La respuesta de Chile
LA DICTADURA chilena responde con arreglo a su propia naturaleza a las manifestaciories de disconformes: represiones con muertos y heridos, apertura de nuevos campos de concentración, prohibiciones de radios y periódicos, medidas preventivas. La dictadura argentina, en retirada, inválida, vergonzante, saca lo que le queda de esa naturaleza, y es la amenaza del sansonismo o del último coletazo para conseguir aún pactos y manipulaciones que lleven al pais a un regirnen mas o menos afín, que salve a quienes la han ejercido de responder físicamente de unos crímenes conocidos, numerados y nominales. No hay otra cosa en la naturaleza de esos regímenes: la fuerza y la exacción. Lo demás es fracaso.Chile cumplirá en septiembre, si Pinochet consigue llegar al aniversario, 10 años de desastre. Su proceso fue clásico: Allende, socialista, después de Frei, democristiano, intentó profundizar en un sistema de equilibrio social mayor. Allende no era la revolución: era un recurso constitucional contra la revolución, una manera de evitar, buscando una justicia social, un deslizamiento del país hacia una situación cubana. Quizá no todas las fuerzas que canalizaba su Frente tuvieron la paciencia y la moderación del propio Allende, quizá la profesionalidad y la eficacia administrativas del joven régimen no fueron bastantes; pero el caos nació, y la ingobernabilidad de quienes se resistían a perder parte de sus privilegios.
Hubo una resistencia de clases medias altas, que habían sido sostenidas por Frei; unos cuerpos administrativos renuentes, unas patronales huelguistas, unas marchas de las cacerolas, unos profesionales ensoberbecidos, que decidieron minar el poder y encontraron su hueco en la decisión de Allende de no forzar la ley escrita y la Constitución: muchos de aquellos resistentes a Allende están hoy entre quienes reclaman libertades a los militares que ayudaron a instalarse, o a los que provocaron abiertamente -con manifestaciones de burla ante las casas de los militares leales, y luego con su asesinato y su persecución hasta en el exilio- el alzamiento. Junto a decisiones concretas del Consejo de Seguridad de Estados Unidos -entonces presidido por Kissinger-, a actuaciones de la CIA, a estímulos de alguna multinacional con sede y lobby propio en Washington, se produjo lo que al día siguiente de comenzar -el 11 de septiembre de 1973- se vio ya que no tenía más sistema que el hierro y la sangre.
En 10 años el país no sólo ha perdido sus libertades -junto con las vidas y haciendas de miles de ciudadanos y una proyección hacia el exilio de otros millares-, sino su economía, su moneda, su riqueza. Al cabo de 10 años de dictadura pinochetista, como acaba de denunciar Amnistía Internacional, las fuerzas de seguridad chilenas siguen utilizando la tortura como una práctica cotidiana; la Central Nacional de Información dispone incluso para ello de un local secreto en Santiago, en el que se tortura sistemáticamente, incluso a personas que no tienen otro delito que el de ser sospechosas de realizar una actividad política.
Cuando un país sometido a un régimen que no vacila en la represión, porque ésta es su única naturaleza y carta de legalidad, se alza como lo está haciendo Chile es porque la ineficacia de sus gobernantes y su incapacidad para administrar al país ha tocado fondo. Es ya insoportable.
Como lo es en la República Argentina, clesgobernada y abandonada, en la que cada día que transcurre sin solución aumenta la bancarrota y el caos.
La situación en los dos países parece haberse prolongado por la política de Estados Unidos de considerar esos regímenes como bastiones anticomunistas, después de haber ayudado a su establecimiento. La doctrina Reagan de los derechos humanos selectivos y de la consideración de circunstancias globales dentro de una pugna Este-Oeste ha sido una inyección para estas dictaduras. Reagan ha enlazado con un error político anterior: el mismo que propulsó la revolución cubana frente a un régimen insoportable, el de Batista, hacia la URSS y el comunismo. La última -hasta ahora- evolución de la dictadurá argentina trata de ir en el mismo sentido, sobre todo después de la crisis de las Malvinas (algo que también ha tenido que pagar Washington). El mismo error se está produciendo ahora en Honduras, Nicaragua, Guatemala, El Salvador. En el fondo, en la lejana base de componentes psicológicos primarios, está la misma naturaleza: la de la creencia en la Puerza y en la violencia, la de la abstracción de los problemas humanos. La lección histórica es tan antigua, y los resultados tan repetidos, que cuesta mucho trabajo aceptar que sea invisible para quienes intentan practicar los mismos métodos en las.mismas circunstancias y llegan siempre a los mismos resultados. Que, acumulados unos a otros, dan una peligrosísima progresión histórica: peligrosísima en cuanto a la larga sede producir el estado proporcional y definitivamente inverso a los intereses de Estados Unidos y de un sistema de democracias abiertas de corte occidental que todavía siguen pareciendo lo más aproximado a una solución, o al menos a una salida, en todo el continente americano, dentro de todas las diferencias que hay entre sus países y sus situaciones sociales.
Chile y Argentina son países de gran significación en el continente. Sus dictaduras se desploman; el sentido que tomen esos países, las posibilidades que tengan de regulariz ar sus situaciones, o la caída en otros sistemas de dictadura, pueden influir seriamente en el desarrollo de los otros conflictos. Parece que en Washington, más allá -o más acá- de la Casa Blanca, hay ya una seria percepción del problema y de todos sus riesgos. Puede ser uno de los factores que influya en las elecciones presidenciales de 1984.
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