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José Luis Verdes expone sus dibujos sobre el juicio por el golpe de Estado del 23-F

Califica su obra como un estudio sobre la agresión

Ayer se inauguró en Madrid, en la galería El Coleccionista, la exposición de los dibujos que José Luis Verdes realizó con motivo del juicio, de Campamento contra los autores del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, ilustrando en EL PAIS las crónicas de Martín Prieto. Estos grabados componen una carpeta de la que se han editado tan sólo 225 ejemplares. José Luis Verdes es un hombre exuberante, rizoso y algo rubio que destila cordialidad. Tiene 49 años y una vida algo esquizofrénica, porque vive de trabajar 10 días al mes como perito agrónomo en una rinca de la familia y el resto del tiempo lo dedica a pintar.

Quizá porque pasa ese tercio del mes en una finca de cerdos y de tierra le da por pintar sobre hombres urbanos perdidos en sus soledades. Pero hoy vamos a hablar del 23-F, de lo que supuso para él esa experiencia:-Mi intención ha sido que quede una cosa fehaciente de la agresión que sufrimos todos por estos señores, para que no se pierda en frases, sino que quede plásticamente, con la fuerza que tienen las imágenes. Yo creo en eso que dijo Lorca, que había que ser duro con las espuelas y tierno con las espigas, y, cuando esos señores se permiten su agresión, yo no tengo otro remedio que replicar.

Recuerda la angustia que producían las jornadas del juicio "Varios periodistas pincharon allí, con verdaderos ataques de histeria, y no es que nos trataran mal pero lo que sí se respiraba era ese 'ambiente de Tánatos'. No había nada de Eros. Ese 'Patria o muerte', ese 'viva la muerte' estaba siempre presente".

Verdes es un hombre encuadernado en pana que reacciona con timidez ante las fotos, que tiene la costumbre del ir de anonimato o del moverse sólo entre amigos Dice que "el problema militar no cambiará a base de decretos, sin simplemente con que en las academias militares. enseñen que ellos no tienen el monopolio del amor a la Patria, y que se la puede amar de muchas maneras". Es un hombre pacífico, sencillo, a quien gust recorrer los caminos un poco a la aventura:

"El año pasado estaba yo en los picos de Europa y recogí a unos hippies gallegos, yendo con el coche. Me enrollé con ellos y, como no teníamos nada que hacer, decidimos ir al polideportivo de Vitoria, en donde daban un festival de jazz. Tampoco teníamos dinero, y no sabíamos qué hacer, hasta que descubrieron que yo sé dibujar. Bueno, pues me puse a hacer caricaturas por la calle, a 40 duros, y conseguimos la pasta para las entradas. Estuvimos juntos cinco o seis días, y cuando nos separamos me quedé triste". Ahora quiere irse a California, a vagabundear, a vivir de la punta de su lápiz.

Trabajar en la granja de sus parientes le va bien para pintar, dice. Él viene de una familia burguesa, acomodada, con profesiones liberales. Cuenta que los suyos no le dejaban dedicarse a pintar, por eso de la bohemia, pero que llegó con ellos a un acuerdo: hacer la carrera de perito agrónomo y aprender a dibujar en el tiempo sobrante. "Me hice perito, ¿eh?, nada de ingeniero. La granja está en Quesada, Jaén, y allí aprendo una cosa que me sirve de mucho para pintar: aprendo que la vida, la vida real, es algo diferente".

Porque allí, dice, la gente de la tierra tiene reacciones reales; ama y odia coin integridad, con decisión, no como en la ciudad, "que todos disimulamos nuestras pasiones".

"Mi trabajo en la granja me da mucho oxígeno para vivir. El contacto con la naturaleza es una cosa que ha perdido el hombre de ciudad. Pero no me refiero al contacto bucólico, eso de ver los atardeceres y oler las florecillas del campo. Me estoy refiriendo a la dureza de la vida, al hecho de arrancarle a la tierra lo que necesitas, a que el temor a que se malogre una cosecha marque tus días y te dé sinsabores. Por otra parte, yo creo que soy muy buen técnico en cerdos, y, por favor, no quiero que ahora caigas en el chiste fácil".

Le digo que no, que Dios me libre. Añade que el campo exige improvisación, que uno se siente más vivo allí. "En la pintura, en cambio, los artistas somos repetitivos, siempre estamos haciendo lo mismo, nos enamoramos de un tema y ahí nos quedamos para siempre".

No creo que José Luis Verdes se quede anclado para siempre enun tema o que nos diga las mismas cosas. No hay más que verle, tan salido de sus costuras, vital, fuerte y sereno a un tiempo.

Testigo privilegiado de un juicio qué ahora nos transmite en sus grabados al agua, a la sangre fuerte.

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