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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fantasía y magia en la versión catalana de 'La tempestad', de Shakespeare

Los nombres de Núria Espert y de Jorge Lavelli, unidos al de un clásico, y al de uno de sus mejores traductores, Josep María de Sagarra, convierten el espectáculo que se presentó el viernes por la noche en el Romea en uno de los acontecimientos teatrales de la temporada. A su brillantez se añadió, además, la presencia ya habitual de la clase política -especialmente la que gobierna la Generalitat- junto con la profesión teatral. El 5 de octubre se presentará en Madrid en la versión castellana que ha preparado Terenci Moix.

La tempestad, de Shakespeare, la última gran invención del hombre de Stratford, ha resultado ser un venero alegórico, pródigo y multiforme. Y seguirá siéndolo, sin duda. Se trataba ahora de levantar acta de una enésima lectura, puesta en escena el pasado 20 en el teatro Romea de Barcelona: la de Jorge Lavelli, cuyo notabilísimo prestigio de especialista nos llega del brazo de la presencia estelar de Núria Espert y con el patrocinio solemne del Centre Dramátic de la Generalitat.En la lectura -una más- tradicional y oficialista, La tempestad se ha visto siempre como un ejercicio de fantasía de raíz muy típicamente elisabetiana. Ése es el cliché, y en cierto modo válido. La indulgencia, la serenidad y la melancolía agridulce de quien ya contempla las cosas desde la última vuelta del camino, la tierna ironía que pespuntea el entrelazado de realidad y fantasía de La tempestad, encierra un insondable esoterismo conceptual. Si hay un Shakespeare críptico, un Shakespeare "que aterroriza a los profesionales del mundo entero" -dice Núria Espert- es el de La tempestad.

Lavelli ha querido sumarse a la experimentación y lo ha hecho con imaginación, con un sentido estético afinadísimo y con la grandeza que hacía inexcusable el sentido reverencial que el texto impone.

En la visión conjunta y en su materialización, en el montaje, Lavelli insinúa una predilección por la vertiente mágica de la invención, con elementos casi alucinantes como en el de la enclaustrada limitación espacial o el hallazgo, ingenioso y de un gran vigor poético, de la fusión de Próspero y Ariel, el maléfico espíritu del aire, en una sola individualidad.

Así como existe el teatro en el teatro -Shakespeare fue adicto a la fórmula-, puede darse la fantasía en la fantasía. En eso estamos. La concentración de rarezas es tal que se duplica el valor del lenguaje poético y el verso se convierte en un excipiente providencial.

Lavelli ha contado con un auxiliar importante y eficaz: Carlos Miranda. Música y voces crean el clima mágico, con capacidad de sugestión penetrante, uno de los ingredientes fundamentales de un espectáculo, ciertamente discutible pero importante y ambicioso.

No podía dejar de ser ambicioso estando Núria Espert en la raíz de la experimentación. La gran actriz incorpora su nombre una vez más a una empresa dramática importante. Su Próspero -la génesis de la elección de ese personaje masculino justificaría un análisis dilatado- tuvo la grandeza y la autoridad que la invención reclama, un tanto marginal, eso sí, a la idea de lo que acostumbramos a considerar grandes interpretaciones. En su dual Próspero-Ariel se movió en la esfera del virtuosismo. Una lección de talento y sensibilidad.

Carles Canut, creó un Caliban de escalofriante realismo mágico, tenso, brutal, y con Mireia Ros y Pep Munné, la pareja joven a salvo de la asfixia imperante, sirvieron el clima de la fantasía shakespeariana con una rotunda alacridad. Y con ellos Josep Minguell, Rafael Anglada, Joan Miralles, Camilo García, Enric Arredondo, Juanjo Puijcorber, Miquel Palenzuela, Boris Ruiz y Kini Llobet, con un trabajo excelente.

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