la prensa, por supuesto, no menciona una sola palabra sobre el caso, aunque la población esperaba que la visita real sirviera también para la liberación de algunos presos. En ocasiones, el entusiasmo que ha despertado esta visita cae en la zanja de la hermosa ingenuidad de la hermosa gente que hace dos días aseguraba que el Rey llegaba a Montevideo para llevarse en su avión a los nueve tupamaros españoles.

La jornada de ayer, por lo demás, se limitó a una excursión a Punta del Este, a un centenar de kilómetros de Montevideo, importante -y elegante- centro turístico, que, es como el Biarritz de los argentinos que aún se pueden tener por adinerados. A su regreso, los Reyes marcharon al aeropuerto de Carrasco para volar de regreso a España.

En la tarde del sábado, probablemente el Rey terminó de ganarse una plaza en el corazón de los uruguayos. Tras reunirse con la colonia española, se dirigió a la embajada para recibir a la oposición tolerada y a la oposición prohibida. Los montevideanos se acumulaban en las calzadas esperando el paso del monarca. El dispositivo de seguridad parecía un circo. Coches y motoristas de la policía abriendo marcha con sus sirenas, autos bramando por su megafonía para que las gentes se retiraran sobre las aceras, la escolta motorizada protegiendo la limousine Mercedes del Rey (que encendió el piloto interior para ser visto) y detrás más escoltas, dos ambulancias, una unidad coronaría móvil y un coche de bomberos; a toda velocidad, entre ovaciones, camino de la Embajada de España. En el palacete, izado el pendón del Rey y la bandera en el remate de un alto mástil. Cientos (te personas contenidas por la policía en la acera de enfrente. Gritos de amnistía, libertad, el ya consabido estribillo en toda esta zona geográfica del "se va a acabar, se va. a acabar la dictadura militar", vivas a España, a la democracia y al Rey.

Un auténtico demócrata

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Fueron llegando a pie o en coche los doce líderes políticos citados, algunos de los cuales, dada su proscripción política, no pueden ni ser citados públicamente so pena de cárcel de tres a seis meses, para esperar al Rey en la biblioteca del embajador. Don Juan Carlos acompañado por el general Sabino Fernández Campos, secretario de su Casa, su ayudante de campo teniente coronel Muñoz Grandes, el ministro Morán, Luis Yáñez, presidente del Instituto de Cooperación Iberoamericana y Carlos Miranda, director general de Iberoamérica, permaneció hora y media escuchando sus explicaciones sobre la situación política del país. Afuera, los uruguayos coreaban canciones e insistían en reclamar al Rey en el balcón. Acabada la entrevista, don Juan Carlos partió hacia su hotel entre vítores y aplausos y los doce políticos, en la misma biblioteca del embajador, concedieron entrevistas prudentes, e individuales, con los periodistas españoles. Fueron unánimes los elogios y el agredecimiento a la persona del monarca: "estamos ante un auténtico demócrata", comentaban; "ya lo sabíamos y lo hemos vuelto a comprobar personalmente. De la importancia de esta entrevista, puede dar idea el recuerdo de lo que significó en España aquel desayuno del entonces ministro alemán de Asuntos Exteriores, Walter Schel, con tres líderes moderados de la entonces oposición clandestina española, poco antes de la muerte de Franco; aquí los principales líderes políticos de la oposición que no están en la cárcel o en el exilio han sido recibidos amplia y generosamente por el Rey en la primera visita que un monarca hace a este país.

La seguridad política incluso en los terrenos de la embajada resultó contundente. Un policía uruguayo en la misma puerta del edificio interior de la embajada, me conminó a retirarme inmediatamente al comprobar en los dos colgajos de mi chaqueta con las identificaciones española y uruguaya, que pertenecía a la redacción de EL PAIS. El País es también un matutino de Montevideo. "La prensa uruguaya no puede entrar aquí", me espetó, antes de poder deshacer el equívoco. Significativo.

Las identificaciones sirven al menos para que al acceder a pie hasta la embajada te aplaudan agradecidos los uruguayos al identificarte como español y miembro de la comitiva. Los políticos de la oposición abandonaron la embajada en varios automóviles entre el entusiasmo de quienes esperaron durante horas. El autobús de los periodistas españoles fue también ovacíonado al retirarse mientras todos hacíamos con los dedos la uve de la victoria y la esperanza. Toda una satisfacción ser hoy español en Montevideo. Los Reyes ya se han marchado, pero los uruguayos por primera vez en siete años, ya no se sienten solos.

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